Contra todo pronóstico, Dai se había sentido extrañamente tranquila durante esos días en casa de sus padres. Quizás no era tanto la paz como una especie de suspensión temporal, un lugar donde las responsabilidades adultas quedaban fuera de las paredes de esa casa de madera con aroma a sopa de miso y lavanda. Dormir en su antigua habitación, entre libros que ya no le gustaban y pósters que habían perdido el color, era como entrar en una versión anterior de sí misma. Una más sencilla. Una que aún creía que el amor se resolvía solo con escribir nombres entre corazones en los márgenes de los cuadernos.
Pero, como siempre, la tranquilidad en su familia era un bien escaso y frágil.
Después de un día agotador —entre el paseo por la feria, los comentarios punzantes de su madre y las conversaciones tensas que esquivaban todo lo que importaba—, Dai estaba en el baño lavándose los dientes. El reflejo del espejo le devolvía un rostro más cansado del que recordaba. Tenía el cabello recogido de cualquier forma, las mejillas sonrojadas por el vapor, y las ojeras marcaban con precisión quirúrgica los días sin dormir. Aun así, por dentro, se sentía algo menos revuelta que antes.
Hasta que un estruendo retumbó en el pasillo.
La puerta se abrió de golpe.
—¡DAI ELEANOR MORI! —Naomi apareció envuelta en una bata de flores, con el dramatismo de una actriz secundaria a punto de robarse la escena—. ¡NO PUEDO CREERLO! ¡¿Cómo pudiste ocultarme esto?! ¡Soy tu hermana! ¡Tu sangre! ¡TU CONSEJERA SENTIMENTAL DESIGNADA POR EL DESTINO!
Dai se quedó inmóvil, con el cepillo de dientes colgando de la boca y la espuma escurriendo por un costado de sus labios.
—¿Qué...? —logró articular con dificultad.
—¡No te hagas la inocente! —Naomi movía las manos con la urgencia de quien intenta resolver algo suspendido en el aire—. ¡Hana me lo contó TODO! ¡Y Aiko lo confirmó! ¡Ese amigo tuyo, el alto, el misterioso, el que le compra nutrias a mi sobrina! ¡ES ELIJAH! ¡EL Elijah!
Dai sintió una corriente eléctrica recorrerle la espalda. Cerró los ojos, como quien espera que el temblor pase sin causar derrumbes.
—Naomi, baja la voz. Vas a despertar a papá —susurró, intentando calmar la situación.
—¡Que despierte! ¡Que todo el mundo despierte! ¡Esto es una revelación histórica! —Naomi avanzó hasta el dormitorio como un vendaval y se dejó caer en la cama de Dai con el dramatismo de una heroína de telenovela coreana—. ¡Yo siempre supe que esto pasaría! ¡Siempre! ¡Desde que éramos adolescentes y tú suspirabas en silencio cada vez que él pasaba cerca! ¡Literalmente lo mirabas como si fuera una canción triste con piernas!
—No hacía nada de eso —bufó Dai, cruzándose de brazos.
—¡Claro que lo hacías! —Naomi se giró hacia Aiko, que observaba la escena con los brazos cruzados y su expresión impasible de siempre—. ¡Dime que no estoy loca!
Aiko masticó un trozo de galleta antes de responder con su tono monótono.
—No estás loca. Estás exagerando. Pero sí, se veía venir.
Naomi lanzó un grito ahogado y rodó dramáticamente hasta caer en la alfombra.
—¡SE VEÍA VENIR! —repitió con las manos en el rostro—. ¿Y me lo ocultaste? ¿A mí? ¿A tu hermana que te quiere más que a nadie? Dai, estoy dolida. Herida. TRAICIONADA.
Dai resopló, dejándose caer en la silla del tocador. Se frotó el rostro con ambas manos.
—No hay nada que ocultar. Nos encontramos en el hospital. Luego aquí. Hablamos un poco. Fin.
Naomi se incorporó de un salto, con la urgencia de quien defiende su religión después de haber sido insultada.
—¡¿Fin?! —repitió, escandalizada—. ¡¿FIN?! Dai, esto es el principio. ¡Hana lo adora! Aiko ya lo validó. ¡Yo estoy lista para escribir mi discurso de boda!
—Ni siquiera estamos saliendo —espetó Dai.
—¡Por ahora! —Naomi le guiñó un ojo, en ese modo suyo de insinuar que siempre va un paso adelante—. Pero dime una cosa, hermanita adorada... ¿cuántas veces lo has visto desde que reapareció en tu vida?
Dai abrió la boca para responder, pero ninguna cifra salió.
Naomi alzó las cejas con deleite.
—¡Exactamente lo que pensaba! ¡Esto es el destino disfrazado de casualidad! ¡La vida te está dando una segunda oportunidad con el hombre que te rompió el corazón sin saberlo! ¡Esto es una comedia romántica de las buenas!
—¿Puedo dormir ahora? —interrumpió Aiko desde el pasillo—. ¿O van a seguir gritando sobre el amor a las dos de la mañana?
—¡El amor nunca duerme! —gritó Naomi dramáticamente.
—Yo sí —respondió Aiko, y se fue sin más.
Dai se dejó caer de espaldas sobre la alfombra, cubriéndose la cara con una almohada.
—Esto es ridículo...
—No lo es —dijo Naomi con voz más suave. Se sentó a su lado y le quitó la almohada del rostro—. Es hermoso. Es... vulnerable. Tú estás vulnerable. No lo digo para molestarte. Lo digo porque te conozco. Porque te vi durante años encerrarte en una armadura de eficiencia y autosuficiencia. Y ahora, de pronto, estás cocinando sopa con un tipo que te conoce desde que coleccionabas cartas de anime y llorabas con películas tontas.
Dai no respondió. Tragó saliva.
—No sé qué hacer —murmuró al fin.
—No tienes que saberlo. Solo... no huyas. No lo sabotees.
Silencio. Dai miró al techo con los ojos húmedos. El corazón le latía lento, en busca de un ritmo nuevo, más sincero.
—¿Y si me equivoco?
—Entonces te equivocas —respondió Naomi, acariciándole el cabello como cuando eran niñas—. Pero al menos lo intentaste.
Un largo minuto pasó sin palabras. Luego Naomi se levantó de golpe.
—¡Dios mío! ¡Necesito planear tu vestido de compromiso!
—¡Naomi! —protestó Dai, lanzándole un cojín que ella atrapó con agilidad felina.
—¿Crees que estoy bromeando? —dijo, saliendo de la habitación—. ¡Tengo un tablero de Pinterest listo desde 2003!
Y así, Dai se echó a reír por primera vez en todo el día.
Curiosamente, Pinterest no se fundó hasta 2010.