Un juego de engaños

Capítulo 15

Los ojos de Leonela se llenaron de lágrimas, el peso del gesto cayendo sobre ella como una marea. El recuerdo de aquel día —la risa cruel de Cassandra, el chapoteo del anillo al golpear el agua, el dolor de perder un pedazo de su abuela— regresó con fuerza, pero ahora estaba transformado, suavizado por el acto silencioso de devoción de Enrique. Tomó el anillo, sus dedos rozando los de él, y el contacto envió un escalofrío por su piel, una chispa que encendió algo profundo y sin nombre.

—¿Por qué? —preguntó, su voz un susurro, las lágrimas deslizándose por sus mejillas mientras lo miraba, su corazón expuesto como nunca antes—. ¿Por qué harías esto por mí?

Enrique, con los ojos brillando, extendió la mano, su pulgar limpiando suavemente una lágrima de su mejilla.

—Porque te veo, Leonela —dijo, su voz cruda, temblando con una verdad que ya no podía ocultar—. No a la heredera, no a la luchadora, sino a ti. La mujer que defiende lo que ama, que lleva el peso de su familia incluso cuando la rompe. No podía dejar que perdieras esto. No cuando yo… —Se detuvo, sus palabras atrapadas, como si las siguientes fueran demasiado pesadas para pronunciar.

Leonela, abrumada, apretó el anillo contra su pecho, sus sollozos rompiéndose libres mientras se arrojaba a sus brazos. Enrique la sostuvo, su abrazo cálido y firme, un refugio en la tormenta de secretos y traiciones que los rodeaba. Por un instante, el mundo se desvaneció —las amenazas de Cassandra— y solo quedó el zumbido tranquilo del cuarto de lavandería, el aroma a sábanas limpias y el latido de dos corazones unidos por algo más grande que ellos mismos.

Pero el momento se rompió de golpe. La irrupción de Arnulfo cortó el aire de su momento. Los ojos confundidos de Arnulfo se clavaron en distinguirlos. Enrique con las manos hundidas en las caderas de ella, Leonela con los labios entreabiertos en un jadeo suspendido.

—Perdónenme, prosigan en lo suyo, me retiro a hacer mis deberes.

Leonela se desprendió con un rubor que ardía, alisando sus ropas arrugadas, mientras Enrique retrocedía un paso, su reverencia mutada en tensión contenida.

Enrique continuó moviéndose entre las sombras de su rutina, entregando órdenes discretas al personal, su fachada de mesero tan cuidadosamente construida como una armadura. Apoyado contra una columna junto a la recepción, observaba el ir y venir de los huéspedes con una calma aparente que ocultaba el torbellino en su mente. Su traje oscuro, impecable como siempre, contrastaba con la tensión que apretaba sus mandíbulas.

Arnulfo, el recepcionista, ordenaba unos documentos tras el mostrador, lanzándole miradas de reojo. Conocía a Enrique desde hacía años, desde los días en que el joven heredero llegaba al hotel con su abuela, doña Gerania, y una sonrisa despreocupada. Ahora, con el peso de un legado sobre los hombros, Enrique parecía atrapado en un juego cuyas reglas no terminaba de entender.

—Todo esto por un capricho de tu abuela, ¿verdad? —dijo Arnulfo, rompiendo el silencio.

Su tono era ligero, casi burlón, pero sus ojos buscaban confirmar algo más profundo.

—Te dejó dicho que para quedarte con el Hotel Esmeralda debías encontrar a una chica que te ame sin saber que eres millonario. Y ahora, aquí estás, enredado con Leonela, que, por cierto, necesita comprometerse para salvar la empresa familiar de su padre. ¡Vaya par!

Enrique se irguió, su mirada fija en un punto invisible del vestíbulo. Las palabras de Arnulfo eran un eco de las dudas que lo acosaban en las noches sin dormir. Leonela. Su risa franca, su manera de fruncir el ceño cuando algo no encajaba, la forma en que lo miraba como si quisiera descifrarlo. Pero también estaban las sombras: las sospechas en sus ojos la última vez que tuvieron contacto, además de la repentina distancia que ella había impuesto cuando estuvieron a punto de besarse y, sin dar explicaciones, había salido huyendo.

—Es más complicado de lo que parece —murmuró Enrique, pasándose una mano por el cabello.

Arnulfo alzó una ceja, apoyando los codos en el mostrador.

—¿Complicado? Explícamelo, porque desde aquí parece una telenovela. Ella necesita casarse para quedarse con el Consorcio Eras, y tú necesitas que ella te quiera por… ¿Tu encanto de mesero? —Soltó una risita, pero al ver la expresión de Enrique, se contuvo—. Vamos, hombre, dime que no es tan difícil.

Enrique lo miró, sus ojos oscuros cargados de una mezcla de determinación y vulnerabilidad.

—Si. —Hizo una pausa, su voz bajando hasta casi ser un susurro—. Es exactamente como lo explicas.

Arnulfo soltó un bufido, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

—¡Ser rico es horrible! —exclamó, su tono desenfadado rompiendo la tensión—. Todo este teatro, las mentiras, los disfraces… ¿Y para qué? ¿Para saber si le gustas de verdad?

Enrique esbozó una media sonrisa, pero no había alegría en ella.

—Solo quiero saber si le gusto. Si ella… —Se detuvo, como si las palabras fueran demasiado pesadas para pronunciarlas—. Si siente algo por mí, no por lo que tengo.

Arnulfo lo observó, su expresión pasando de la burla a la incredulidad.

—¿Mintiendo? ¿Crees que eso va a funcionar? —dijo, cruzando los brazos—. Si Leonela descubre que le has ocultado quién eres, que el “mesero” es en realidad el dueño del maldito hotel, no va a correr a tus brazos, Enrique. Va a correr en la dirección opuesta.

Enrique apretó los labios, su mirada endureciéndose.

—Ya lo resolveré —dijo, con una firmeza que sonaba más a deseo que a certeza.

Arnulfo frunció el ceño, claramente confundido por la obstinación de su amigo. Antes de que pudiera replicar, Enrique se enderezó, ajustándose la solapa del traje con un gesto casi instintivo.

—Te pediré una cosa —cambió la conversación, antes de retirarse—. Manda un memo a todo el personal. A partir de ahora, solo me llaman Enrique. Nada de “señor” ni menciones sobre mi familia o mi posición. Si alguien habla de más, está fuera. ¿Entendido?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.