Un hijo para el rey

Capítulo 2

Las cosas que Iris había acumulado a lo largo de su vida cabían en una caja pequeña, la que, para su sorpresa, la condesa Norwon había cedido con tal de que organizara sus pertenencias enseguida. Tres vestidos simples que habían sobrevivido al tiempo, una prenda interior gastada y algunas hojas que había podido recoger de la casa, aunque en su mayoría ya estuvieran usadas.

Como no había tenido tiempo de avisar a nadie de su partida, debido a que los condes se encontraban interesados en que dejara la ciudad de inmediato, tomó una de estas hojas y escribió una nota de despedida para su madre, a la que esperaba que el joven Norwon pudiera entregar como último favor antes de que saliera del país. No se explayó demasiado, sino que resumió el asunto en pocas palabras:

“Madre, hoy dejo la ciudad para cumplir nuestros sueños. Serviré al rey en Berkshire.

Te quiere, Iris.”

Eso debía ser suficiente para tranquilizar a su madre. El problema era que no tenía forma de volver a ver al joven Norwon, debido a que sus padres se lo tenían terminantemente prohibido. El carruaje al que se subiría en la entrada no se detendría sino hasta llegar al castillo, teniendo especial cuidado de que nada pudiera poner en peligro la reputación del lord por probables habladurías de la joven. Esto, aunque no quisiera prestarle mayor atención, le recordaba en la posición en la que se encontraba y por la que ni siquiera podía tener el derecho de expresar lo ocurrido en voz alta. En cambio, pagaría el precio abandonando todo con tan solo unas pocas palabras de tinta de por medio.

Iba a necesitar la ayuda de un tercero para hacerle llegar la carta a su madre. O, mejor dicho, iba a necesitar la ayuda del joven por el cual ahora se iría rumbo al palacio. Solo podía rogar que, luego de su partida, él pudiera volver para encontrar la nota que le dejaría, pidiéndole este último favor. No confiaba en que sus amos pudieran tener semejante muestra de caridad para con ella como para hacer de mandaderos. La condesa era implacable en sus decisiones, mientras que el conde apenas si se interesaba por los asuntos del hogar, como la servidumbre. No era un mal hombre, ni mucho menos, pero nunca se había sabido de algún momento en el que le hiciera frente a su esposa, y no comenzaría por una simple sirvienta. A lo sumo, se le podía culpar de debilidad de carácter.

Tratando de controlar sus nervios, cerró la caja, dejó la nota debajo de un pequeño estuche del que prescindiría y fue rumbo a la entrada donde le esperaba el coche de alquiler, el cual ya había sido pagado por los condes. Ninguno de ellos se había tomado el tiempo para despedirse, sino que en cambio solo pudo ver a la señorita Biwob asomada a uno de los ventanales de la mansión, quien, sin inmutarse, la observaba en completa seriedad con ambas cejas levantadas y los ojos entrecerrados. Era evidente la envidia y el rencor que mostraba para con ella, los cuales oscurecían aún más sus facciones dándole un aspecto afilado y mordaz.

Iris le concedió una sonrisa de despedida a la vez que inclinaba con ligereza la cabeza, esperando así que al menos en su partida pudieran quedar en buenos términos. Pero, para su desilusión, solo se observaron por unos cortos segundos. Y así, como si nada, se alejó de su vista indicándole que no le deseaba para nada un buen porvenir. La joven solo pudo soltar un suspiro al tiempo que ingresaba al carruaje para emprender viaje, colocándose la caja sobre la falda y tratando de pensar en que estaba haciendo lo correcto. Todo encajaba con lo que alguna vez había llegado a soñar, exceptuando las emociones que le acompañaban. No tenía tiempo ni interés en alimentar viejos rencores. Ahora, todo lo que la casa de los Condes Norwon significaba, quedaría atrás.

El cochero, una vez vio que la señorita estaba lista, emprendió viaje a paso tranquilo, considerando a su pobre caballo, que tendría que aguantar un largo viaje, y conduciendo con precaución por las calles principales de la ciudad. Era mucho tiempo en el que Iris no tenía otra cosa que hacer más que pensar, algo que le parecía una auténtica tortura dadas las circunstancias.

Se preguntaba qué era lo que le esperaría en el palacio, no solo al llegar, si es que se encontraría con un enorme castillo colorido como imaginaba de niña, en el cual todo es hermoso e idílico, incluyendo a sus ocupantes; o si en cambio se vería cara a cara con una desilusión en piedra, teniendo por amos a personas aún más estrictas y sin escrúpulos que los condes. También se preguntaba lo que ocurriría conforme pasaran los años de servicio, lo que pasaría con ella, con su madre, su posición en aquel lugar. Quizás era solo un gran castillo que iba a tener que limpiar hasta que las manos le dejasen de responder, o quizás llegaría a conseguir el suficiente dinero para traer consigo a su madre y cuidar de ella conforme avanzaba en su edad. No lo sabía, y cuando recapacitaba en lo que estaba pensando, entonces se obligaba a sí misma a concentrarse en otra cosa. No tenía derecho a pensar en su destino y eso lo sabía bien desde pequeña, pero por eso mismo prefería dejar de lado sus propios sentimientos para no hacer aún más difícil la situación.

Lo que más le dolía y le estrujaba el pecho era que no los volvería a ver. Ni siquiera a aquel joven que había dado vestigios de felicidad a su niñez y adolescencia, quien la hacía sentirse diferente, bella e importante, aunque se reprendiera a cada instante que no lo merecía. Él, quien había intentado entrar en su corazón, dándole hermosos y pequeños detalles de su cariño sincero conforme pasaba el tiempo y siempre intentando verla, aunque el verlo a él era su mayor regalo. No entendía lo que aquello significaba, pero sentía que era algo amargamente dulce que la llevaba a desear su cariño y atención, pero al mismo tiempo a odiarlo por desviarla del rumbo que se había trazado desde que tenía memoria para ser una ayuda para su madre. El casamiento no era una opción, dado que no poseía de dote alguna, sino que en cambio con ella iría una carga pesada de la que apenas si podría elegir entre otro campesino o de la servidumbre para tener compañía en el desastre.



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En el texto hay: romance, embarazo, rey y sirvienta

Editado: 19.11.2024

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