Llegaron a una casa de paredes blancas y jardines impecables, el hogar de Leonela, un reflejo de su éxito y su soledad.
—Bueno —dijo ella, bajando del auto y girándose hacia Enrique—. ¿Necesitas que vayamos a buscar tus cosas o algo?
Enrique, mirando la casa con una expresión que mezclaba admiración y cálculo, negó con la cabeza.
—No, yo… pediré que me las traigan después —dijo, evasivo—. No puedo arriesgarme a que vea mi apartamento… o mis documentos, pensó, su mente girando. —Wow, qué bella casa —añadió, con una sonrisa que desviaba la conversación.
Leonela, entrando al vestíbulo, se detuvo.
—Oye, sobre lo de la boda doble… sé que es incómodo casarse en el mismo hotel donde estás trabajando —dijo, su voz suavizándose—. Debe ser raro.
Enrique, en su mente, soltó una risa amarga. Incómodo porque su secreto mejor guardado estaba precisamente en ese hotel. Con una sonrisa despreocupada, respondió:
—No es tan incómodo como tener una boda doble en compañía de tu ex, ¿no crees?
Leonela lo miró, y por un instante, sus defensas bajaron. Puede que no sea tan malo, pensó, notando cómo la luz del vestíbulo iluminaba sus ojos oscuros. Es bastante lindo… y audaz. Sacudió la cabeza, apartando el pensamiento.
—Bueno, tenemos un mes antes de la boda para demostrar que merezco la compañía —dijo, cruzando los brazos.
Enrique asintió, acercándose un paso.
—Eso parece —dijo, su voz baja y melosa.
Sus ojos brillaron con un desafío silencioso, y en su mente, añadió: Y para que te enamores de mí.
Se inclinó hacia ella, su rostro a centímetros, como si fuera a besarla. Leonela, con el corazón acelerado, dio un paso atrás, alzando una mano.
—¡Reglas, Enrique! —dijo, aunque una risa traicionó su fingida indignación—. Solo besos para las miradas, ¿recuerdas?
Enrique, con una sonrisa pícara, se enderezó. Un mes, pensó. Eso bastará.
—Solo practicaba —dijo, guiñandole un ojo.
El crepúsculo teñía la sala de la casa de tonos dorados, un espejismo de calma que se rompió con la irrupción de Cassandra. Sus botas resonaron contra el piso como un desafío, su vestido negro marrón reluciendo como una armadura forjada para la batalla. Paul, su sombra eterna, la seguía con una mezcla de arrogancia y nerviosismo. Leonela y Enrique, sentados en un sofá, se giraron, el aire entre ellos cargándose de una electricidad que anticipaba una batalla.
—¡Qué nidito tan encantador! —dijo Cassandra, su voz un filo envuelto en miel, deteniéndose frente a la pareja con una sonrisa venenosa—. Papá, no podía dejarlos sin un pequeño obsequio para su… compromiso.
La palabra salió como un veneno destilado, cada sílaba un dardo dirigido a Leonela.
Hizo una pausa teatral, su mirada recorriendo a Enrique con desprecio y a Leonela con algo más profundo: odio puro, destilado por años de rivalidad.
—Se las presentaré —anunció, chasqueando los dedos—. Ella es Isadora.
Una mujer de mediana edad emergió de la penumbra, su cabello recogido en un moño severo y su uniforme de ama de llaves negro tan impecable que parecía una declaración de intenciones. Sus ojos, agudos como los de un predador, escanearon a la pareja con una mezcla de curiosidad y juicio. Un nudo se formó en el estómago de Leonela. ¿Qué está tramando esta víbora?, pensó, su instinto gritando peligro.
Enrique, con una ceja alzada, rompió el silencio con una risa suave, su tono cargado de ironía.
—¿Tu padre regala personas, Leonela? Esto es… peculiar.
Cassandra, con una carcajada afilada, lo fulminó con la mirada.
—Ella les ayudará con lo que necesiten, bobo —replicó, su voz goteando desdén—. Isadora está aquí para limpiar este lugar… y, de paso, pulir los modales de tu futuro maridito.
Isadora, con una inclinación rígida, asintió.
—Sí, señorita, es tal como lo describió —dijo, su voz neutra pero con un dejo de lealtad que hizo que Leonela apretara los puños.
Leonela, con el rostro ardiendo, dio un paso adelante.
—No la necesitamos —espetó, su mirada clavada en su hermana—. Lleva tu “obsequio” a otra parte, Cassandra.
Isadora, imperturbable, ladeó la cabeza.
—Yo pienso que sí, señorita —respondió, su tono tan cortés que era casi insultante.
Leonela, en su mente, sintió una alarma estallar. Es un espía, pensó, su corazón acelerándose. Cassandra quiere pruebas de que nuestro compromiso es una farsa. Miró a Enrique, buscando apoyo, pero él, con una sonrisa que ocultaba un cálculo frío, intervino antes de que pudiera hablar.
—No queremos ofender a tu padre, Leonela —dijo, su voz suave pero firme, dirigiéndose a Cassandra—. Agradecemos el… detalle.
Su mirada se cruzó con la de Leonela, un mensaje silencioso: Juguemos su juego.
Leonela, aunque reticente, captó la señal.
—Bien, la aceptaremos —dijo, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Gracias, Cassandra.
Cassandra, con una expresión triunfal, pensó: Perfecto. El plan está en marcha. Pronto todos sabrán que este matrimonio es una farsa.
—Que lo disfruten —dijo, girándose con un movimiento teatral, su vestido ondeando como una bandera de victoria.
Paul, con una mueca de alivio, la siguió, claramente ansioso por escapar del campo de batalla.
Leonela, con una cortesía tensa, guió a Isadora hacia una de las habitaciones.
—Te dejaremos instalarte —dijo, señalando un espacio privado y apartado de su cuarto—. Si necesitas algo, avísanos.
Isadora asintió, sus ojos recorriendo cada detalle de la casa como si grabara un mapa mental.
—Gracias, señorita —respondió, su tono impecable pero cargado de una frialdad que hizo que Leonela se estremeciera.
No confiaré en ti ni un segundo, pensó, cerrando la puerta tras ella.
Más tarde, la luz del sol aún se colaba por las cortinas de la casa, bañando el pasillo en un resplandor que contrastaba con la tensión que lo impregnaba. Leonela, en ropa interior —un conjunto de encaje negro elegido al azar, sin esperar compañía—, se dirigía al baño principal cuando se encontró cara a cara con Enrique. De pronto, se estrelló contra el pecho firme de Enrique, un choque que la dejó sin aliento, sus cuerpo presionado contra él en una fricción accidentalmente exquisita. Sus ojos se alzaron, encontrando los suyos. Él, con solo unos bóxers oscuros que dejaban poco a la imaginación, su torso definido iluminado por la luz vespertina, la miró con una sorpresa que se transformó en una sonrisa traviesa. Sus ojos se encontraron, y un grito ahogado escapó de los labios de Leonela mientras, en un reflejo nervioso, intentaba cubrirse, revelando más de lo que ocultaba.
Editado: 23.10.2025