Halian no podía creer lo que veía. Allí, la señorita Winfer se encontraba recostada junto con un grupo de médicos alrededor que no podían hacer mucho. Sus manos se hallaban cubiertas con vendas, las que contenían aún algo de sangre por la fuerte reacción alérgica que tuvo. Aún así, había sido impresionante que ella misma hubiera decidido no parar de tocar hasta terminar la obra, a pesar del inmenso dolor que estaba soportando al sentir que su piel se rompía en pedazos, ensangrentando el piano. Luego de finalizar, cayó rendida.
Pero, por sobre todas las cosas, lo que no podía creer era que, aquella bella sirvienta de mirada inocente y dolida fuera en parte culpable de este crimen. Podía esperarlo de la señorita Evonny, ya que era una joven retorcida que solo buscaba lucir bien frente a la gente, mientras tenía un corazón de araña dentro suyo. Pero ella. Ella parecía ser distinta. Creyó que, aún estando bajo la servidumbre de la señorita serpiente, ella podría mantenerse limpia.
Al parecer, no fue así, y le dolía más de lo que se había imaginado. A cada paso, la señorita Evonny se las ingeniaba para darle un dolor de cabeza y una sensación de desagrado. Cómo podía ser tan falsa, tan desagradecida, tan, tan…
Su cabeza era un lío en ese momento conforme esperaba el parte de los médicos. No hubo nada nuevo que reportar, solo que debía mantener reposo y evitar situaciones que la lleven a estar en contacto otra vez con la amenalita, el polvo que se encontraba en el piano del rey por algún motivo que no se supo explicar.
—Gracias a todos por su arduo trabajo —agradeció el joven. Una vez todos los médicos se habían marchado, se arrojó en la silla junto a la cama, exhalando un sonoro suspiro.
—Estás mucho más afectado de lo que creí —comentó el hombre de cabellos dorados entrando a la habitación. Había burla en su voz, pero sobre todo cansancio.
—¿No crees que es algo horrible lo que le pasó a la señorita?
—Sin duda lo es.
—Entonces, ¿por qué no estaría así de afectado? —cuestionó tratando de sonarse sincero a sí mismo, como si no hubiera una razón de fondo.
Hubo un corto silencio donde ambos meditaban el asunto. Fue breve, pero suficiente para que ambos hermanos pudieran ordenar sus ideas.
—¿Sabes quién lo ha hecho acaso?
—No —afirmó un Halian dubitativo—, pero tengo mis sospechas.
—Adivinaré: la señorita Evonny —acotó con una sonrisa burlesca, haciendo que su hermano se encendiera como una mecha.
—Estoy seguro que ha sido ella. Ella mediante su sirvienta. Siempre haciendo pagar a otros por sus propios planes, por sus ideas llenas de maldad y perversión.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Quieres que castigue a la persona que será mi esposa?
Ante aquella revelación, el joven príncipe abrió en sobremanera los ojos, incrédulo a lo que su hermano estaba confesando allí.
Admitía que la señorita Evonny era hermosa, muy hermosa. Pero, siempre la rodeaba un halo de maldad que le era muy difícil de ignorar. Y en esta ocasión, había sido la gota que derramó el vaso. Ya no quería ni verla, sino que le causaba una severa repulsión.
Recordaba aún cuando había llegado al castillo, impactando a quien la mirase, como también le había sucedido en una primera instancia. Sus refinados modales, su bello cabello que danzaba en el viento y su rostro angelical. Sin embargo, todo fue reemplazado por una lengua viperina y una personalidad infernal ni bien supo que él no sería el rey, ya que había dimitido.
Ahora se sentía tan enfadado que no podía sostenerle la conversación a su hermano. Por eso mismo, vio lo más prudente irse a su habitación para calmarse un poco. Sobre todo, luego de esta gran noticia que le había dado su hermano, iba a necesitar de mucho tiempo, y quizás de algo de alcohol.
—Haz lo que quieras. Yo iré a descansar un poco —avisó Halian, pasando junto a él.
—Espera —ante esta palabra, detuvo su escapada—. Dímelo ahora que estamos a tiempo: ¿No tienes problema alguno con que me case con la señorita Evonny?
Ante esa pregunta, Halian se congeló en su sitio. Necesitaba ese tiempo para meditar las cosas. Sentía que su respuesta pudiera ser algo impertinente o imprudente si la dejaba salir con facilidad. Fue por eso mismo que, dijo lo que creyó más correcto, a pesar que aún no sabía en verdad lo que sentía.
—Haz lo que tú desees. Yo estoy bien con cual sea tu decisión.
—De acuerdo —asintió con vaguedad.
—Y, sobre lo que pasó con la señorita Winfer —dijo para luego observar a la pobre dama inconsciente en la cama—, solo deseo que hagas justicia al verdadero culpable.
—No dudes de eso.
Sin nada más que decir, por fin pudo retirarse de la habitación de la señorita para ir a la suya, donde pasaría toda la noche meditando en aquella pregunta que le había hecho su hermano, una tan importante que lo tenía muy confundido: ¿Tenía algún problema con que su hermano se casara con Evonny?
La sola idea de ella le causaba repulsión, desprecio, a pesar de que trataba de mantener una actitud alegre con todos, incluyéndola. Había sido tan malvada en múltiples ocasiones que no podía creer cómo aún se mantenía en el palacio. Sin duda, era por su inhumana belleza, la que encandilaba a quien pasase, como había pasado también con él en un principio. Pero, esa no debería ser una razón para dudar de si estaba de acuerdo de su alianza con su hermano o no. La respuesta debería ser clara. Y, sin embargo, no lo era.
Mientras el pobre príncipe pasaba esta complicada tarea de entender sus sentimientos en su recámara, su hermano abandonaba la habitación de la señorita Winfer para deambular por el castillo. Por fin tenía algo de tiempo y se había logrado sacar de encima a Alterius, por lo que iba a aprovechar ese momento consigo mismo.
La fiesta había sido cancelada con el suceso, haciendo que todos se marchasen a sus casas mucho más temprano de lo usual. Solo quedaba el personal organizando todo y alguna que otra señorita que aún hablaba del suceso. Pero era tal la concentración de todos estos, que nadie notó la fulminante presencia del rey, quien, cubriéndose detrás de algunos sirvientes, pudo pasar hacia uno de los balcones. Este daba al inmenso jardín trasero, donde se llegaba a vislumbrar la plantación de petunias que tenía su madre. Allí, la infinidad de flores rosadas inundaba el lugar, brindando una delicadeza femenina, aromática y nostálgica. Por eso mismo es que el rey amaba aquel balcón de su salón privado. Era su momento favorito del día cuando, al menos desde la distancia, podía convivir con aquel jardín.