Un juego de engaños

Capítulo 9

Leonela lo observó, sus ojos trazando la línea de su mandíbula, el destello de sus ojos bajo la luz del sol. Quiso decir algo, detenerlo, pedirle que se quedara un momento más, pero las palabras se le atoraron en la garganta. En cambio, asintió, sus dedos apretando la taza con más fuerza de la necesaria, el calor del café quemándole las palmas.

Enrique, como si percibiera su lucha interna, dio un paso hacia ella y tomó las manos que sostenían la taza de café con una suavidad que contrastaba con la urgencia de su mirada. Sus dedos, cálidos y firmes, se entrelazaron con los de ella, y su voz se tiñó de curiosidad.

—¿Y tu anillo? —preguntó, señalando su mano desnuda.

Leonela se quedó helada, su mirada cayendo sobre su dedo vacío. Un rubor traicionero trepó por sus mejillas, y bajó la vista, como si el suelo pudiera ofrecerle una excusa. El recuerdo de aquel día fatídico regresó como una puñalada: el día de su boda, cuando Paul, su prometido, la había traicionado con Cassandra. Leonela, con el corazón lleno de esperanza, le había dado el anillo de su abuela a Paul, un gesto íntimo, un símbolo de su amor y del legado de su familia. “No compres otro”, le había dicho, su voz temblando de emoción. “Este anillo es mi abuela, es mi madre, es todo lo que soy”. Pero Paul, sin un ápice de vergüenza, se lo había arrancado de las manos cuando Leonela los descubrió juntos, sus cuerpos entrelazados en un rincón. Y Cassandra, con una crueldad que aún quemaba, había tomado el anillo de Leonela y lo había arrojado a la piscina de hotel, su risa resonando mientras el metal se hundía en el agua.

—Me siento… rara usándolo —admitió Leonela, su voz un murmullo, como si temiera que la verdad la traicionara—. No es que no me guste. Es precioso. Pero… —Hizo una pausa, sus ojos nublándose con el peso del recuerdo—. El anillo que aventó a la piscina Cassandra, era todo lo que me quedaba de mi madre. Lo destiné a Paul porque creí que él… —Su voz se quebró, y apretó los labios, luchando contra las lágrimas—. Creí que él lo valoraría, pero me traicionó con Cassandra, y ella lo tiró ese día al agua como si fuera basura.

Enrique frunció el ceño, su expresión oscilándose entre preocupación y una furia contenida que Leonela no pudo descifrar. En su mente, las palabras de ella resonaron, cada una un eco de su propio secreto.

—¿Sabes? —dijo, su voz cuidadosamente casual, aunque un leve temblor lo traicionó—. Extrañamente compartimos el mismo sentimiento; ese fue el anillo de mi abuela. Gerania Enríquez, la persona que me crió.

Leonela parpadeó, sorprendida por la revelación. Sus ojos se posaron en el anillo, las letras brillando bajo la luz del sol que se colaba por la ventana, como si guardaran una historia que él no estaba listo para contar.

—¿Gerania Enríquez? —repitió, probando el nombre en su lengua, su curiosidad encendida—. Suena… importante. Como alguien que dejó una marca.

Enrique no respondió, su mirada esquivando la de ella por un instante. El silencio entre ellos se volvió denso, cargado de preguntas no pronunciadas. Leonela, sintiendo el cambio en el aire, dio un paso hacia él, su mano deteniéndose antes de que alcanzara la puerta.

—Enrique —dijo, su voz suave pero firme, sus ojos buscando los de él en la penumbra de la cocina—. No es que no me guste el anillo que me diste. Es solo que… significa tanto el que está en la piscina. Era lo único que me dejó mi madre, y cuando Cassandra lo tiró, sentí que perdía una parte de mí.

Enrique, con el corazón en un puño, la miró con una intensidad que amenazaba con deshacerlo. Quiso decirle la verdad, que su vida estaba tejida de secretos que podían destruirlos. Pero en cambio, esbozó una sonrisa, su voz firme a pesar de la tormenta en su interior.

—Lo recuperarás, Leonela —dijo, con una certeza que resonó como una promesa—. No importa lo que Cassandra intente. No dejaré que te arrebaten nada más.

Leonela lo miró, sorprendida por la vehemencia en sus palabras. Una chispa de duda cruzó su mente. ¿Para alguien que no tiene mucho, eres muy optimista? pensó, pero las palabras se transformaron en una pregunta suave, teñida de desafío.

—¿Cómo estás tan seguro? —preguntó, su tono era una mezcla de curiosidad y escepticismo—. No tienes mucho, Enrique, y aun así hablas como si pudieras mover montañas.

Él sonrió, una sonrisa que era mitad encanto, mitad misterio, sus ojos brillando con una chispa que la desafiaba a creer en él.

—No sé a qué te refieres —respondió, guiñándole un ojo con una ligereza que escondía el peso de su secreto—. Pero sí, soy optimista. Alguien aquí tiene que serlo.

Sin darle tiempo a replicar, se inclinó y depositó un beso fugaz en su frente, un gesto que era tanto despedida como promesa, su aliento cálido rozando su piel como una caricia. Luego, salió de la casa, la puerta cerrándose tras él con un chasquido que resonó en el silencio, dejando a Leonela sola con el eco de sus palabras y el aroma del café enfriándose en su taza.

Enrique sacó su celular, su rostro endureciéndose con una determinación fría. El sol ardía en el cielo. Marcó un número, y la voz de Arnulfo respondió al primer timbre.

—¿Jefe? —dijo Arnulfo, su tono alerta a pesar de la hora, el sonido de papeles revueltos al fondo sugiriendo que estaba en la recepción.

—Necesito tu ayuda —respondió Enrique, su voz baja, cargada de urgencia—. Reúne a tres de los muchachos. Los quiero en la piscina ahora.

—¿La piscina? —preguntó Arnulfo, una nota de confusión colándose en su voz.

—Si, la piscina —cortó Enrique, su tono no admitiendo discusión—. Busquen un anillo.

Minutos después, el sol abrasador colgaba sobre la piscina del hotel, su superficie brillando como un espejo roto, ocultando secretos en sus profundidades. Tres empleados, con traje de baño y expresiones de concentración, se movían con precisión, revisando cada centímetro del fondo con redes y linternas. El agua ondulaba suavemente, reflejando el cielo como si se burlara de sus esfuerzos. Arnulfo, afuera de la piscina, observaba con los brazos cruzados, sus lentes reflejando el resplandor del agua, su rostro una mezcla de curiosidad y resignación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.