—Definitivamente, tenemos algo—emito, luego del silencio al seguirla viendo.
—Pero no sé qué—exhibe, masajeando su hombro al tenerla de lado, contra mí.
—Te amo—atisbo en la confesión, bajo su mirada que me llena y el silencio que no me sorprende, fija en mis ojos al estar cerca.
—¿Me amas?—Pregunta, esperando que cambie mi palabras o tal vez, la forma de no validarlas con algo más.
—Te amo—respondo, seguro—. No me importa si no...—Respira, detenido en lo que sube su palma hasta mi hombro y mi brazo la rodea, aunados aún en cuerpo para que quede sobre mí.
Su acto no es algo que esperé, pero dejo que la necesidad la lleve a lo que puede adaptarse, sin sentir que mis palabras le hagan llegar a dar más de lo que no es necesario.
Accedo a ella porque es lo que quiere y no lo hace de forma obligatoria, tanteando cada escenario en el que puede ser ella, ignorando o no dándole paso al pánico que antes la dejaba muy mal en esta situación.
Pego la cabeza contra el lecho, desbocado al ver arriba mientras sus manos graban cada parte de mí, sintiendo su beso en el centro de mi pecho, lo que me deja todavía perdido.
Trago al reconocer que se está rindiendo, cansada de luchar contra sí misma y con el abismo al darse la oportunidad de sentir.
Hacía tanto que parecía que no experimentaba nada, que sus ideas le llevaron a creer que no era buena; ni como mujer, ni como mamá y menos como alguien a quien ver para una relación.
Lo peor de todo es que estos años alimentaron el monstruo que intenta doblegar, y creo que tengo una tarea demasiado importante, que es poder destruir todo aquello que la arropó y le hizo daño.
—Perdón—su voz se quiebra—. Intento..., pero no sé qué decir—murmura, oculta en mi cuello al acariciar su cabellera.
—No digas nada, no es necesario—la beso, viéndola cerrar sus ojos al sentir mis labios en su frente, enredada contra mí.
—Esto es tan contradictorio y ni siquiera sé por qué estoy actuando así—farfulla—. Debes pensar que parezco una obsesa con lo sexual o que soy una cualquiera por...
—Eres mi mujer, ¿qué más da?—Afirmo, directo—. Siempre has sido mía, Suna, y no he pensado nada de eso—auguro—. De hecho, estoy sorprendido.
—¿Sí?
—Ya que te ha costado mucho el tema de pensar que yo pudiera embarazarte en cualquier posición donde sea el dominante o siquiera poniendo una mano sobre ti—ríe y sorbe su nariz, captando la sensación de que ha mojado mi piel.
—Costó mucho pero te dejé estar arriba.
—La próxima vez no me dejes—pido.
—¿Por qué?
—Porque te fallas a ti misma, Sunshine—la miro—. Y no vas a disfrutar del todo pensando que no debes entrar en pánico porque lo quieres, aunque te afecta mucho—apunto—. Y te pido disculpas—se eleva, mirándome de lleno—, porque sé que todo convergió para convertirse en un trauma y eso me hace saber que te sometí a demasiado, a tanto, que yo... ni siquiera lo vi venir—susurro.
—Yo también lo elegí—confiesa, mirándome—. Hice mi elección contigo, te elegí, y quise, y debo cargar con eso—sostiene, aún de lado al vernos—. Tenemos que seguir intentando hasta que... Hasta que ya pueda sentir que la normalidad acoge mi vida.
—Eso funcionaría si puedo adaptarme a ti—murmuro—. A todo lo que quieras—cierra los ojos, negando al masajear mi pecho—. Escucha, mi amor, soy tuyo y eso no significa que deje de ser yo por buscar lo mejor para ti en estos momentos—aprecio, tomando su mentón para vernos—. Sé que piensas que soy un hombre libre y que tengo derechos, pero estoy amarrado a ti desde el primer día que...
—No me viste, Alex.
—El día que me interceptaste, sí—auguro—. Y desde ese día estoy amarrado y condenado a seguir en tu vida, aunque no lo pienses o lo quieras—formulo.
—¿Por qué dejaste que ella te hiciera daño?—Baja la vista, descansando la cabeza en mi brazo.
—Pensé que lo merecía y de alguna forma, iba a cumplirle, aunque después de ese día no pude hacer nada más—confieso—. No funcionaba.
—Y no deberías hacerlo con nadie más—me río.
—Ya descubrí que sirve solo contigo—le doy un besito, haciéndola reír al tiempo que se sienta en la cama.
La observo, más cerca al rodear su cintura, tocando sus hebras que estiro despacio, a la espera de lo demás.
—Dime—me ve, dándome cuenta que empieza a sentir el peso del mundo sobre ella.
—¿Cómo le explico esto a Aleix?—indaga, preocupada, de forma que el bucle en su cabeza empieza a afectarla—. Siempre éramos él y yo y no sé si el hecho de... compartirme, haga que se sienta celoso porque voy a empezar a pasar tiempo contigo—pregona, en cuanto la hago estar de frente, aún sentada—. A veces hace cosas inciertas e inesperadas, no he hablado mucho con él estos días, pero cuando pierde mi atención, se altera o enoja, y no lo culpo, porque solo me conoce a mí—encoje sus hombros—. Bueno, creo que no has olvidado que una vez me pegó y fue un milagro que ayer no te haya hecho algo así por el tema de la leche—exhala—. Es difícil, Alex.
—Lo sé—tomo su mano, comprensivo al sostenerla.
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Editado: 14.11.2024