Ana se sentó en la parte de atrás del salón desde donde ella creí que el profesor no la veía. No quería llamar la atención, estaba perdida en sus propios asuntos. Salió de clases evadiendo a todos. Julián la esperaba en el cafetín que quedaba afuera del liceo. Caminó de prisa y reparó en las miradas curiosas de sus compañeras. Desde que comenzó a salir con Julián hacía ocho meses se alejó de ellas para no oír las críticas que hacían sobre la relación.
Él tenía diecinueve años y no trabajaba ni estudiaba, pero era muy guapo y popular entre las chicas que admiraban sus rizos oscuros, ojos verdes y su piel oliva. Un galán muy irresistible, aunque un poco patán, lo que le gustaba a Ana de él era su aspecto de chico rebelde, una rebeldía que ella no quería asumir, siempre se sintió más lista que el resto, era más madura que sus compañeros, no se sentía como una chica tonta, las conversaciones con sus amistades de siempre le aburrían, Julián era retador.
Al llegar al cafetín se dio cuenta de que él no había llegado, pero era común, pidió un café y una soda. Café negro cortado con crema, humeaba, se apresuró a dar un sorbo y lo dejó sobre la mesa, abrió la soda, bebió un poco y sintió náuseas. Tamborileo sobre la lata, y tragó grueso, esas náuseas más sus días de retraso la pusieron en modo alerta; decidió no esperar a Julián, dejó todo sobre la mesa y siguió hacia la farmacia más cercana. Solicitó un par de pruebas a la dependienta, las canceló y salió de prisa, su teléfono sonó.
—¿Dónde estás, muñequita?
—Ah, tuve que salir de prisa, te estuve esperando amor, nunca llegaste.
—Ahora estoy aquí y tú no estás.
Ana cerró los ojos y aspiró aire con fuerza.
—Mi papá me necesitaba, te busco después. —Colgó.
Llegó a su casa y pasó corriendo a su habitación, se encerró en el baño y aplicó las pruebas. Esperó con la mirada puesta en ellas, leyó las instrucciones y sabía que esperar. Sus ojos color miel no se movían, se amarró el cabello en una cola alta y soltó un suspiro hondo cuando aparecieron dos rayas en lugar de una. Estaba embarazada.
—¡Bien! Embarazada —se dijo en el espejo, ladeó la cabeza y cerró los ojos, sintió que iba a llorar y se reprendió.
«No había nada por lo que llorar, es un embarazo, no un cáncer mortal», se dijo.
Se echó en su cama por unos minutos, trató de imaginar lo que cambiaría su vida. Ya no andaba como niña tonta con sus amigas desde que comenzó a andar con Julián, no extrañaría eso. Un niño o una niña, dieciocho años, «seré una madre joven», reflexionó, sabía que quería serlo, no sabía que sería así, pero ella también sabía que después de todo, las acciones tienen consecuencias.
«¿A quién se lo digo primero a Julián o a mis padres?». Se preguntó. Decidió que lo más lógico era que primero se lo dijera a Julián y luego a sus padres, pensó que quizás ellos aceptarían mejor la noticia si él la acompañaba, fue la lógica que armó en su cabeza. Al día siguiente se citó con Julián, no fue al liceo, lo esperó en el cafetín en el que debieron verse el día anterior. Le sudaban las manos, sin embargo estaba confiada en lo que diría, no titubearía, dijo.
—¡Amor! —La besó en los labios y la apretó a él con fuerza.
—Amor.
—Nena, me haces falta.
—Tengo que hablarte de algo importante.
—¿Qué?
Se sentaron en la parte externa del cafetín, en la mesa de siempre, la brisa golpeaba sus ropas y batía sus cabellos, pidieron soda y agua. Ana bebió el agua y Julián destapó la soda y la bebió con expresión relajada.
—Lo que te quería decir es que, bueno, me he sentido un poco mal, y tenía cierta sospecha. —Apartó sus cabellos de la cara, aspiró aspiré y lo soltó—, estoy embarazada. Ya me hice una prueba, de las de farmacia.
Julián rio a carcajadas, miró a los lados y puso sus dos manos sobre la mesa. La brisa batía sus largos cabellos oscuros, en eso concentró ella su mirada, para no soltarle una mano. Se sintió nerviosa por su reacción.
—Qué bueno que te cause gracia ¿Divertido?
—¿Es en serio? —preguntó y cambió su expresión.
—Sí. —Se le salieron unas lágrimas que se secó rápido. Sus labios temblaban, no quería llorar en público, frente a él.
Julián se tensó, sus labios formaron una mueca de desagrado. La miró por largo rato sin decir nada. Soltó un suspiro y se dirigió a ella en voz baja.
—No quiero saber nada de eso. Eres una tonta que se dejó embarazar quien sabe por quién.
—¿Qué? ¿Cómo crees? Julián yo…
—Aborta, véndelo, no me importa. —Se levantó de la mesa.
Ella se levantó y trató de seguirlo, pero él la empujó y camino con prisa lejos de ella. Ana se quedó allí conmocionada, miró a los lados, los demás clientes veían, ella mantuvo la cabeza en alto, bebió su agua y salió del lugar, lloró en silencio mientras caminaba, se secaba las lágrimas con rapidez, no quería llamar la atención, por lo que agradecía que la fuerte brisa las secara sobre su rostro mientras caminaba.
«¿Me está dejando?, pues supongo», se dijo, eso no lo esperaba. Ella se alejó de todos por él, desafío y mintió a su familia por él, pero a Julián le fue tan fácil caminar lejos de ella con una acusación improvisada. «Pesaba, pero ahora pesa más». Ana resolvió que ella no sería de las chicas que se escondían, que disfrazaban las verdades, o que abortaría, otro no iba a pagar las consecuencias de sus acciones, así ese otro fuera un feto.