Muevo el pomo de la puerta al dejar a Orlay pasar adelante con las bolsas.
El cansancio me llena los hombros al estar un poco echado atrás al cargar a Aleix, luego del día tan pesado que tuvimos.
Por supuesto que nos tocó trabajar en equipo para atender la oficina y a nuestros pacientes, le llegó el momento de ser atendido su corazón, por el estetoscopio que usaba el señorito.
—Sí, la verdad es que sí se divirtió mucho—le respondo al hombre, quien no tarda en acomodar las bolsas en la encimera.
—Es un niño muy inteligente—apunta, sonriendo en lo que ordena la cocina.
—Yo creo que eso lo sacó de su madre—auguro—. Por cierto, hizo algunas firmas en las consultas, pero me hizo un desastre—los dos reímos en lo que él se interesa en ambos, jugando con el peluche que le compré—. ¿A que sí? Cortaste los papeles.
—Y me hice una bata—estira los brazos en la emoción, avanzando en lo que nos acerco a la encimera.
Sonrío por la negativa del hombre, mirando un segundo el pasillo.
El cuerpo se me tensa al verla, sentando de sopetón a Aleix en el granito, antes de correr hacia ella.
—¿Suna?
—¿¡Mami!?—Orlay lo retiene, evitando que caiga al suelo, mientras mi hijo se revuelve, saliendo de sus brazos para venir con nosotros.
—Orlay—advierto, atento a sus gritos, buscando sacarlo de aquí—. ¡Llévatelo, ya!—Aleixandrei chilla, pataleando, arrastrado afuera en lo que cierra la puerta, oyendo sus pataletas.
—¡Mami! ¡Mamá!—Trago, contenido al recoger su cuerpo del piso, luego de haberse arrastrado por el umbral.
—Suna—murmuro, inspirando al tomar su pulso, recostada en la cama de la habitación de huéspedes, revisando sus heridas—. Por favor, Suna—paso la saliva, ofuscado en lo que limpio sus rasguños para ponerle otra prenda—. Dime qué pasa contigo, tienes que hablarme—susurro, echando sus hebras atrás, atento a su queja—. Suna—llamo, bajo.
—Me duele la espalda—resuella, de lado, inquieta—. Me arde.
—Suna—vuelvo a llamarla, exhalando al tener algo de calma—, te lastimaste con la madera y la pared.
—¿Alexandrei?—Se incorpora, mareada, tocando su frente al no poder verme—. ¿Y Aleix?
—Afuera, aterrado—declaro, frente a ella—. No pude disimular ni un poco cuando te vi tirada en el piso.
—No—niega, guardando el llanto—. Tienes que traerlo, no puede estar con extraños.
—Necesitas ayuda—pasa las manos por su rostro, negando—. Es lo más importante ahora—detallo.
—Necesito a mi hijo—masculla.
—¿Y qué le vas a decir?—inquiero—. Él te vio, Dios mío—aprieto los labios, inspirando profundo—. No estás bien.
—Alex...
—¡Suna, no estás malditamente bien!—bramo, lejos de la cama, enfocándola con rabia—. Entendí lo del sistema, lo de la ginecóloga, lo del psicólogo incluso, pero no te entiendo ahora—rugo—. Acabas de recuperar la consciencia y sé que el niño es importante, pero tú también mereces recibir la importancia de los demás—expulso—. Lo siento—formulo, directo—. Por no haber estado en tu vida a tiempo—inspiro—. Por no ahorrarte estos momentos que no son gratos para ti—tomo asiento, cerca de ella—. Perdón, Suna.
—Tranquilo, yo no...—Sacude la cabeza, oculta en la almohada, teniendo su frente hacia mí—. No quiero pensar, ni hablar, de eso.
—Piensa en Aleix.
—¡Estoy pensando en Aleix!—afirma, segura—. Lo que menos necesita es a una madre enferma y sobre todo, llena de heridas que le han causado hasta gangrenas internas de las que no quiero que sepa—gruñe, molesta—. Puedo con esto, puedo hacerlo sola, si no estás dispuesto a ayudarme, Alexandrei.
—Yo no dije eso—refuto.
—Pero lo demuestras—expulsa, frunciendo el entrecejo ante sus palabras—. Cinco años fuera, ¿y ahora te lo llevas y me lo quitas, sin decirme una mierda?—eleva—. ¿Quién te crees que eres? Pusiste el esperma, eres su padre biológico, aunque no lo has criado como yo lo he hecho este tiempo—apunta, herida—. No tienes ningún derecho a meterte así, como si nada, en nuestras vidas, Alex; no lo tienes—emite, dura.
—Solo quise hacer lo correcto—sopeso, con el nudo de dolor entretejiendo mi pecho.
—Ya se te pasó el tiempo—masculla, mirándola un seguno, antes de salir del lugar.
Tiro la puerta con fuerza al dar zancadas hasta la sala, apretando los puños, a pesar de querer contener las lágrimas.
El llanto me asalta antes de lo pensado, bajando la cabeza, mientras intento que no se escuchen mis sollozos con el agua que cae del grifo, remojando las manos en lo que me limpio el rostro.
La sensación se hace más fuerte al cerrar la llave, caminando fuera en lo que Aleix entra.
Parece empujarme para ir con su madre, por lo que dejo a Orlay con ellos, bajando a la primera planta.
No parezco importar ahora, a pesar de tener los pies sobre la tierra.
Entiendo que me cueste el hecho de regresar a sus vidas, solo que no merezco que me trate de esa manera.
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Editado: 14.11.2024