Un instante para siempre

Capítulo 6: ANA

Ana se lanzó sobre su colchoneta sonriendo, reía como tonta de una lado a otro, dando vueltas sobre ella misma, de pronto recordó que ya no tenía a su bebe y se molestó con ella misma por reír cuando debía estar triste, lloró un poco. Reía porque Mateo era hermoso, lindo con ella, además la estaba ayudando a conseguir trabajo, le dedicó sus horas y no pudo evitar pensar que hubiese pasado si su bebe hubiese sido de un Mateo en lugar de un Julián.

Quería ese teléfono, para hablar con Mariana y con él, apenas se marchó ya lo extrañó. No recordaba a un desconocido ser tan bueno con ella como él lo fue, salvo Pascual, pero él le tenía lástima, así lo veía ella, Mateo en cambio, parecía conmovido por su situación pero no la trataba como si le tuviera lástima, de hecho Ana advirtió sus miraditas furtivas y sus sonrisas tontas. No le era indiferente.

Recordó cuando lo conoció ese día más temprano, la forma como la miró. Como sus ojos se cruzaron y no dijeron nada como si todo alrededor de ellos hubiese desaparecido, como si estuvieran en medio del espacio, como si el tiempo se hubiese detenido, e igual ella robó sus panes, rio de nuevo. Podía ser lindo pero yo debía llenar mi panza, se justificó. Pero me quedé sin trabajo, suspiró.

—Todo va a estar bien Ana —se dijo en voz alta en medio de su cuartucho.

Se quedó dormida tras cenar una de las hamburguesas que le compró Mateo. Sonreía y pensaba en él mientras la comía. En sus cabellos lisos de color oscuro, en los hoyuelos de sus mejillas, como le quedaba de bien su chaqueta de cuero. Se regañó mentalmente, no podía enamorarse, un chico como él solo se acostaría con ella como máximo, más si era una estrella del motociclismo, su familia era dinerada y poderosa, ella no valía nada, trataba de salir de un hueco, sabía que lo haría pero aún era un proyecto de persona.

Se despertó ese día y recorrió la barreada buscando alternativas de trabajo por si lo de Mateo no se daba, consiguió uno para cuidar a dos bebes por medio día, por algo de dinero. Lo rechazó, no se sentía con ánimo de ver niños así aún. Pensaba en el suyo que ya no existía. Regresó llorando y cansada, vio el auto de Mateo frente a su pensión, él estaba de pie delante del asiento de conductor, se secó las lágrimas y trató de acomodar su cabello. Él la miraba expectante desde su auto.

Se acercó con cara de angustia.

—¡Ana! ¿Llorabas?

—No, algo me dio alergia, un desinfectante que olí por ahí —mintió.

—Bien, bella, el trabajo es tuyo, comienzas mañana —le informó sonriendo ampliamente.

Ella grito y se colgó de su cuello, él la hizo girar por el aire en sus brazos, ambos sonreían sinceramente, la dejo en el suelo y la apretó una vez más a él. Se miraron a los ojos con intensidad, sus sonrisas se fueron diluyendo, la energía de ambos se concentró en sus miradas.

—¿Qué voy a hacer? —preguntó ella interrumpiendo su mágico contacto.

—Atenderás a los clientes —le dijo sin soltarla, la tenía tomada por la cintura.

—¿No me lo vas a cobrar o sí?

—No, te lo debía.

—Bien, no quiero malos entendidos —dijo ella.

—Entonces me debes 10 panes —rio él.

Ella se puso seria y se soltó de su agarre.

—Te los pagaré —dijo con la voz débil.

—No, lo siento, no pretendía, es decir, soy un tonto, esos panes te los regalé, si quieres te compro muchos ahora.

—Qué bueno que tengas dinero, todo lo arreglas así ¿no? —preguntó ella, una lágrima le rodaba por la mejilla.

Él se acercó más y limpio con sus dedos su lágrima.

—No llores, no me gusta verte llorar, me parte el alma, eres demasiado hermosa, por favor no llores y menos por mi culpa.

—No, no es tú culpa. Lo siento, has sido muy bueno conmigo, y no mereces que te trate mal.

Se abrazaron. Ella lloró sobre su pecho, lloró perder a su bebe, a su familia, por lo que extrañaba a Mariana, por haber perdido su trabajo, por la vergüenza que pasó, por su situación, por haberlo conocido y porque al fin tenía otro trabajo. Él no hablaba, solo la contuvo en sus brazos, oyéndola llorar. Apoyo su cabeza sobre la de ella, Ana sintió el peso de su cabeza sobre la de ella, se abrazó con más fuerza a él.

Cuando por fin ella dejó de llorar, se separó de él con cuidado. Lo miró a los ojos y le sonrió.

—Eres muy segura y aplomada, no entiendo cuando lloras así, algún día espero que me cuentes más de ti, quisiera saber porque estás tan triste.

—No te preocupes. Explícame todo lo de mi nuevo trabajo, ¿te veré?

—Pues sí, me gusta saltarme la universidad con excusas por mi carrera como piloto pero ahora que estarás en la universidad iré más, eso sí Ana, no puedes robar nada, lo que necesites, pídemelo a mí, no me dejes mal –hizo gesto de súplica.

—¿Al niño bien le preocupa su imagen? —se burló ella —. Jamás te haría pasar pena. Te agradezco mucho esto.

—Gracias —acarició sus cabellos.

—¿Necesitaré ropa o zapatos especiales? —preguntó.

—No, tendrás uniforme.




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