—Por aquí, señorita Quinn —señaló el apuesto soldado—. Y buena suerte.
—Muchas gracias.
—Y, si me permite el atrevimiento, quisiera darle una sugerencia.
—Por supuesto —respondió con premura.
—No se olvide que esto no es más que un puesto de trabajo. No dé más de sí misma de lo que va a recibir.
Aquello sorprendió a Irina, quien esperaba que su consejo fuera todo lo contrario como siempre le habían dicho toda su vida. Por lo que, vio en aquellos grandes ojos tupidos de pestañas tan negras y espesas como la noche, que era muy sincero hacia su bienestar. Así, no pudo evitar concederle una tranquilizadora sonrisa, agradeciéndole por su cálida bienvenida a ese inmenso castillo.
—Así será. Muchas gracias.
—No hay de qué. Allí se encuentra la señora Portt, la jefa de sirvientas —señaló hacia un salón vacío del castillo, donde una señora de vestido azul oscuro aguardaba—. Esté quieta y en silencio a menos que ella le pida otra cosa.
—De acuerdo, muchas gracias. No sé cómo agradecerle sus consejos.
—Es parte de mi servicio, señorita —aclaró. Se inclinó de forma solemne y se retiró del lugar sin esperar respuesta alguna.
Para Irina no era un secreto que aquello no había sido parte de sus responsabilidades. Como jefe de guardias, pudo haberle encomendado aquella tarea a un soldado cualquiera, o no dirigirle siquiera la palabra. Por eso mismo, no pudo evitar ver su espalda enfundada en la armadura mientras le dirigía una sincera sonrisa.
—Gracias.
—Oye, estás aquí para el puesto de sirvienta para las señoritas, ¿cierto? —interrogó quien Clivood había indicado que se llamaba señora Portt, una dama de ceño fruncido y rostro arrugado.
—Así es, vengo por recomendación de la Condesa Norwon
Ante las palabras de Iris, la estirada señora solo resopló en burla para luego observarla de arriba abajo.
—Esta es la carta que traigo conmigo que la misma Condesa escribió.
De forma brusca, le quitó la carta de las manos para empezar a leerla como si fuera un dolor de cabeza. Conforme terminaba de leer, una pequeña sonrisa se formó en la comisura de sus labios. La pobre Iris solo podía verla con total atención, sintiendo cómo los nervios parecían querer tragársela.
—Al parecer no estaba muy equivocada en mi primera impresión. La Condesa ha dicho que eres débil, patética, que careces de buenos modales y sentido de la decencia. —La vieja sirvienta se rio con sorna— Quiso deshacerse de una chiquilina desobediente como tú.
Quería defenderse, sin duda, de todas las palabras hirientes que la muy desagradable señora Portt estaba diciendo en ese momento, creyéndose ama y señora del lugar. Pero no podía. Solo pudo mantenerse erguida, con la vista fija en ella y la boca bien cerrada.
—Por lo menos veo que no eres tan tonta —admitió, luego de ver que la pequeña no perdiera el control por sus palabras—. Y además, necesitamos cubrir el puesto de sirvienta principal para la señorita Evonny. Así que sígueme, flacucha.
Ambas empezaron a caminar por el castillo mientras la señora Portt daba las indicaciones que la joven iba a seguir de ahí en adelante y le rogaba al cielo que la dama no echara a esta nueva sirvienta. Ya habían pasado más de dos docenas de sirvientas aquella semana y no quería volver a repetir las mismas insulsas palabras.
—A partir de ahora servirás a la señorita Evonny. Debes ser siempre respetuosa, servicial y recordar tu lugar. Deberás limpiar la habitación de la señorita todos días, ayudarla a bañarse, vestirse, peinarse y acompañarla en el día. Ella es una de las mujeres del rey, así que ten cuidado por dónde pisas. —Dirigió una mirada de advertencia al tiempo que ambas se detuvieron frente a una puerta— Y nunca, por ningún motivo, hables del rey.
Aquello le resultó muy extraño. Nunca había escuchado de tal regla. El rey siempre había estado detrás de un halo de misterio, pero no imaginaba que esto llegaría al punto de que ni siquiera se pueda hablar de él en el castillo. Sin embargo, recordó lo que el soldado, Clivood, le había dicho hacía poco, advirtiéndole de no abrir la boca si no era necesario.
—Bien. Ahora, no seas imprudente.
Luego de esas frías palabras de advertencia, tocó la puerta. Enseguida, se oyó una suave voz desde dentro.
—Adelante.
Antes de hacer cualquier movimiento, la señora Portt dio un último vistazo nervioso a la pequeña joven junto a ella, temiendo que la señorita Evonny volviera a tener un mal día gracias a esta persona que le habían tirado encima. Como consecuencia, era claro que volvería a ser la víctima con la que desahogara su furia.
Con mal sabor de boca, abrió la puerta. Frente a ellas, lo que parecía ser la hija de un hada les recibía con agrado a los ojos, como un beso divino o un vals angelical. Sus rubios cabellos, como las primeras luces del día, caían sobre su espalda en unas agraciadas ondas. Su cuerpo era frágil, blanquecino como las conchas de mar y embriagante como un perfume de sirena. Su rostro era difícil de describir, porque una vez visto por un mortal este dejaba su conciencia allí, queriendo por siempre perderse en esos labios pequeños pero jugosos, esos ojos tan claros como un tranquilo océano y pestañas largas que enmarcaban la más brillante obra de arte.
—Buenos días, señorita Evonny —saludó haciendo una reverencia, a la que Iris copió de inmediato a pesar de seguir embobada por su idílico aspecto.
—Nueva sirvienta, supongo —soltó con hastío.
—Así es. Espero que pueda serle útil —agregó la señorita Portt, con el obvio deseo de huir enseguida de allí.
—Lo dudo. —Suspiró de forma pesada— Ya puedes irte.
—De acuerdo, señorita. Que la gracia del cielo la acompañe —se despidió la jefa de sirvientas, dejándolas solas.
Iris por fin levantó la mirada, sintiéndose muy nerviosa ante quien sería su nueva ama. Ella, le observaba recelosa, con cierta intriga y desdén en sus ojos que eran tan fáciles de leer. Parecía que no le importaba en lo más mínimo el bienestar de esta joven sirvienta o saber más sobre ella.