Al regresar a la casa, desempacaron lo poco que llevaron y acomodaron las compras, el ambiente se oía feliz, había música y todo era risas. Sonó el teléfono de Ana, ella corrió a atenderlo.
—Alberto, está conmigo, a cada tanto decíamos que te escribiríamos y no lo hicimos—Ana llamó a Mateo y puso el alta voz.
—Vincenzo está hecho una fiera ¿No sabe que trabajas allí?
—No, creo que no.
—Lorenza está preocupada, Claudio quiere llamar a la policía y Lucas ha visitado a todos los amigos de Mateo ¿Qué les digo?
Mateo bajó la música y miraba a Ana atento, ella le hizo señas con la mano para que se acercara más.
—Alberto, lo siento, debí decirte.
—Mateo, loco ¿Qué les digo? Te están buscando.
—Pásame el número de Lucas, le dejaré un mensaje yo mismo, no te metas, no quiero que estés en problemas por mi culpa.
—Te lo paso entonces ¿Están bien? ¿Necesitan algo?
—No, estamos de lujo, ahora Ana te pasa la dirección y mi número nuevo.
Se despidieron.
—¿Por qué Claudio o Lucas no pueden ser como Alberto? ¿Por qué me acosan como mis padres?
—Por qué los criaron tus padres, no los padres de Alberto.
Ana le pasó el número de Lucas a su teléfono. Mateo suspiró.
—Lucas, estoy bien. No regresaré a casa, al menos no mientras sigan en su actitud de someterme a hacer lo que ustedes dicen, dile a mi mamá que la quiero, a mi papá también, siento mucho no haber estado cuando me fue a buscar, despídeme de Jonás y Claudio, solo los veré si cambian de actitud. No me busquen, por favor, no dejes que me sigan quitando mis cosas, ahora tengo familia, Ana es mi familia y necesitamos el dinero.
Ana lloraba al verlo llorar frente a la pantalla del teléfono, se sentó en el sofá mirando la pantalla. Entró una llamada rápidamente. Mateo se sobresaltó, atendió.
—Mateo, idiota, dime ahora mismo donde estás, ¿Estás loco?, tienes 18 años a penas, si eres mayor de edad, pero no eres más que un crio imbécil.
—¿Así quieres que razone contigo Lucas? ¿Así?
Lucas suspiró con pesadez sobre la línea.
—Dime dónde estás, te prometo que intercederé con mis padres para que te perdonen esta locura.
—¿Podré estar con Ana? ¿Me dejarán en paz? ¿Podré seguir corriendo?
—Nada de eso Mateo, pero ¿Qué crees que estás haciendo huyendo de casa?
—No huyo de casa, huyo de ustedes y su obsesión controladora.
—Sí no fuera por esa chica, estarías ahora mismo estudiando en tu cuarto sin problemas.
—Si no fuera por esa chica, estaría preso en una vida que no quiero vivir, correré y viviré con Ana. No me busquen—colgó.
Se echó a llorar sobre el hombro de Ana, ella besó su cabeza y lo abrazó.
—Esto era lo que temía Mateo, no quiero que sufras lejos de tu familia.
—Estaría peor lejos de ti.
—Mateo, deberías volver—suplicó ella.
—No Ana, necesito que me apoyes, ya hablaré con ellos, les tocará calmarse, por ahora esto será así.
Ana terminó de ordenar las cosas, Mateo la dejó para ir a darse un baño, lloró un poco bajo la ducha, cuando Ana entró a la habitación lo encontró revisando su celular con aspecto triste.
—Lo que me duele verte así.
—Ellos exageran, creen que eres mala para mí, no puedo estar con ellos.
—Somos muy jóvenes, para ellos no somos más que dos adolescentes que mañana terminaran su romance.
—Pero no será así entre nosotros.
—No Mateo, no quiero eso, pero no puedo evitar sentir que soy la culpable de tu separación familiar.
—¿Te gusta nuestra habitación?—preguntó Mateo con una débil sonrisa para cambiar el tema.
—Sí, me voy a dar un baño para darte una sorpresa con algo que compré—dijo Ana algo desencajada ante el brusco cambio de conversación.
—¿Ah sí? ¿Qué?
—¡Sorpresa! Es sorpresa, ya verás.
Mateo se echó sobre la cama pensativo. Abrió mucho los ojos cuando vio a Ana salir en un conjunto blanco de encajes y encima una bata de seda. Él se incorporó en la cama y le sonrió con timidez. Tragó grueso.
Ana se acercó y se subió sobre la cama, se colocó a horcajas sobre él y besó sus labios con sensualidad, él la tomó por las caderas dudoso y se dejó llevar por el beso, sintió como su cuerpo respondía a la imagen y las caricias de ella, estaba recién bañada y olía a miel, sus labios eran suaves y dulces, ella se movía con gracia sobre él rozando sus partes, el gruño y besó su cuello, recostó la cabeza de sus pechos y jadeó.
—Ana.
—Dime Mateo—sonrió— ¿Te gustó la sorpresa?
—Me muero de vergüenza, pero te lo tengo que decir—dijo y cerró los ojos, tragó grueso.