Un Lugar En El Medio

17:54, hoy

El cielo de la ciudad tenía ese tono plomizo que no terminaba de oscurecer el día, pero tampoco le daba tregua a la luz. Un gris cansado, viscoso, saturado de las preocupaciones que flotaban en el aire. Dai descendió por los escalones del edificio donde trabajaba, un bloque de oficinas impersonales que olía a café recalentado y a carpetas viejas. Mientras caminaba hacia la parada del autobús, se acomodó la bufanda alrededor del cuello con una torpeza mecánica, su cuerpo moviéndose por pura inercia.

Había tenido uno de esos días donde nada salía particularmente mal, pero todo resultaba agotador. Había estado frente a la computadora más horas de las que su espalda podía tolerar, lidiando con tareas que se acumulaban sin cesar, conversaciones que la irritaban más de lo que deberían, y la certeza silente de que Hana estaba internada, lo que teñía todos sus pensamientos con una tonalidad agria. El dolor de cabeza empezó como una presión detrás de los ojos a media tarde y ahora se había instalado en su frente, con la sensación de tener una piedra incrustada entre las cejas. No era el peor que había tenido, pero era lo bastante molesto como para que el ruido de los autos le pareciera insoportable.

El autobús llegó con su clásico quejido metálico. Subió sin prestar demasiada atención, saludó con una leve inclinación de cabeza al conductor y avanzó por el pasillo hasta encontrar un asiento junto a la ventana. Se dejó caer con un suspiro y apoyó la frente en el vidrio, que estaba frío y empañado por la diferencia de temperatura. Cerró los ojos por un momento, buscando refugio en la oscuridad.

No duró mucho.

Sintió cuando alguien se sentó a su lado. Lo percibió por el cambio en el peso del asiento, por la forma en que el abrigo del otro rozó levemente su brazo. Abrió los ojos con fastidio contenido, esperando ver a un desconocido cualquiera. Pero no. Era Elijah.

Tenía el cabello un poco revuelto, como si se lo hubiera despeinado varias veces con las manos, y llevaba el abrigo abierto, dejando entrever una camisa desabotonada en el cuello. Sus ojeras parecían más profundas que de costumbre y, por un segundo, parecía tan sorprendido de verla como ella a él.

—Vaya sorpresa, ¿no? —dijo él, en voz baja.

Dai levantó una ceja, sin poder evitar una sonrisa cansada.

—No sé si llamarlo sorpresa o simplemente una prueba más de que esta ciudad es demasiado pequeña.

—O el destino. —Elijah arqueó una ceja con fingida solemnidad.

Ella resopló, divertida a pesar del dolor de cabeza. Se permitió mirar por la ventana de nuevo, donde empezaban a formarse pequeñas gotas de lluvia que resbalaban con parsimonia por el cristal. El murmullo de la ciudad, amortiguado por el vidrio y el rugido del motor, se convirtió en un fondo borroso que no requería atención.

Estuvieron en silencio durante algunos minutos. Un silencio cómodo. Elijah no era de los que llenaban el aire con palabras innecesarias, y ella se lo agradecía. En su presencia, incluso la quietud parecía más fácil de sobrellevar.

—¿Día pesado? —preguntó él al cabo de un rato.

Dai asintió, sin mirarlo.

—Sí. Largo y cansado. ¿Y el tuyo?

—Papeles. Trámites. Citas médicas. Nada emocionante —respondió, encogiéndose de hombros.

—Mmm.

—¿Vas al hospital?

—Sí. Hana está con su papá ahora, pero... quería verla igual. Y mi auto todavía está en el taller, así que...

Elijah asintió lentamente.

—Coincidencia entonces.

La palabra flotó en el aire un momento. Dai lo miró de reojo. Tenía los dedos apoyados sobre la rodilla, tamborileando de forma casi inconsciente, como siempre que algo lo inquietaba. Esa manía suya seguía ahí, intacta, como muchas otras cosas que él creía haber dejado atrás.

—¿Y tu padre? —preguntó ella, sabiendo que era una zona minada.

Elijah tardó más de lo necesario en responder.

—Igual. —Su voz salió tensa, con ese matiz que ya no era rabia, sino agotamiento.

Dai no insistió. No había respuestas que aliviaran lo que Elijah cargaba. En lugar de seguir preguntando, sacó su teléfono, escribió algo sin mirarlo y luego giró la pantalla para mostrársela: "Si quieres evitar la conversación incómoda, finge que te estoy enseñando algo gracioso."

Elijah parpadeó. Le costó un segundo entender el mensaje, pero luego rió, bajo y sin fuerza, con una especie de empujón suave desde adentro. Se llevó una mano a la boca para contener la carcajada y negó con la cabeza.

—Eso fue gracioso —murmuró.

—Ya ves. Debería haber sido comediante.

—Un talento desperdiciado —concedió él, y por un instante, sus ojos se encontraron. No había ironía ni cinismo. Solo una especie de complicidad callada.

El autobús redujo la velocidad frente a una esquina iluminada. La lluvia había aumentado. El sonido tenue del agua golpeando el techo del vehículo creaba una atmósfera extrañamente íntima. Entonces sucedió algo pequeño, insignificante, pero revelador: al moverse al mismo tiempo para acomodarse en el asiento, sus manos se rozaron.

Ninguno de los dos se apartó de inmediato.

El contacto fue breve. No buscado. No sostenido. Pero bastó para cargar el aire de electricidad estática.

Dai tragó saliva y desvió la mirada. Elijah carraspeó y fingió observar el letrero de paradas. No dijeron nada, pero tampoco era necesario.

Afuera, el cielo estallaba en gotas finas y constantes. El autobús parecía flotar por las calles mojadas. Nadie dentro parecía tener prisa.

Finalmente, unas cuadras antes del hospital, Elijah se puso de pie.

—Bajo aquí —dijo, acomodando su bolso.

Dai lo miró, extrañada.

—¿No ibas al hospital?

Él dudó un segundo antes de responder.

—Sí. Pero... necesito caminar un poco antes.

Dai asintió lentamente. No lo cuestionó. A veces, caminar era la única forma de ordenar lo que uno no sabía cómo nombrar.

—Nos vemos luego entonces.

Elijah dio un paso hacia la salida, pero antes de bajar, se giró apenas. Su mirada se posó en ella, como queriendo decir algo más, algo importante. Pero las palabras no llegaron.




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