Un instante para siempre

Capítulo 13: ANA

Tocaban a la puerta, Ana dejó los libros que revisaba y se levantó a abrir. Era la administradora del lugar. El pago de su renta había rebotado varias veces de la cuenta de Mateo, que era su fiador.

—Lo siento Ana, no puedes retrasarte.

—¿Puedo pagar en efectivo? Porque tengo el dinero.

—¿Si lo tienes?

—Sí, jamás en la vida dejaré de tener una reserva para esos asuntos, espere.

—No, ve a la oficina y ahí te hago un recibo y firmamos todo para que no haya confusiones luego. Si quieres podemos asociarlo a tu cuenta ahora.

—Eso estaría bien. Gracias, muchas gracias —la despidió Ana con una sonrisa pero preocupada.

Hacia una semana que Ana no sabía de Mateo desde que lo fue a ver al hospital, su pago rebotaba, reviso los recibos de las otras cosas que compro, si debía algo no podía retrasarse, pero no, todo fue pagado de contado, no debía más que la habitación y un extra por el agua caliente que Ana no consideraba necesario, mando a excluirlo de su pago. Si no sabía de Mateo no podía despilfarrar el dinero, había ahorrado algo con la ayuda de él, y ganaba mejor, no se preocupaba por dinero, se preocupaba porque él, no aparecía.

Se lamentó de no haber intercambiado número con Alberto, él tenía el de ella pero no la llamaba, decidió ir a corporación Napolitano a ver a Alberto para que le diera noticias de Mateo. Recordó bien como llegar.

Se acercó a la recepción como hizo aquella vez con Mateo y pidió hablar con Alberto Gómez de mercadeo, la chica de la recepción lo llamó. Ana espero impaciente, estaba ansiosa. Pidió salir más temprano para ir a verlo y temía que él ya se hubiese ido.

—Ya le digo señor, chica ¿Sabe dónde queda su oficina? 

—Sí.

—Bien, suba, él la espera.

Ana se internó de forma rápida en el ascensor, sintió que se ruborizaba, sentía la sangre caliente, y una sensación de ahogo, sabría de Mateo por fin. Llegó a la oficina y ubico con la vista a Alberto, que tenía una oficina más grande al fondo, toda de vidrio, lo vio al entrar. Mantenía la vista en su computadora. Levantó la mirada y al verla sonrió ampliamente, se levantó para recibirla.

—Anita, pasa, siéntate, que gusto verte ¿cómo estás? ¿En qué te puedo ayudar?

—No he sabido nada de Mateo en una semana.

Alberto le dejó ver una expresión de extrañeza, aspiró con dramatismo y la miró un rato sin hablar.

—La verdad yo tampoco, estuve de viaje por trabajo y no he ido a verlo, sabía que tenía que pasar por un tratamiento de rehabilitación física importante, pero debe ser eso, que sigue en eso. Ya lo llamo.

—Suerte con eso, no responde.

—Llamaré a Lucas a preguntarle por él.

—Ponlo en alta voz por favor —pidió Ana desesperada. Él asintió.

—Lucas, cuéntame hermano, ¿cómo está todo por allá?

—Bien, pronto regresaré, en esta sucursal ya está todo listo.

—Qué bueno, una pregunta ¿Cómo sigue Mateo? No lo fui a ver más, quería saber de él.

—Gracias por preguntar por él, está en Nordem, rehabilitación física, hay buen pronóstico, no se comprometió mucho físicamente, pero debe hacer la rehabilitación, en par de meses podrá correr de nuevo con seguridad.

—¿Nordem? Eso no es muy lejos.

—Son los mejores Alberto.

— ¿Volverá en par de meses entonces?

—Sí, te dijera que puedes ir a visitarlo pero estando tan lejos.

—Sí porque lo estuve llamando y su teléfono nada.

—No se pudo recuperar su línea, tiene otra, cuando pueda te la paso.

—Si claro, para saludarlo.

Alberto colgó y Ana estaba confundida, no entendía nada, él la miraba con mirada desesperanzada.

—¿Qué es Nordem?

—Una clínica para deportistas de alto rendimiento.

—¿Puedo verlo? Dijiste que queda lejos.

—En otro país, a trece horas en avión.

Ana se sintió desesperada quería llorar, ¿Cómo que Mateo estaba fuera del país?, pensaba sin poder hablar, no coordinaba bien, se sintió agotada. 

—Intentaré comunicarme con él, para que hable contigo, anota mi número.

—¿Por qué se lo llevaron tan lejos?

—Lucas no me lo va a decir, pero Claudio sí. Espera.

Le dejó una nota de voz a Claudio, diciéndole que cuando pudiera le pasara el número de Mateo y que porque lo habían llevado tan lejos. Después de esperar un rato, Claudio respondió.

—Albertico, no lo que pasa es que andaba con una junta rarísima y no entendía de razón, sabes cómo es terco, una zorrita Alberto, la sacó de un barrio donde vivía y le compro de todo, le da dinero, le saca dinero y él no se da cuenta, deja que se aprovechen de él, decidimos llevarlo muy lejos y está incomunicado, ese va a salir de ahí como una fiera, pero a ver si se le pasa la estupidez.




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