Un instante para siempre

Capítulo 2: ANA

Ana no durmió, estaba débil y hambrienta pero se mantuvo despierta la mayor parte del tiempo, hubo momentos en los que se quedó dormida por minutos pero despertaba rápido. Pensaba, lloraba, se enojaba con ella misma por flaquear, en otro momento se permitía llorar, y en el siguiente quería que nada la afectara.

Miró la hora, ya amanecía y su celular se quedaba sin batería también, pensó que ella tenía un almacenador de energía para su celular pero lo tenía en la gaveta de su mesa de noche, ya no podía seguir usando la construcción gramatical que denotaba posesión sobre aquellas cosas, sus cosas, ya no eran suyas, eran cosas, las había perdido.

Resolvió ir a donde una compañera de clases, Inés, se habían peleado porque Julián coqueteaba con amabas y se quedó con ella. No se hablaron más, pero no tenía a donde ir. Tocó la puerta y espero, abrió su madre, Inés debía estar en clases, como debió haber estado ella.

—Doña, Mirta ¿Cómo está? —preguntó tratando de sonreír.

La mujer la vio de arriba abajo con expresión de asombro, detallo sus cabellos, su ropa, le hizo gesto con la cabeza de que pasara.

—Estabas perdida, entendí que Inés y tú ya no eran amigas. Ella está en clases ¿Por qué no lo estás tú?

—No iré más —le dijo Ana con aplomo.

La mujer le ofreció desayuno y café, ella acepto y le contó todo, lo de su embarazo, lo de Julián, lo de sus padres, allí se quebró y lloró, la señora Mirta la dejo dormir unas horas en la habitación de Inés. Le aclaró que no podría quedarse más porque  estaba embarazada y no quería problemas con sus padres.

—Duerme, descansa y cuando despiertes veremos qué puedes hacer.

Ana apreció la comodidad de una cama con colchón, almohadas, la calidez de una habitación, se dio un baño y se puso ropa de Inés, se dijo que ella la odiaría y la humillaría pero necesitaba su cama y su ropa. Se durmió rápido, cuando despertó, se estiró sobre las sábanas, de pronto recordó donde estaba y su situación, se sintió angustiada y bajo con prisa las escaleras.

Inés estaba sentada con su madre en el sofá, Ana suspiró, caminó hacia ellas en silencio, se preparó mentalmente para recibir insultos pero se sorprendió cuando Inés se levantó, la miró con compasión y la abrazó, lloraron las dos.

—Me dolió más perderte a ti que a él —le explicó.

—Lo siento —susurró Ana.

—Ya no importa.

—¿Qué tienes que puedas vender? —preguntó la señora Mirta. 

—Mamá, estoy segura de que la podemos ayudar mejor, de otra forma —suplicó Inés.

—No hija, es complicado. 

—Lo pensé. Tengo una cadena, un par de anillos y estos zarcillos de oro —contó sacándolos del bolsillo de su pantalón.

—¿Y el celular? —preguntó la madre de Inés.

—Pero, me gustaría poder hablar con Mariana y…

—Guarda los contactos y véndelo, necesitarás el dinero —le aconsejo la señora —Llama de acá a tu hermana.

Ana asintió y llamo a Mariana. Ana sintió que el corazón se le partía, nada le dolió como oír llorar a Mariana, estaba desolada. Le prometió que siempre estarían en contacto. Se dio cuenta de pronto que era la persona a la que más amaba en el mundo, a ella y a su bebé.

—Ana, ¿qué pasó?

—Mariana, no podré volver a casa pronto —dijo, sintió las lágrimas recorrerle el rostro. Aspiro por la nariz y contuvo el llanto.

—¿Por qué? Puedo hablar con mis padres, no está bien, Ana. Solo estás embarazada.

—Lo sé, pero es su casa.

—Me iré contigo. 

—No, no seas tonta. Te prometo que nos veremos siempre, no es como que me vaya del país, o del planeta —explicó y rio sobre la línea.

—Te amo mucho, no quiero que sufras, o tu bebé…

—Tranquila, ya me estás ayudando, no he sufrido ni un poco, he dormido en una cama cómoda, cené, desayuné, estoy muy bien.

 

La madre de Inés la condujo a un lugar donde vendió sus pertenencias, lloró otro poco al desprenderse de su teléfono, Inés le guardó las fotos y los contactos, ella también lo hizo en una cuenta de correo. 

La señora la condujo a un almacén y le compró: un par de conjuntos de ropa interior, un par de conjuntos deportivos, franelas y pantalones, cepillo de diente, jabón, desodorante, vitaminas para embarazadas y comida enlatada. Le explicó que guardara el dinero para pagar renta, en un pequeño cuarto que le consiguió en una barriada no tan cercana.

Ana le agradeció todo, estuvo feliz de que Inés no la odiara y de que al menos tenía dónde dormir, pero el sentimiento de abandono que sentía era devastador, se encerró en el cuartucho, arregló la ropa y los zapatos que le regaló Inés, y las que le compró doña Mirta, vistió la colchoneta del piso con una sábana que también le regalaron, y la almohada que le dieron. El cuarto era muy pequeño, solo cabía la colchoneta y un par de cosas más, era feo y olía mal pero era suyo por lo que pagó, tenía pago tres meses, debía conseguir trabajo pronto. No tenía tanta comida.

Buscaría trabajo más tarde, se dedicó las horas a llorar. Lloró mucho sobre esa almohada que aún tenía el perfume de su amiga impregnado. Se quedó dormida llorando. Al despertar recorrió los sitios cercados en busca de trabajo, pero no conseguía nada.




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