Un Lugar En El Medio

15:41, hoy

El acuario tenía ese aire de asombro contenido, un espacio donde la luz se filtraba a través del agua, reflejando sombras y colores sobre los rostros de los visitantes. Era un evento organizado para los niños del hospital, una pequeña escapada de la rutina clínica para que pudieran experimentar algo distinto, algo más allá de pasillos blancos y monitores. La entrada olía a sal y a ese aroma peculiar de espacios cerrados con agua en movimiento. Había niños señalando con emoción los carteles de especies marinas y padres que ajustaban bufandas o mochilas sobre sus hombros, listos para una jornada de descubrimientos.

Dai y Hana llegaron caminando con paso tranquilo, la niña saltando de emoción con cada paso. Dai se sentía un poco fuera de lugar entre el entusiasmo colectivo, pero cuando vio a Elijah cerca de la boletería, sintió una extraña mezcla de sorpresa y algo más difícil de definir.

Él tenía algo escondido detrás de sí, y cuando Hana se acercó, lo reveló con una media sonrisa: un llavero de peluche con forma de nutria.

—¡Es un bebé! —exclamó Hana con los ojos muy abiertos, sosteniéndolo entre sus manos—. ¡Mami, mira! Ahora Kawa-chan tiene un hijito.

Dai parpadeó, sorprendida. Aún recordaba con claridad la tarde en que Elijah le había regalado aquel peluche hace años. Ahora tenía otro nombre y otra historia. Estaba desgastado y deshilachado, parecía haber vivido mil vidas. Pero su aspecto deslucido ocultaba una calidez y un cariño que solo años de abrazos y caricias pueden dar.

Su mirada se topó con la de él por un instante, y él respondió con un leve encogimiento de hombros, minimizando el momento. Pero sí que significaba algo.

—¿Kawa-chan? —preguntó Elijah con una leve confusión.

—Así lo llama Hana —explicó Dai con una sonrisa suave—. Le pareció más apropiado.

Elijah frunció el ceño con leve diversión.

—Recuérdame cómo se llamaba antes.

Dai dudó un momento antes de responder.

—Shiro.

Elijah asintió lentamente, reconstruyendo con esfuerzo un recuerdo borroso. Dai sintió un nudo en el estómago. No era gran cosa, pero el simple hecho de que Elijah hubiera elegido una nutria como regalo le golpeó de una forma que no esperaba. Había cientos de peluches en esa tienda de souvenirs. Pudo haber sido un tiburón, una estrella de mar, cualquier cosa. Pero eligió eso.

—Gracias, Elijah —dijo Hana con una sonrisa radiante.

—De nada, pequeña —respondió él, revolviéndole el cabello con afecto.

Hana corrió a mostrarles a sus amigos su nueva adquisición. Félix, un niño de lentes gruesos y una curiosidad insaciable, comenzó a explicarle con entusiasmo y una pronunciación cuestionable de la letra "r", cómo las nutrias suelen escoger su piedra favorita, mientras Maya, más reservada, se mantenía un poco detrás de ellos con la mirada clavada en el animal.

Dai carraspeó, cruzándose de brazos.

—¿Y qué? ¿No tenías mejores planes para un sábado? —preguntó con fingida indiferencia—. Como...no sé... ¿una cita tal vez?

Elijah arqueó una ceja y sonrió con algo de burla.

—No, mi apretada agenda de citas se cancela automáticamente cuando Hana me invita a ver peces —respondió con exagerado dramatismo.

Dai rodó los ojos con una leve sonrisa mientras Hana reía divertida.

—¡Tienes suerte, Elijah! Si no, te habrías perdido al tiburón gigante —dijo Hana, señalando la entrada con entusiasmo.

Caminaron juntos dentro del acuario, dejando que los niños avanzaran mientras ellos se detenían a ver los tanques. Las luces azuladas y el movimiento pausado de los peces creaban una atmósfera de tranquilidad. Elijah mantenía las manos en los bolsillos, observando cómo la luz refractaba en el agua.

—Así que... —dijo Dai, después de un rato—. ¿Qué has estado haciendo estos días?

—Trabajando. Pintando. Pensando en qué rayos presentaré en mi próxima exposición —respondió él con un suspiro.

—¿Aún nada decidido? —preguntó ella con curiosidad.

—Oh, tengo muchas ideas. Demasiadas. Lo difícil es elegir cuál vale la pena plasmar en un lienzo y cuál solo es ruido en mi cabeza —admitió Elijah.

Dai asintió, entendiendo la sensación de sobrecarga mental. No era tan diferente a lo que ella sentía últimamente.

—¿Y tú? —preguntó él—. ¿Has encontrado algo de tiempo para ti, aparte del trabajo y Hana?

Dai se rió sin humor.

—¿Tiempo para mí? Buena pregunta.

Elijah la observó de reojo, parecía que le hubiera gustado decir algo más, pero en lugar de eso, se enfocó en los peces que pasaban frente a ellos.

—Siempre has sido más de agua que de tierra —comentó él de repente.

—¿Qué? —Dai lo miró con el ceño fruncido.

—Te gustaba nadar más que cualquier otra cosa. Y mojarte en la lluvia. Recuerdo que una vez intentaste convencerme de que podíamos vivir en el agua si aprendíamos a contener la respiración lo suficiente... Incluso te dibujaste branquias en el cuello con marcador permanente. Tu madre estaba tan enojada —Elijah sonrió con nostalgia.

Dai se rió, negando con la cabeza.

—Eso suena como algo que yo haría —admitió—. Pero nunca fuiste de los que se dejaban persuadir fácilmente.

—No. Pero te seguía de todos modos.

Se quedaron en silencio por unos segundos. Luego Dai desvió la mirada, sacudiendo la cabeza con una sonrisa.

Más adelante, encontraron a Hana y sus dos amigos en la zona de dibujo. Hana corrió a mostrarle a Elijah lo que estaba pintando, tirando suavemente de su mano.

—¡Dibuja algo con nosotros! —dijo ella con entusiasmo.

—No sé si pueda superar tu arte, pero lo intentaré —respondió él, sentándose en el suelo junto a ellos.

Dai se quedó de pie, observándolo. Era sorprendente lo bien que se desenvolvía con los niños, atraídos por un imán natural que parecía llevar dentro.

Elijah comenzó a ayudar a Maya a esbozar un delfín en su hoja de papel, mientras Félix le daba una clase improvisada sobre biología marina. Dai, con los brazos cruzados, se encontró a sí misma sonriendo sin darse cuenta. No por lo que veía, sino por lo que significaba. Elijah no estaba ahí por obligación. Estaba ahí porque quería.




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