Ese día llegó emocionado a su casa, aprovechó que su hermano mayor Claudio estaba de visita, fue el primero en quien pensó para que lo ayudara a conseguirle trabajo a Ana. No podía dar muchas explicaciones.
—Hermano, necesito un favor —le dijo Mateo.
Claudio dejó el refresco que bebía sobre la mesa del jardín, y se giró a verlo, le sonrió con fastidio.
—¿Qué necesitas niño?
—Una amiga necesita un trabajo, tiene mi edad, puede hacer cualquier cosa.
—¿Un trabajo como qué?
—Puede trapear o hacer el café en la firma de abogados donde trabajas.
—¿Por qué es tan importante para ti?
—Porque ella necesita el trabajo. Ella me importa.
—Mateo ¿Con qué clase de gente te estás juntando? Ya te he dicho puedes acostarte con esas chicas pero no tienes que andar con ellas, ser su amigo, de preferencia no te acuestes con esas.
Mateo le volteó los ojos, su hermano era pretencioso y prejuicioso. Lo dejó hablando solo. Lucas trabajaba en la empresa de su familia con su padre. No pediría trabajo para ella allí nunca, se le ocurrió pedir trabajo para ella en la universidad a la que él iba, allí lo idolatraban y lo adulaban.
—Rectora López.
—Mateo, qué sorpresa ¿tienes competencia o entrenamiento?
—No, quería pedirle un favor personal.
—Te escucho. Veré que puedo hacer por nuestro campeón de moto3.
—Necesito un trabajo para una amiga, tiene 18 años y puede hacer cualquier cosa, la limpieza, atender teléfono, lo que sea. Por favor.
La rectora suspiró a través de la línea.
—Es fácil, puedo ayudarte, se acaba de otorgar una concesión más para un cafetín en el campus, puedo hacer que la empleen allí. Dame sus datos y la llamaremos, que nos envíe su resumen.
—Gracias, claro, hoy mismo tendrá todo eso.
—Lo espero, feliz de ayudar a una de nuestras estrellas.
Mateo odiaba aprovecharse de aquello, sus padres lo obligaba a estudiar ingeniería en la universidad a la par de manejar su carrera como piloto, lo cual le suponía un consumo de su tiempo que le imposibilitaba tener una vida de chico normal.
Se subió a su auto y regresó a casa de Ana, estaba emocionado. Llegó a la humilde vivienda y tocó la puerta entusiasmado. Nadie abría. Sintió que le tocaban el hombro, se giró, Ana lo veía sonriendo con sus grandes ojos color miel.
La cargó y la hizo girar en el aire, ella se sorprendió pero no se quejó, la dejó por fin en el suelo.
—Te conseguí trabajo ya.
—Eso fue rápido —grito ella sonriendo y brincando.
—En el cafetín de la universidad dónde estudio, pero tenemos que llevar un resumen de vida, tus datos, documentos y todo eso.
—¿Cómo hago eso?
—Vamos a la compañía donde trabaja un amigo, me dejará hacerlo allí, seguro.
Ella lo miró con dudas.
—¿Ir a dónde? —preguntó
Mateo se sintió decepcionado de que ella no confiara en él, pero debía entenderla, se dijo, apenas lo había conocido de hacia unas horas.
—¿No confías en mí? Puedo darte para que llegues en bus, te espero allá —ofreció para demostrarle que no tenía malas intenciones.
—Lo siento mucho, no puedo darme el lujo de confiar.
Él la miró compasivo.
—Dame tus datos, yo lo haré lo imprimiré y lo llevaré por ti.
—¿Trabajarás por mí también? —le dedicó una media sonrisa.
Él se echó a reír.
—Si me toca hacerlo lo hago.
—Está bien, voy contigo. También porque allá adentro están pasando cosas asquerosas y no quiero oír —dijo.
—Vamos —dijo Mateo.
Ella se subió a su auto.
—Me alegra que confiaras en mí.
—¿Es tuyo? El auto —preguntó.
—Sí ¿Quieres escuchar algo de música?
Ella se encogió de hombros. Durante todo el camino cantaron juntos las canciones que sonaban en la radio, descubriendo que canciones eran y si les gustaba a los dos. Mateo estaba feliz, no sabía que su día terminaría con una chica impresionante en su auto.
—¿Qué estudias? —preguntó Ana.
—Ingeniería. Mis padres me obligan, no creas que me gusta —explicó.
—Yo iba a estudiar derecho.
—¿Ibas? Aún puedes.
—Ya no quiero tampoco y no tengo padres que me obliguen.
—¿Y qué te gustaría estudiar?
—Hubiese querido ser maestra.
—¿En serio? Nadie nunca desea eso.
—Pues yo sí. Enseñarles a los niños a ser fuertes a que no se dejen.