Servía un café sobre la barra cuando escuchó una algarabía, algunos aplaudían y silbaban, se aglomeró gente en la puerta y entonces lo vio, era Mateo que llegaba y todos lo recibían con emoción. Sonrió y espero, se lo imaginaba desesperado por llegar a ella.
Personal de seguridad de la universidad hizo que se alejaran un poco, Mateo estuvo frente a ella con pasos rápidos, sonrió y la besó sobre los labios de forma rápida.
—Estoy en el trabajo, loco—rio ella.
—Te amo, me alegra verte—dijo sarcástico.
—¿Crees que soy como las chicas esas que te aplauden solo porque estabas echado en una cama recuperándote?
—¿Celosa? Se alegran de ver que sobreviví.
—Deja que termine mi turno y me reúno contigo ¿Sí?—pidió ella.
—Quiero abrazarte.
Ella lo abrazó por encima de la barra. Él aspiró su olor y acarició sus cabellos, Ana, notó la mirada curiosa de todos.
Cuando por fin terminó su turno y pudieron reunirse, él la esperaba ansioso en frente a las chanchas deportivas. La alzó en sus brazos apenas la vio.
—Loco. Loquito, te extrañe mucho—dijo ella abrazada a él. Sintió un nudo en su garganta y quiso llorar pero se contuvo, besó su mejilla y se apretó mucho a él.
—Y yo, a pesar de que hablábamos, me hacía mucha falta verte. Estar contigo.
—¿Qué paso esta madrugada?
—Mi papá me tiene en una cárcel, me trajo y me va a venir a buscar, pero se llevará una sorpresa. Me quitó el teléfono de nuevo, guardé el chip antes de dárselo. Me iré contigo en el bus del transporte.
Ana sonrió y besó sus labios.
—Me encanta tu plan, pero no quiero que tengas problemas con tu familia, los dos seremos unos sin familia.
—Ay Ana, ahora solo quiero ser libre, no me dejarán verte ¿Quieres eso? ¿Te fastidio?
—No claro que no, ¿Qué te pasa? No es eso.
—No van a entender nunca ¿Tú también crees que esto es un capricho? También crees que debemos dejar de vernos?
—No, Mateo, estoy contigo, pero me duele que pases por eso, no tienes porque, yo pasé por eso, estoy pasando por eso y no es una sensación linda.
—Al menos tienes a Mariana, yo no podré contar con ninguno de mis hermanos y aun así estoy dispuesto, por ti, por mí, por los dos.
Bajó la cabeza y mantuvo una expresión de tristeza y frustración. Ana se acercó más y lo besó en la frente, en la nariz y los labios.
—Hagámoslo. Solo quiero que no pierdas a tu familia.
—Viste lo que fueron capaces de hacerme, estoy feliz de poder perderme de su vista, no quiero que te hagan daño, podré perdonarlos y reconciliarme con ellos más adelante pero si te hacen algo Ana, te lo juro que no.
—Ya, deberíamos irnos de una vez, no esperemos el transporte.
—Me vigilan, si salgo por esa puerta lo sabrá enseguida, no dejarán que me vaya.
—Pediré un taxi y te recogeremos por la parte de atrás del campus, por donde salen los buses del transporte.
—Bien, hagamos eso—respondió contento.
—Voy a pedir permiso.
Ana pidió permiso que le dieron sin problemas por la cantidad de horas extras que hizo y horas de otro que cubrió, cuando no pudo ver a Mateo se concentró en trabajar y estudiar.
Caminó hacia donde la esperaba Mateo, con su bolso colgado en el hombro, no evitar sentir pena porque estaba alejándose de su familia, sintió incluso la tentación de terminar con él, romperle el corazón y dejarlo que sufriera pero junto a su familia, luego la olvidaría. Él se giró y le sonrió, ella se sintió estúpida por las cosas que estaba pensando, lo amaba.
—El taxi es ese—dijo Ana. Mateo la tomó de la mano y se subieron a la parte de atrás.
—Listo, lo haremos—dijo Mateo.
—Lo haremos. Espero que luego puedas ver a tus padres.
—Ya Ana, no sigas con eso.
Al llegar al pequeño cuarto Mateo lanzó su bolso sobre una mesa y se lanzó sobre la cama, Ana se sentó junto a él sonriendo. Tomó el teléfono de Ana.
—¿Qué haces?
—Le escribo a Alberto. Que él sepa dónde estoy.
—También sabrán que estás aquí. Saben del cuarto, vendrán.
—Pues nos vamos ya mismo—dijo y se incorporó.
—¿A dónde?
—Déjame hacer una llamada.
Ana lo oyó hablar con gente de la escudería para la que corría. Estuvo hablando largo rato con ellos mientras ella recogía sus cosas con una mezcla de emoción y nostalgia. Otra vez se mudada, eso la hacía sentir incomoda, ansiaba estabilidad. Entendió que Mateo necesitaba hacer aquello y cedió.
—Tenemos a dónde ir, un carro nos recogerá en un par de horas—anunció Mateo.
—¿A dónde?
—Una casa que me conseguirá la escudería, podré pagarla luego si nos gusta, está algo alejada de la ciudad, me darán un auto.