Escucho toquesitos en la puerta en el giro, mirándolo avanzar a la estancia en lo que le doy la espalda al gavetero.
—¿Vas a algún lado?—Lo enfoco al acoplar las prendas en lo que muevo los rizos en frente.
—A la cita del pediatra—amplía los ojos, alzando las cejas para ver el reloj.
—Lo olvidé por completo—niego, calmada al restarle importancia.
—No te preocupes, puedo ir sola—denoto—. Además, tienes trabajo y muchos pacientes atrasados—señalo.
Alexandrei observa su muñeca una vez más, alejado del umbral, pensativo.
Lo detallo a la espera de su resolución, aunque no tengo mucho tiempo para la paciencia con la que decide.
—Estamos a dos horas—le respondo cuando me ve—. Es que tu casa está muy lejos—suaviza la expresión que parecía contrariada al tomar una decisión.
—Yo los llevo y de ahí voy al hospital—explica—. Puedes quedarte unas horas en la posada, tal vez hasta el medio día que te pase a buscar y te llevo a casa—señala.
—¿Me llevas a casa?—Alexandrei sonríe, negando ruborizado.
—Te traigo aquí—corrige, dando un paso adelante para dar uno atrás.
Él toma la señal, en tregua, camino a la salida como un cangrejo.
No me queda otra que inspirar, pasando las manos por la tela al ir avanzando en lo que me abre espacio.
Una sensación surca mi vientre y la memoria crea un escenario fantasioso donde me toma de la cabellera, echada atrás para besarme.
Trago al limpiar la expresión, enterrando esas ideas para cruzar a la otra estancia donde Aleix no está.
Cargo su suéter en caso que haya frío, oliendo su aroma que calma mi ser.
Voy de nuevo a la sala-habitación, donde lo veo sobre la espalda de su padre.
Entre risas, él lo echa atrás, antes de posar sus ojos en mí, lo que hace que casi se lastime por bajar de la cama.
—¡Mami!—Sonrío, abriendo los brazos al quedar agachada, rebotando contra mí en el apretujón completo.
—Te amo—es lo primero que digo al hacer que rodee mi cintura con sus piernas.
—¿Dije algo malo?—Niego, quedado en el hueco de mi cuello para que no limite su afecto.
—No, mi amor, está todo bien—enuncio, calmada—. Perdón por la reacción, es que yo...
—Estás cansada—descubre, pasando sus manos por mi cabello al enredar más mis rizos.
—Sí—admito, viendo a su padre que espera en el borde del colchón.
Lo retengo un rato mientras ignoro el vuelco en el estómago, camino a la meseta para desayunar.
—¿Comiste? ¿O quieres más?—indago, dejando que mueva sus pies, sentado en el granito.
—¿Te gusta mi papá?—Dejo de mascar al verlo de soslayo, hundiendo los hombros cuando lo observo embelesado en ambos.
Paso la saliva, tragando lo que llevo en mi boca, conectada a su expresión.
Frunzo el ceño porque parece ido, aunque sé que me está contemplando.
Todavía no entiendo cómo es que le sigo interesando.
Quisiera saber qué ve, para fijarse en mí de ese modo.
Por qué piensa que merezco lo bueno o más de lo que me ha dado.
Solo soy la madre que cría a su hijo, a pesar de lo que tuvimos hace años.
Entiendo si la química sexual nos supera de algún modo, pero no creo que sea para tanto.
—Mamita—gira el rostro hacia mí con sus palmas frías.
Lo oigo reír por lo bajo, viendo el suelo y también sus manos.
—Tú le gustas a él—susurra de forma audible, por lo que resuena un ritmo en su pecho, puesto de pie.
—Los dejo solos—despide, cargando sus cosas al ir afuera.
Suspiro al masajear las palmas de mi pequeño, pensando si decirle la verdad o no.
—A mí también me gusta mucho él—confirmo, mirando sus ojos—. No quiero que te hagas ilusiones, por eso me gusta ser sincera contigo—emito, elevada de la silla—. Ahora, nos toca cita con el pediatra y luego terminamos la conversación.
—Pero viven juntos—libero el aire, acomodando los recipientes en el fregadero para luego bajarlo de ahí.
—No significa mucho—formulo—. Somos una familia, rara, pero una familia—lo sostengo, dirigidos a la puerta, poniéndole el suéter cuando me hinco en la entrada.
Cierro detrás, estirando la sonrisa en cuanto corre hacia Alex, apretando su mano para luego pedirme que vaya.
El pecho se me remueve al tocar sus dedos, con sus padres a cada lado mientras mi chiquillo disfruta el instante.
Suelto los nervios al ir escaleras abajo, subiendo en el copiloto al escuchar su teléfono resonar.
—Yo lo acomodo—habla, para que no deje el asiento, viendo a Aleix entrar por el lado izquierdo—. Sí, sí, tengo responsabilidades y es mi deber cuidar a las personas, pero ahora...—Me pide que sostenga el aparato, atento a las palabras, a pesar de no poner el altavoz—. ¿Estás bien así?—Le habla, pasando los cinturones frente a él.
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Editado: 14.11.2024