Mateo estaba consciente de que en el mundo mucha gente pasaba necesidad, pero rechazaba siempre asistir a los eventos de caridad que organizaba su familia o la escudería para la que corría como piloto de motociclismo, él hacia las cosas a su manera, prefería pasar el día con niños de la calle, comprarles comida, ayudarlos como podía, los hacía ir a centros de asistencia para menores. Pero ese día comprendió otro nivel de necesidad, no era una niña de la calle, por lo que fuera que esa chica robó los panes, sentía que necesitaba hacerlo.
Escuchó como el hombre que intentó protegerla le decía que el pagaría su renta y que nadie la tocaría. Pensó lo peor, esa pobre chica necesitaba el trabajo, y la despidieron por su culpa, no fue algo en lo que pensó cuando piojo, que al parecer había visto todo, le contó de los panes faltantes.
Sintió rabia porque no lo robaba a él, robaba a unos niños de la calle. Cuando entró a la panadería y la vio, le pareció la chica más hermosa que había visto, ojos color miel, cabellos rubios, piel pálida, rostro ovalado, nariz pequeña, se veía tan indefensa y delgada, pero se decepcionó a los minutos con lo del robo, lo volvió a conmover con su aplomo, no negó nada, lo admitió y asumió su castigo, apenas se recostó del hombro de aquel hombre a llorar su pena.
Mateo la esperaba fuera de la panadería, no sabía para qué, no estaba seguro de poder enmendar su situación pero al menos no se iría a dormir ese día sintiéndose un maldito.
La vio salir con una bolsa de pan que apretaba con fuerza con su mano derecha, llevaba cruzado un pequeño bolso tejido, llevaba el cabello recogido, un conjunto deportivo de pantalón y franela, le quedaba grande. En la otra mano llevaba su suéter. Iba llorando aún en medio de la calle, Mateo la siguió con cautela hasta su casa.
Quiso esperar a saber dónde vivía, piojo le había dicho que era de por ahí que no tomaría autobús. La casa era sencilla, parecía que se caía. Cuando la vio entrar al lugar, estacionó su auto cerca y se bajó.
Tocó la puerta varias veces hasta que abrió una señora obesa y con ropa vieja raída. Lo miró de arriba abajo.
—Buenos días ¿Esta Ana? —preguntó dubitativo.
—¿Cliente? Por fin la estúpida decidió trabajar de puta, le he dicho que eso es lo que da plata, si lo hacen aquí deben pagarme. Pasa, cuarto dos —soltó la mujer.
Mateo sintió una punzada en su estómago, la situación de aquella chica era peor de lo que se imaginaba. La imprudencia de la mujer de dejarlo pasar así ¿Y si él era un violador? Pensó. Se aterró.
—Yo la espero acá, solo llámela, por favor.
—¡Maldito tacaño! Tampoco te voy a cobrar tanto por el cuarto —gritó y se giró.
Mateo espero a que ella saliera, pensó en las cosas que le diría, ¿cómo justificaría allí su presencia?
La vio salir, miró a los lados, él se quedó inmóvil, ella hizo un gesto para entrar de nuevo y fue cuando se atrevió a acercarse.
—¡Hola! —le dijo Mateo.
Ella lo miró y se sorprendió, miró a los lados y se encogió de hombros.
—¿Tú? ¿Qué quieres? ¿Quieres los panes? —se le quebró la voz y comenzó a llorar de nuevo.
—No, lo siento, exageré, no sabía que te botarían, mentira si sabía pero, era lo que quería, pero no pensé bien ¿necesitas el trabajo?
—No, trabajaba allí porque amo el olor del pan, y me encantaba robarme los panes —gritó.
—Lo siento mucho ¿Cómo lo puedo solucionar? —insistió él.
—No tienes que solucionar nada, me robé esos panes y debían botarme, conocía las consecuencias.
—¿Por qué tomaste los panes? Son muy baratos.
—Para ti quizás, cada centavo que gasto en pan es menos centavos para pagar el techo que me cubre la cabeza.
—Lo siento.
—No te disculpes más, no es tú culpa, más bien yo debería haberme disculpado contigo, lo siento, siento haberte robado tus preciosos panes, no sabía que morías de hambre, pensé que eras rico.
—Aunque lo fuera, no debías robarme, y no eran para mí, eran para los niños de la calle.
—¿El mugroso del piojo? Todos le compran comida, estoy pensado en pedirle que me adopte, come mejor que yo —gritó.
Mateo se sentía atraído por esa chica, era muy frontal, no parecía tener miedo de nada. Le sonrió.
—¿Y tus padres? ¿Cuántos años tienes?
—Tengo dieciocho años recién cumplidos y mis padres murieron. Soy huérfana. Soy solo yo en la vida.
—¿Te parece si hablo con el dueño de la panadería y le pido que te contrate de nuevo?
—¿Qué le dirías?
—Que fue una broma que te gastamos, eso.
—Confesé. No va a servir y me da vergüenza con él y con los demás. Ya conseguiré algo, he estado peor. Vete tranquilo —le dijo ella.
—La señora, me dijo que entrara a tu cuarto cuando pregunté por ti, el número dos, no está bien eso, cualquiera puede aprovecharse de ti.
—Es lo que trato de evitar dejando de comer, solo quiero pagar ese cuarto para que no me lo cobren ya sabes cómo.