Un Lugar En El Medio

13:44, hoy

La tierra todavía estaba húmeda por la llovizna de la noche. Dai había clavado las rodillas sobre un trozo de cartón y, con las manos sucias hasta los nudillos, aflojaba la tierra alrededor de una mata de puerro. Elijah sostenía abierta una bolsa de arpillera para que ella dejara dentro las raíces limpias. Llevaban un rato ahí: no hablaban mucho, pero había una comodidad sencilla en el sonido de la tierra, el roce de las hojas y el crujir suave de la malla que delimitaba el pequeño huerto.

—Podrías no arrancarle media vida al siguiente —murmuró Elijah.

—Podrías agradecer que no te hice venir con un azadón —replicó ella, dejando otro puerro en la bolsa—. Esto es trabajo especializado.

Él hizo un gesto evaluador, midiendo la mercancía con la mirada.

—Voy a darle cuatro estrellas. Le falta presentación.

Dai estaba a punto de contestar cuando la puerta trasera de la casa se abrió con un golpe seco. El chirrido de las viejas bisagras interrumpió la quietud.

Rin apareció en el umbral con una bandeja de tazas apiladas. Dio dos pasos hacia fuera sin levantar la vista, hablando ya sobre otra cosa.

—Dai, ¿dejaste el cebollino en el refrigeradora o—?

Se detuvo. Las tazas tintinearon. Su mirada saltó de la espalda de su hija, inclinada sobre la tierra, a la figura alta que estaba arrodillada junto a ella. Elijah se incorporó despacio, casi instintivamente, buscando en ponerse de pie alguna defensa.

Pasaron dos segundos largos.

—Rin. Buen... día —dijo él, la voz más suave de lo que pretendía.

La madre de Dai no respondió de inmediato. Lo miró intentando encajar piezas de un recuerdo viejo; el rostro le cambió apenas, no hacia la alegría ni hacia el enfado, sino hacia una incredulidad contenida.

—Elijah —pronunció al fin, como probando si el nombre todavía encajaba en la boca.

Dai dejó el puerro a medias y se limpió las manos en el pantalón.

—Mamá —intervino antes de que aquello se cargara de algo que no quería—. Lo encontré en el mercado. Me ayudó con las bolsas.

Rin mantuvo la bandeja apretada contra el abdomen. Un músculo le tembló en la mandíbula.

—Pensé que estabas... —se corrigió sola—. No sabía...

Rin miró a su hija, después a él, y finalmente soltó el aire. Dejó la bandeja sobre la repisa exterior.

—Andreas está despierto —dijo, aparentemente eligiendo de manera deliberada una frase neutra—. Y Naomi ronda la cocina con demasiado tiempo libre. Si vas a entrar... —lo miró otra vez, midiendo—, entra. Antes de que ella te vea desde una ventana y monte un espectáculo en el jardín.

Se giró y desapareció de nuevo en la casa.

Elijah soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.

—Eso no fue tan terrible —dijo Dai, intentando sonar ligera.

—Estoy temblando por dentro —respondió él.

Terminaron de juntar los puerros en silencio y cruzaron juntos el tramo de césped hacia la puerta. El interior olía a caldo y a pan tostado. Elijah no traspasaba ese umbral desde que era un adolescente. No había fotos suyas, nunca las hubo, pero la casa le devolvió el eco de las voces de entonces, de domingos con ruido. Ahora, cada cosa lucía más pequeña.

—¿Quién vino? —se escuchó desde el pasillo una voz cantarina.

Naomi apareció antes de que Dai pudiera responder: falda vaporosa, el pelo recogido de cualquier manera y un cuchillo pequeño en la mano, sostenido con la naturalidad de un accesorio. El cuchillo cayó a la encimera sin mirar cuando sus ojos se fijaron en él.

—No. —Se llevó una mano a la boca—. No puede ser. —Se giró hacia dentro de la casa—. ¡Mamá! ¡Aiko! ¡No me dijeron que invitarían al fantasma!

Dai hizo una mueca.

—Naomi...

—¿Qué? —Ella avanzó, los ojos brillándole entre la diversión y la sorpresa—. Está vivo. Y tiene cara de adulto. Qué fuerte.

—Hola, Naomi —dijo Elijah.

La mujer lo rodeó, con la mirada precisa de quien examina un objeto en subasta. Luego le dio un abrazo rápido que lo dejó rígido.

—Si te asustas, lo finjo —susurró ella antes de apartarse—. Dios, esto es mejor que la televisión.

Una figura más discreta se asomó detrás: Aiko, con una cesta de limones contra la cadera. Lo miró, inclinó apenas la cabeza a modo de saludo y se fue directamente al fregadero sin hacer ruido. Esa economía de gestos no había cambiado.

Desde la sala llegó el chirrido característico de ruedas sobre madera. Andreas maniobró su silla hasta el marco de la cocina. Había perdido volumen, pero mantenía en los ojos un brillo obstinado.

—¿Qué es esta reunión? —preguntó, antes de detenerse en seco—. Vaya. —El silencio que siguió fue distinto al de los demás; uno cargado de un pasado que solo comparten dos hombres separados por demasiados años.

Elijah se acercó un paso.

—Señor... Andreas —corrigió a mitad de frase, como si intentar mantener la distancia fuera más fácil que admitir el afecto—. Buenas tardes.

El hombre lo estudió de arriba abajo, sin disimulo. Al final asintió con el rostro serio.

—Tardaste.

No estaba claro si era un reproche o una constatación. Elijah aceptó cualquiera de las dos.

—Lo sé.

Naomi intervino, incapaz de soportar la densidad un segundo más.

—Bueno, antes de que esto se vuelva una sesión de espiritismo: ¿se queda a comer o vamos a pretender que vino solo a dejar verduras?

—Se queda —respondió Rin desde la encimera sin pedir permiso a nadie. No miraba a Elijah mientras cortaba cebollino, pero la decisión estaba tomada.

Había sillas. Había platos ya dispuestos a medio preparar. Y había ese silencio tanteador que se instala cuando una estructura vieja se prueba a sí misma para ver si todavía aguanta peso.

—Puedo ayudar —dijo Elijah, rompiendo la inmovilidad—. Si me dicen qué cortar o qué lavar.

Rin le deslizó un cuenco con papas ya hervidas.

—Pélalas. Sin destrozarlas —añadió.

Él tomó un cuchillo. Sus manos, que solían tener pintura clavada en los pliegues de siempre, ahora se llenaban de almidón y vapor. Naomi se sentó frente a él con el codo en la mesa, observando descarada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.