Un Hijo Para El Duque (#2 Duologia La Sombra del Trono)

Capítulo 17

Annette Dubois

El paseo en lancha es como un capítulo sacado de una revista de viajes, con el viento en la cara y el sol haciendo que todo parezca sacado de un sueño. Felipe se relaja, incluso ríe conmigo cuando hago comentarios absurdos sobre cómo podría vivir aquí y abrir un negocio de cocos con sombrillas. Claro, él solo niega con la cabeza, pero sus ojos tienen ese brillo que delata que está disfrutando.

Después de un rato, nos recogen en un yate, y aunque mi entusiasmo por la aventura sigue presente, mi cuerpo empieza a reclamar. Los cólicos vuelven a atacarme como si fueran guerreros en una batalla épica, y no puedo ignorarlos por más tiempo. Cuando volvemos a las cabañas, respiro hondo y me disculpo con Felipe.

—Necesito una infusión caliente y dormir un rato. Mi cuerpo me está pasando factura.

—¿Estás bien? —Su tono es serio, y por un momento parece olvidarse de su actitud de duque inquebrantable.

—Sí, solo necesito descansar un poco. Prometo no morirme. —Le sonrío, intentando quitarle importancia, pero sus ojos no dejan de estudiarme, como si quisiera asegurarse de que no estoy a punto de desmayarme.

Nos despedimos, pero cuando intenta besarme, doy un paso atrás. Es raro, porque una parte de mí lo desea, pero hay algo que me asusta, algo que no puedo definir. Quizá sea la forma en que me hace sentir, como si estuviera a punto de caer en un abismo sin red de seguridad.

Una vez sola, me preparo un té caliente, me doy una ducha rápida y me meto en la cama. El alivio es inmediato, y antes de darme cuenta, estoy profundamente dormida.

Cuando despierto, algo me saca del letargo: pasos en el piso de abajo. Me froto los ojos y bajo las cobijas con cuidado. Asomándome por las escaleras, veo a Felipe entrando con bolsas de comida en las manos. Levanta la vista, y nuestras miradas se encuentran. Es uno de esos momentos incómodos, intensos, donde parece que todo lo que no se dice está ahí presente gritando que quiere aparecer.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, bajando los escalones lento y dejando salir un suspiro.

—Te traje algo para cenar. —Su respuesta es simple, pero su tono tiene una calidez que no esperaba.

—¿Comida china? —arqueo una ceja cuando veo las cajas.

—El hotel la sirve. Pensé que te vendría bien algo diferente.

Antes de que pueda protestar, me hace sentarme en el sillón y coloca una compresa caliente en mi vientre. Me sorprende su gesto, y aunque intento mantener mi actitud despreocupada, no puedo evitar sentirme conmovida.

—Gracias, duque. —Le sonrío, y él asiente, como si fuera lo más natural del mundo.

El resto de los días se convierten en un remanso de tranquilidad. Vemos películas, comemos juntos, salimos a caminar por los alrededores y hasta regresamos a la lancha, aunque esta vez Felipe está más pendiente de que yo esté cómoda. Sus esfuerzos por asegurarse de que mis cólicos desaparezcan son casi adorables, aunque jamás se lo diría en voz alta.

El día de nuestra partida llega demasiado rápido. En el camino de regreso, el ambiente en el auto es relajado, pero lleno de algo que no sé cómo definir. Cuando me deja en mi departamento, mi menstruación ya es cosa del pasado, pero las mariposas en mi estómago parecen haber ocupado su lugar.

—¿Te gustaría salir a cenar? —pregunta, con una sonrisa coqueta que me hace tambalear en mi interior.

—Durante la semana estoy ocupada. —Miento siendo una descarada, porque no quiero parecer urgida.

—Tienes mi número. Escríbeme cuando tu agenda lo permita.

Me muerdo el labio, nerviosa, y asiento. Entonces su sonrisa cambia, como si acabara de descubrir un secreto que yo no sabía que estaba revelando.

—No te muerdas el labio.

—¿Por qué? —Lo miro con curiosidad, pero antes de que pueda responder, sus labios están sobre los míos, suaves y posesivos, como si ese beso fuera una respuesta a lo que he preguntado.

Cuando me suelta, mi corazón late tan rápido que me cuesta respirar.

—Por eso — indica con su tono tranquilo y seductor —, porque cada vez que haces ese gesto, me provocan ganas de besarte.

Bajo del auto con las piernas temblando, pero no me atrevo a mirar atrás. No necesito hacerlo, porque su sonrisa queda grabada en mi memoria, junto con el sabor de ese beso que me dejó sin aliento.




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