Después de pagar el cuarto de Ana, pasó por la pensión y recogió sus cosas, la mujer gorda lo vio con mala cara, y lo acompañó mientras él recogía todo, le saco unos cuantos dólares extras por supuesta deuda por el pago de agua y energía eléctrica, Mateo estuvo feliz de pagarlo, se llevaba a Ana de ahí y nada lo hacía sentir más tranquilo.
Sonó su teléfono.
—Mateo ¿Dónde estás? Estás perdido ¿Qué pasa?
—¿Qué es Lucas? Estoy haciendo una diligencia personal.
—No vas a las prácticas, no entrenas, no vas a la universidad ¿Estás en drogas?
—Eso es lo que se te ocurre ¿Qué estoy en drogas?
—Mi papá está preocupado.
—Ese viejo hipócrita, habló conmigo y no me dijo nada, todo bien.
—¿Dónde estás? ¿Con quién andas? ¿Qué estás haciendo?
—Lucas, metete en tus asuntos —colgó.
Mateo sabía que no era tan libre como se sentía, el tiempo que pasaba con Ana ya comenzaba a sentirlo en ausencias su familia, no estaba con los amigos de siempre, así que supondría que estaba en otro círculo, de eso lo cuidaban mucho, no dejaban que anduviese con gente desconocida para la familia. No le importaba, desde que conoció a Ana, nada le importaba más que ella.
Llegó al cafetín del campus y la espero a que terminara su turno, él tuvo un par de reuniones con profesores y entregó algunas tareas. La vio limpiando el mostrador de la cafetería, sonrío en su dirección, ella parecía concentrada en lo que hacía, le pareció que se veía hermosa, giro la vista y notó que un par de chicas reían en dirección a Ana y le sacaban fotos, Mateo sintió que le hirvió la sangre, caminó con pasos rápidos hacia las chicas, se detuvo frente a ellas, se quedaron serias y disimularon con sus teléfonos.
—¿Qué les pasa con mi novia?
—¿Tú novia? No sabía Mateo…
—¿Qué tienen con ella?
—Nada —contestó con expresión circunspecta una de ellas.
—Mateo vámonos, ya termine —le dijo Ana sosteniéndolo por el brazo.
Él se giró a verla y la abrazó, la besó en los labios de forma superficial, y la beso en la frente, miró a las chicas desafiante y ellas tragaron grueso, los miraron con recelo. Se fueron alejando una le decía a la otras, se los dije, yo los vi, no me creyeron.
—Todo listo amor, en mi auto están tus cosas.
—¿Qué hacías Mateo?
—¿Cómo que hacía?
—Con esas chicas.
—Nada amor, nada, son unas pesadas.
—Lo sé, estudiaban conmigo en el liceo, ahora estudian aquí y me quieren hacer menos porque estoy detrás de la barra, después de lo que viví no me importa, quizás el primer día me afectó, pero no me importa, no te metas, no te busques problemas por mi culpa.
—Nada de eso, son unas brujas, ¿Te conocen? En lugar de acercarse a ti se quieren burlar, no se los voy a permitir.
—No tiene importancia, no te quiero ver peleando con nadie, por mí.
—Te amo —la beso.
—Y yo, pero pórtate bien—lo abrazo.
Ana se sentó en el auto y miró hacia los asientos de atrás.
—¿La colchoneta no tenía que traerla no?
—No, era de allá —miró por la venta con expresión sombría.
—Ahí hay camas, te compré un colchón.
—Mateo…
—No, no me digas nada, crees que me voy a quedar tranquilo viéndote dormir en el piso, sobre unos alambres o quién sabe. Yo te voy a cuidar así no quieras, eres muy terca, te tienes que dejar ayudar, estás trabajando, no estás de vaga.
—Pero tú sí.
—¿Qué?
—Estás todo el día ocupándote de mis cosas, a mí me encanta pero, tus cosas, tus estudios, tus entrenamientos, no puedes faltar.
—Todos con eso.
—¿Todos?
—Me llamó mi hermano Lucas hoy con ese tema.
—¡Ves!
—Ellos me quieren controlar siempre. Claudio es el mayor y me vigila como si yo fuera traficante de drogas, Lucas es más discreto pero me hace la vida de cuadritos igual, y todos son los peones de mi papá y mi mamá.
—¿No tienes más hermanos?
—Jonás, tiene 15. Está chiquito, a ese me va a tocar vigilarlo a mí —rió.
—Disfruta a tu familia, no seas así.
El nuevo cuarto de Ana estaba amoblado, era más grande y más cómodo que el anterior y más limpio, había una administración que era de la misma gente que administraba los dormitorios de la universidad, una chica morena amable le entregó las llaves y le explicó las reglas. El cuarto tenía baño privado y una pequeña área para cocinar y comer, pequeña pero útil, Mateo no cabía en él de felicidad, porque el rostro de Ana estaba iluminado, reprimió una sonrisa mientras la encargada le explicaba todo. Cuando salió se giró hacia él y lo abrazó.
—¿Te gusta?