Un hijo para mi ex

Capítulo 4. Tienda de maternidad

Sᴀᴠᴀɴɴᴀʜ Pᴇʀᴋɪɴs

 

 

—Sería incómodo preguntar por qué tu esposo te pidió el divorcio? 

Bebo un poco de mi jugo antes de responder. 

Sinceramente ya no me pesa tanto hablar de ello, no tengo ningún problema en decirle que él tiene a alguien más en su vida que aún no me cómo entro, por qué y que tiene de especial para acabar con un matrimonio de cinco años. 

—Él encontró a alguien más. 

—Dudo que sea más guapa que tú. 

Sonrió. 

—No lo sé, la belleza es subjetiva. Ella pudo haberle dado algo que yo no, tal vez en ella encontró paz –digo—Y sí es así, está bien. Nadie sabe quedarse donde no es feliz. 

—Eres muy comprensible, sabes. 

—Un poco, no solo se debe juzgar. Las razones que lo hayan llevado a hacer lo que hizo, solo él las sabe y no soy quien para criticarlo. 

Si, me dolió. Me destrozó el alma y el corazón, pero la vida no se acaba aquí.  

Vamos, soy joven y en el mundo hay más hombres que pueden enamorarse de mi. 

—Me gusta tu positivismo. 

—Cuéntame de ti. 

—No hay mucho que contar, soy hijo único, mis padres viven en Alemania —se encoge de hombros—Vivo solo desde los dieciocho años, me mude a California para estudiar medicina. 

—¿Vives solo desde entonces? 

—Tengo amigos, claro, colegas y una que otra conocida pero hasta ahí. No me gusta cruzar la línea —veo sus gestos tan delicados —aunque contigo no sé qué me pasa. Podría decir que fue amor a primera vista pero no creo en ello. 

—A lo mejor es solo atracción por una mujer embarazada. 

—Con el tiempo lo sabré. 

—Lo sabremos —porque él a mí también me parece super lindo. Tiene algo que lo hace tan noble, gestos tan educados y una sonrisa con tanta parsimonia. 

—¿Y tus padres vienen a visitarte?

—Una vez al año, también suelo visitarlos cuando tengo vacaciones. Pero hace dos años que no lo he hecho, la clínica demanda demasiada atención. 

—Eres un excelente doctor. 

—No, yo solo pongo los instrumentos. Alguien más hace el milagro. 

—¿Eres creyente? Perdón la imprudencia  

Mientras contengo el aliento, él responde. 

—Creo que no tengo nada que perder en serlo, y si más allá de la muerte no existe nada más que un vacío entonces no habré perdido nada. 

—Es verdad, tienes mucha razón. Cuando era pequeña también solía ir con mi familia a misa, todos los domingos por la mañana. Mis papás son muy creyentes, yo lo fui en su momento pero debo aceptar que me descarrie y poco a poco perdí la fe. 

—Está bien, Sav. No somos perfectos. 

La mesera nos trae la cuenta, no me permite pagar ni siquiera poner la mitad. 

—Yo te invite —murmura —No es de caballeros no pagar la cuenta. 

Te acompaño al departamento. 

—Oh, no. Tengo pensado visitar a mis papás. 

—Bien, espero volvamos a coincidir.

—Gracias, Nathan. Fue agradable pasar tiempo contigo. 

Me da un beso en la mejilla, siento su aliento rozando mis poros y me pongo temblorosa. 

Es una sensación muy rara pero exquisita, como cuando tienes mucha sed y el agua cae en tu boca. Tan placentero como perturbador. 

—Digo lo mismo. Nos vemos luego, también debo ir a la clínica. Cuídate, Savannah. 

Lo veo avanzar y entrar al edificio. 

Bueno, es hora de ir a escuchar los reproches de mi mamá y las convalecencias de mi papá, él es un lindo. Siempre ha sido muy consentidor conmigo. 

Subo al auto que aún poseo no sé hasta que cierto tiempo y conduzco hacia la casa de mis padres que queda a solo 40 minutos de donde estoy viviendo. Al llegar veo a mi hermano Flynn saliendo con su bici pero al ver mi auto, se detiene .

—Mira nada más quien viene. Mi hermana favorita. 

—Ya me se tus labias, no me vas a sacar dinero. 

—¿Ni porque soy tu hermano menor? Rayos, tengo dos hermanas tacaños.

—Depende de como te hayas portado todos estos días, le preguntaré a mamá. 

—¿Por qué no a papá? Él es más sincero. 

—Porque papá dice que todos sus hijos somos unos angelitos y nos defiende a capa y espada aún haya sido terrible lo que hagamos. 

Flynn se ríe porque sabe que es verdad. 

Su mirada azulada igual que la mía se dirige a mi estómago. 

—Estás más gorda ¿no? 

Que gran castigo llamarme gorda. 

—Si, he subido de peso…pero, —acaricio mi vientre —vas a tener un sobrino. Debes guardarme el secreto ¿va? 

Se asombra y sonríe. 

—¿Vas a tener un hijo? 

—Así es. 

—Que bueno, ya quiero conocerlo. Creí que los bebés los traía la cigüeña — pregunta confundido –¿Y donde esta Caleb? 

Oh, se me pasó que ellos no saben de mi divorcio. 

—Está de viaje por su trabajo pero vendrá en cuanto pueda. 

—Vale, dile que me traiga un recuerdo. 

—Le diré. ¿Estás nuestros papás? 

–Si, mamá está horneando galletas. 

—Mis preferidas. 

Asiente y se va en su bicicleta, debe ir a jugar con algún otro niño. 

Suspiro profundo y entro a casa. En mi cabeza no dejo de maquinar cómo le diré a mis padres que mi matrimonio se rompió como una tacita de té que tenía cuando era una niña. 

Mi padre está leyendo el periódico en su sillón, con su taza de café caliente que revuelve con leche tibia y canela. Nunca le encontré el gusto a esa bebida tan suya. 

—Hola, papá. 

Levanta la vista cansada, trae sus gafas porque no ve la letra pequeña. 

—Cariño –se levanta —Hasta que te dignas a visitar a tus viejos padres. 

—¿Viejos? tienen más vida que yo. 

—Oh, eso no lo sabemos. Cada día empeoró más de mis piernas, apenas puedo estar sentado y no sé diga de mi espalda y colitis. 

—Lo sé, papito. Es el peso de ser el mejor papá del mundo. 

—¿Y tú cómo estás? ¿Caleb no viene contigo? Tengo ganas de tomarme una cerveza con él. Hace mucho tiempo que no me acompaña. 

—Ya no estamos juntos, papá. Nos hemos divorciado hace cinco meses.




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