Un hijo para el doctor [#3]

Alex

Mantengo la vista sobre Aleix, quien permanece sentado en el sillón al mirarme de frente.

Cruzo los brazos en el desafío de muecas, engruñendo el rostro para ganar en el concurso.

La puerta se abre de forma brusca, recibidos en la visita de Alfred, quien se acerca al consultorio, tapando a mi hijo que está detrás.

—Uy, menos mal estás libre ahora—formula, estirando los pies en el escritorio al sonreír, de brazos cruzados—. Dime qué ha pasado con la directora—mueve las cejas, encantado—. Me dijeron que hay una morenaza que vino ayer, a hacerle competencia.

—Habla de mi mami—Alfred grita, temblando en el salto de la silla por la voz del niño en lo que mantengo la vista en el hombre.

Me trago la risotada, atento a la impresión del pelirrojo, quien debate la vista entre mi clon y yo.

—No me digas que te hicieron un hechizo—murmura, avanzando sigiloso hacia mi hijo—. ¿Por qué estás enano? ¿Cambiaste de cuerpo con un paciente?—ruedo los ojos, recostado del sillón al verlo interesarse en la miniatura.

—Uh-uh—enuncia, moviendo los pies al tenerlo en frente, tocando e inspeccionando su piel—. No—lo manotea, incómodo—. No me toque.

—Alexandrei—gira, abriendo mucho los ojos al quedarse estático en su sitio—. ¿Por esto te fuiste ayer?—Asiento, riendo al no poder detener el gesto.

—Soy papá—hablo, claro.

—¡No jodas!—exclama, en lo que Aleix se tapa los oídos.

—¡Alfred!—regaño, señalando el asiento.

—¿¡Pues qué!? No lo puedo creer, ¿¡tu espermatozoide es tan grande!?—Inquiere, impresionado al darle otra ojeada—. ¡Eres tú, caramba!

—¿Eres estúpido o te haces?—demando, de pie al tirar de su brazo para llevarlo fuera—. Ya regreso, Aleix—digo, guiñándole el ojo en lo que me ve.

—¡Hermano!—Eleva al cerrar la puerta, viendo a la pelinegra posar unos papeles en recepción—. ¿Cómo fue eso? ¡Cuéntame! Estoy... Viejo, no sé cómo estoy—admite, frente a mí en lo que mueve la cabeza en los segundos—. ¿Cuándo lo hiciste?

—A ver, pero, ¿qué creías de mí?—inquiero, cruzado de brazos al mirarlo de lleno.

El teléfono envía una alerta que me indica que una cita se ha agendado, solo que no reviso el aparato.

—Pues que eras célibe—elevo los ojos, bufando—. De la familia, eres el más inestable.

—Por el amor de Dios, Alfred—mascullo, indignado.

—Después de yo, claro—libero una risa, tomando el aparato que vibra otra vez.

—Idiota—hablo, frunciendo el ceño en lo que observo la cita agendada con el psicólogo.

Niego al pensar que es un error del sistema, alzando de nuevo la cabeza.

—Yo sé que somos familia, pero ajá—enuncia, cruzado de brazos—, no te juntas con nadie desde Joriah, ni sales a nada más que cosas clínicas, seminarios de medicina, conferencias aburridas y toda esa mierda que nos toca—pregona—. Vamos, Alex, no te conozco casi a ninguna chica, por no decir que ninguna—augura—. Además, Joriah es un bombón, pero está más loca que una cabra.

—Ni porque es mi ex—encoge los hombros al fruncir los labios.

—No tiene ni la sombra de ex—toco mi rostro al pasar dos dedos por el puente de mi nariz.

—De todos modos, no puedes juzgarme—entono—. Tú te la pasas por ahí, como un fantasma, porque llevas años sin superar a Gema.

—Gemma—corrije, de inmedisto.

—Sí, sí, como sea—veo de nuevo la pantalla, reportando niveles de tensión muy altos en casa.

—Por lo menos soy amigo de la familia—enuncia, con orgullo—. Y tío de los niños.

—Sí, el amigo y tío político, alias ex, que se quiere acostar con la esposa del hombre que milagrosamente—recalco—, le dio una oportunidad de comenzar de cero con ellos, después de lo imbécil que fuiste con esa chica.

—Ay, hazme el favor, Alexandrei—resopla—. Si se da la aventura, pues se dio y si no, no importa—alza los hombros al recibir mi negación.

—Eres tan idiota, Alfred—auguro—. No olvides que esa gente es temerosa de Dios—señalo—. No quieres que te parta un rayo por maquinar cosas satánicas—él se burla, fuerte, observados por la fémina de tacones altos.

—Tranquilo, es solo una broma, Alexan—murmura—. Fui hecho para ser soltero y así me voy a quedar—declara—. Soy como el Apóstol Pablo, no pego en ningún lado—encoge los hombros.

—Sí, por supuesto—alargo, sin creerle.

El móvil resuena al tomar una pausa para contestar.

—¿Suna?—indago, oyendo que se queja en lo que veo que todo entra por el sistema—. ¿Suna? ¿Estás bien? ¿Quieres que vaya a verte ahora?—pregunto, ignorando a mi primo en el instante.

—¿Quién es la chica?—Susurra.

—No—responde, bajo, concentrado en la morena—. Apágalo—frunzo el ceño.

—¿Ah?—indago, sin comprenderla.

—Apaga el sistema—pide, contenida—. Necesito una cita con una ginecóloga—asiento, alejado de Alfred, quien intenta tomar mi celular.

—De acuerdo—cedo, cuidadoso, recordando lo que le hice horas atrás.




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