Un instante para siempre

Capítulo 15: ANA

Después de conversar con Mateo, se dedicó a hacer sus tareas, le faltaba poco para culminar estudios secundarios, esos que interrumpió por un embarazo no concretado. Suspiró pensando en eso. Cerró los libros cuando terminó y se recostó en su cama. Se sentía tan feliz de poder tener un techo sobre la cabeza, uno que ella pagara.

Sonó su teléfono.

—¡Ana! —dijo Alberto a través de la línea.

—Alberto ¿Cómo estás?

—Bien, mañana te llevaré a un sitio muy lindo. Prepárate.

No acostumbraba a pasear, desde que se quedó en la calle, Ana no supo lo que era divertirse hasta que se cruzó con Mateo, quien representaba la seguridad, la paz, lo sentía como su hogar, no cualquier sitio, uno donde él estuviera o hubiese estado. Jugo con el collar de oro que colgaba en su pecho, insistió en que se lo comprara ella misma con el dinero de él, sonrió recordando esa conversación.

—No quiero nada Mateo. Tráemelo tú. Cuando salgas, vas y me lo compras, me sorprenderás regalándomelo, arruinaste la sorpresa ya.

—Es el tiempo Ana, no importa la sorpresa, ya he visto tu cara cuando te sorprendo. Necesito que lo tengas, y lo toque, sepas que yo te lo di porque te amo.

—Sé que me amas tonto, y me obligas a gastarme dinero en comprarte uno.

—Debes comprar dos,  yo usaré el tuyo y tú el mío.

—Ya me das miedo. Para eso me marcas como una vaca.

—¡Ya Ana! No juego, es importante para mí.

—Lo haré.

Ese sábado en la mañana, Ana se levantó como de costumbre, limpió su habitación, el baño, la pequeña cocina, lavo su ropa y preparó comida, hizo algunas compras y llamó a Mariana, después de hablar largo rato con ella, se quedó configurando las aplicaciones en su nuevo teléfono, se compró uno con mayor memoria, el tiempo que estuvo separada de Mateo la hizo apreciar los pequeños momentos que quedan capturados en fotografías.

Hizo que Mariana le enviara cientos de videos y fotos y ella hizo lo mismo. Atesoró las pocas fotos y videos con Mateo. Llegó Alberto, ella lo recibió con un abrazo. Miró todo con curiosidad y le dedicó una mirada aprobatoria.

—Usted es toda una ama de casa señorita ¿cómo van los estudios?

—Misión cumplida, en lo que Mateo salga de la clínica pediré mis papeles para que celebremos juntos mi graduación, ya estoy tramitando mi ingreso a un instituto para ser maestra auxiliar de preescolar.

—Impresionante, te felicito, vamos ahora. Mateo me ha pedido esto y estoy encantado de ayudarlo.

Ana lo miro fingiendo desconfianza, le dedicó media sonrisa y recogió su chaqueta, subieron al auto de Alberto y emprendieron camino a la ciudad, ella supo a donde la llevaba. A ver a Mariana, supuso. Ella miró a Alberto negando con la cabeza mientras sonreía.

—¿Cómo la saco de la casa?

—Ella ya sabe, estará estudiando donde unas amigas supuestamente.

—¡Qué horror! —dijo y se cubrió el rostro. Comenzó a llorar con un llanto silencioso.

Alberto la miró con preocupación. Acarició su hombro en un gesto paternal y le preguntó que le pasaba si se sentía bien.

—Sí perfecta. Es que Mateo hace todas esas cosas por mí. Siento que no le correspondo igual ¿Qué puedo hacer por él?

—Respirar y existir. Creo que a él le basta —sonrió.

—Me ha devuelto una felicidad que sentí lejos a penas puse un pie fuera de la casa de mis padres.

—Pues han tenido suerte de encontrarse los dos.

Mariana los esperaba en el parque que una vez la albergo a ella cuando se quedó sin hogar. Mariana llevaba una falda blanca y una camisa rosada, botines deportivos y el cabello suelto, se veía hermosa, radiante y feliz.

—¡No me dijiste nada tramposa! —le reclamó Ana cuando la abrazó a ella.

—Hablé con Mateo parece muy agradable —respondió ella entre risas. Ana aspiró el olor a manzanilla de sus cabellos y de fresa en sus labios, su delgado cuerpo se sentía frio y frágil

—Hermanita —le dijo a punto de llorar.

—Alberto —se presentó.

Mariana abrió los ojos mucho sobre él y asintió con un gesto, sus mejillas se pusieron rosadas y Ana reprimió una risa que sustituyo el llanto que reprimía.

—Mamá y papá han llorado por ti, creo que están arrepentidos, te están buscando —le confió Mariana.

Alberto se ofreció a ir por dulces y bebidas, las dejó solas conversando en el parque. Ana negó con la cabeza y le pidió que callara haciendo un gesto con la mano. Se encogió de hombros.

—No importa. Cuando esté lista, hablaré con ellos.

—Saben lo del bebe.

—¡Mariana!

—Hermana, quiero tenerte cerca.

—Ahora Mateo y yo somos una familia Mariana, cuando el salga de rehabilitación, quizás nos vayamos a vivir juntos a una casa más grande, te haré un cuarto solo para ti.

—Van en serio ustedes.




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