—Preparado—le entrego el vaso al salir, mordisqueando un sándwich en lo que toma un trago.
Miro atrás, de reojo, detenido en recepción al entregarle las pertenencias al mayordomo.
—Ponlas en el auto, por favor y quédate con el niño—Aleix me observa unos minutos, dándole un asentimiento al cabo que avanzan.
Exhalo con la emoción atravesada en el pecho, sin querer dejarla sola.
Podría quedarme en casa con mi hijo y la mujer que quiero que ses mi esposa, pero tengo una responsabilidad a la que no puedo ponerle pausa por mucho que ambos requieran de mí.
Ahora entiendo un poco más a Aleix, su necesidad, al ir descubriendo ese entorno, las ideas limitadas o las carencias con las que se llegó a criar.
Diría que sus actos violentos no son justificables de ningún modo, lo que sí comprendo es que a sus cinco años, está en búsqueda de un lugar.
Necesita tener un entorno que le convenga, permanecer alrededor de las personas que le hagan bien y no tenía mucho en la posada, ni tampoco tantas personas con las cuales jugar o tener una vida social, a pesar de ello, se sentia rodeado de esas personas.
Iba y venía de allá, los monitoreaba con su mamá, le ayudaba a pasar las cosas si le era necesario, además de ser consciente de su utilidad.
Porque a los niños les hace bien saber que pueden dar, creer que tienen oportunidades, además de ser vistos por sus padres y la gente que tiene alrededor.
Por lo mismo, no puedo culparlo, aparte de que conductas como esas, morirán con el paso del tiempo, si no es que algo las sigue trayendo de vuelta.
Un niño escuchado y complacido en la base del respeto, muestra la parte esencial de la crianza, claro que no recae en darle todo lo que pida, porque es necesario identificar los caprichos, de aquello que le puede dar una vida.
—Suna—llamo al dejar la puerta abierta, liberando el pomo al ir con ella—. Suna—tomo asiento a su lado, besando su espalda en lo que se remueve.
—Alex—gira, somnolienta al entreabrir los ojos, bastante ida de este lugar.
—Me voy al trabajo—susurro, dándole en los labios.
Veo el sol entrar por las cortinas, a la par que me atrae a su cuerpo, entrando en las sábanas.
Sus manos me desnudan, pasando el brazo tras su cabeza en lo que la cubro, disfrutando de la intimidad.
—Alex—su boca se encierra en mi hombro, probando mi piel al oírla jadear en el instante.
La unión nos acoge, terminando a su lado al besar su hombro y cuello, mientras sus palmas me atraen una vez más...
Sacudo la cabeza en lo solo que de siente el sitio, aún cuando la tengo dormida en el colchón, ese que compré pensando que tendría una compañía, en lo que solo inspiro profundo al besar su sien.
—Descansa—pido, de pie, dejando pistas para que coma, en cada apartado al que irá a revisar.
Puede que le haga bien estar en soledad, puesto que eso la hará desligarse de la compañía habitual, durante un pequeño periodo de tiempo.
Tal vez, se pueda sentir desorientada, a la misma vez, que tendrá cosas para hacer.
No tendrá que idear comidas, lavar ropa, vestir y atender al niño, bañarlo, oírlo hablar sin parar, no tener descanso, en general.
Eso liberará su presión mental y emocional.
Podrá traer claridad a sus pensamientos, además de descansar de las responsabilidades que no siempre le traen paz.
Ni siquiera debe de limpiar o algo por el estilo, si ya descubrió que tengo personal para esas situaciones.
Lo que espero es que no se espante a la hora de abrir los ojos, porque sí lo hará al rememorar lo otro.
Suspiro, pegando la espalda de la madera al volver a cerrar.
Paso las manos por el rostro al tener el flash de esa fantasía, yendo al ascensor para llegar al auto.
Aleixandrei y el mayordomo juegan con la forma de caminar, entrando las manos en sus guantes, además de enseñarle una marcha.
Sonrío en el deleite, archivando el escenario en mi memoria, camino a la parte del pasajero donde coloco la mochila que ordenó y el maletín del trabajo.
—Vamos—entra desde el lado izquierdo, cerrando al subir al piloto—. Gracias, Orlay.
—Que tenga buen día, señor—despide, conduciendo al hospital.
Converso con Aleix las veces que son necesarias, no obstante, él se embelesa más en el camino, los vehículos y las personas que se le hacen tan extrañas.
Respondo las demandas que me hace, detenido en el estacionamiento abierto, media hora después.
—Llegas tarde—ruedo los ojos al ver al hombre avanzar, pasando de él.
—Llegamos, hijo—murmuro, en cuclillas al atraerlo conmigo.
—¡Aleluya! ¡Gloria a Dios! ¡Ahora sí creo que él existe!—Habla la mujer, alzando los brazos, exasperado al tener la carpeta en las manos.
Me da un abrazo fuerte, apartada por la incomodidad enana que la pellizca en la pierna para que se aleje de mí.
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Editado: 14.11.2024