Un instante para siempre

Capítulo 32: Alberto

Sentado en su cama con los ojos llenos de lágrimas, colgó el teléfono, se puso de pie y caminó de prisa a vestirse, no dejó de llorar mientras lo hacía. Le pidió a un vecino que manejara por él, no se sentía con las fuerzas o las ganas, Lucas lo llamaba con insistencia y él sabía porque.

Llegó al Valle y abrió la casa, Olivia lloraba moviendo la cabeza de un lado a otro, desconsolada, Alberto lloró con ella al menos quince minutos, se calmaron.

—¿Y Biel Mateo?

—Dormido como un angelito—exclamó la señora.

—Me lo llevo Olivia, debo llevármelo.

Ella asintió.

Biel dormía tranquilamente en su cuna, Alberto volvió a llorar desesperado, le costó tomarlo entre sus brazos, no podía llegar así a donde Mariana, pensando en eso se recompuso, tomó una manta amarilla que estaba sobre un sofá, tomó el bolso que le preparó Olivia y salió.

Llegó a casa del director de la escuela donde trabajaba Ana. Lloró otro poco con el director y su esposa, se lamentaron y consolaron mutuamente, besó a Biel en la frente y avisó que buscaran a Mariana. La vio salir del cuarto como un zombie, la sedaron y aún parecía en shock, Alberto al abrazó y le entregó al niño, besó su frente.

—Te quedarás con ellos hasta que cumplas los 18 años, después podrás mudarte sola, por ahora Mariana, deberás quedarte con ellos.

—Te cuidaremos y al niño—dijo la esposa del director, Ella asintió.

—Volveré —dijo Alberto.

Debía llegar a casa de los Napolitano, se extrañarías de su ausencia. El lugar era tétrico, todos lloraban y se lamentaban, cuando lo vio Lucas se echó sobre él, lo abrazó llorando, consoló a su amigo, lo besó en la cabeza y lloraron juntos.

—Mi hermanito Alberto ¿Por qué me dejaste ser un maldito orgulloso con él?—lloraba.

—No es momento Lucas, deja eso.

—Alberto, ¿Cómo? No me perdono.

—Ya Lucas.

—Tenía un hijo, tiene un hijo, mi papá ya salió a buscarlo.

Alberto fingió sorprenderse. Lo dejó solo un momento. Entró al comedor por agua, vio un televisor encendido, daban las noticias.

—Lamentable este fallecimiento, era una promesa del deporte, en poco tiempo cumpliría los 21 años y había la posibilidad de que Mateo Napolitano obtuviera otro título de campeonato mundial, un estrella en ascenso, cuya vida se apagó hoy, en un accidente en el que murió también su esposa, Ana Montenegro, también de veinte años, dejan un niño huérfano—comentó la periodista con los ojos llorosos. Mantenía la compostura.

—Muy lamentable Luciana, porque Mateo era un chico admirable, yo le tenía mucho cariño y respeto, gente, ese muchacho era gente, la esposa estaba a cargo de la fundación que el creo para niños de la calle, y yo la conocí, yo me preguntaba cómo estos dos chavales, tan jóvenes, tan maduros, era impresionante verlos, hoy entiendo que esas vidas excepcionales solo pueden estar un ratico por esta vida—dijo uno a quien Alberto reconoció de verlo en las pistas.

—Nos los prestan—dijo la mujer.

—Todos estamos prestados, pero hay gente que vibra en una frecuencia superior, Mateo Napolitano y su esposa, vibraban en esa frecuencia.

—Sí, gente que vive un instante que dura para siempre, y siempre será recordado esta estrella del motociclismo que ha perdido la vida hoy a los veinte años, en un trágico accidente junto con su esposa, que nos deja a todos consternados, dejan un niño y muchos corazones rotos esta noche.

Alberto escuchó el llanto de alguien que rompía  a llorar desolado, se acercó y vio a Jonás abrazado a sus piernas llorando. Alberto lo abrazó y lo consoló.

—Ni me dejaron hablarle, yo quería hablarle.

—Pero siempre lo viste Jonás, y él sabía que estabas ahí, le encantaba que lo vieras.

—¿Cómo sabes?

—Lo sé.

De pronto Alberto contuvo el llanto y recordó aquello, Mateo era feliz, murió feliz. No era justo que muriera tan joven, al igual que Ana, pero vaya, que felices eran. 

Lucas entró al comedor y besó la cabeza de Jonás.

—Necesito encontrar al niño—le dijo a Alberto.

Alberto asintió.

 




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