Un Lugar En El Medio

20:02, hoy

La lluvia repiqueteaba contra los ventanales del departamento con una insistencia suave, casi perezosa. Mientras tanto, la televisión escupía una mezcla absurda de gritos, risas forzadas y efectos de sonido innecesarios. En la pantalla, tres concursantes con exceso de ego discutían sobre quién había ensuciado una licuadora.

—¿Esto es lo que ves para relajarte? —preguntó Elijah, con una ceja arqueada mientras observaba de reojo el caos audiovisual.

—No me juzgues —replicó Dai desde el otro extremo del sofá, con una expresión demasiado seria para lo que acababa de decir—. A veces mi cerebro necesita apagarse por completo. Esto es como... meditación moderna.

—Claro. Gritos y acusaciones por quién robó un plátano. Muy zen.

Ella le dio una leve patada en la pierna con el talón, sin despegar los ojos de la pantalla.

Dai estaba recostada del lado derecho, con las piernas sobre las de él. Elijah, por su parte, se había dejado caer hacia atrás, una mano detrás de la cabeza y la otra apoyada casualmente sobre la rodilla de ella. En algún momento, habían terminado compartiendo una manta. Elijah no había dicho nada cuando ella la sacó del respaldo del sillón, simplemente se la acomodó sobre ambos sin preguntar.

En la mesita, un par de libros abiertos, una caja de donas a medio terminar y la botella de vitamina C que él seguía trayendo como ritual no verbal. Hana no estaba; Philip la había recogido esa mañana para llevarla a un chequeo general y después pasar el día con ella.

Dai había insistido en que todo estaba bien, que podían aprovechar el tiempo para no hacer nada. Y eso era lo que habían estado haciendo: no hacer nada, en la manera más íntima posible. Cuerpos cerca, silencio compartido, las manos de Elijah rozando de vez en cuando la manta que cubría sus hombros, o los dedos de ella apoyándose por descuido en su pantorrilla.

—¿Sabías —murmuró Elijah, sin levantar la vista de un diccionario decorativo que había empezado a ojear— que en galés la palabra para "hoguera" es coelcerth?

Dai sonrió sin mirarlo.

—Tienes una obsesión no resuelta con las palabras impronunciables.

—Me intrigan. Dicen más de lo que parecen.

—¿Y qué dice esa?

—Según esto —respondió él, su dedo índice recorriendo la página amarillenta—, en una celebración pagana, las familias colocaban piedras con sus nombres en el fuego, y al día siguiente... buscaban su piedra entre las cenizas. Si faltaba, morirían en un año.

Ella resopló una risa seca.

—Una hoguera que predecía el destino. Poético.

El timbre interrumpió la conversación. Dai frunció el ceño, dejando la taza a un lado.

—¿Esperas a alguien? —preguntó Elijah, alzando una ceja.

—No...

Se puso de pie con lentitud, aún envuelta en la manta, y fue hacia la puerta. Elijah escuchó los pasos suaves, el clic del cerrojo, y luego la voz de Dai, contenida.

—Philip.

Eso bastó para que Elijah se incorporara, pero no fue a la puerta. Se quedó allí, a medio camino entre quedarse y desaparecer.

—No quiero molestar —dijo Philip desde el umbral—. Solo venía a dejar esto.

El tono era amable, pero firme. El tipo de amabilidad que viene con una historia compartida. Elijah no podía oír cada palabra, pero entendía por el silencio que la conversación tenía peso.

Minutos después, Dai regresó con un sobre blanco en la mano. No dijo nada al principio. Se limitó a caminar de vuelta a la sala, se sentó en el mismo sitio, esta vez con la manta más ajustada a su cuerpo.

Elijah se sentó frente a ella, en el suelo.

—¿Todo bien? —preguntó, casi en un susurro.

—Sí —respondió Dai, sin moverse—. Resultados de laboratorio. Hana... está estable. Es todo.

Él notó la forma en que los dedos de ella apretaban el borde del sobre, y se enderezó un poco más.

—¿Estás bien?

—Sí. Solo estoy... procesando.

—¿Procesando qué?

—Todo —respondió, dando por hecho que era evidente—. Tú. Él. Esto.

Elijah la observó en silencio. Podía sentirlo cambiar todo: la energía, el ritmo, incluso la forma en que ella sostenía los hombros, un poco más rígidos.

—¿Estás incómoda porque vino o porque yo estoy aquí?

—No es eso.

—Entonces... ¿qué es?

Ella lo miró. Por primera vez en la noche, sin sonrisa.

—Me cuesta cuando los mundos se cruzan. Mi familia, Hana, tú... todo eso ha estado separado durante tanto tiempo que... cuando choca, no sé qué hacer.

—No estoy entendiendo. ¿Crees que él se molestó por verme?

—No lo sé —admitió—. Pero no es eso lo que me inquieta. Es... más bien cómo me sentí yo.

—¿Y cómo fue?

—Como si estuviera haciendo algo mal.

Él sintió el golpe sordo de esas palabras, aunque fueran honestas. No por lo que implicaban, sino por cómo las dijo: con una distancia que no había estado allí unos minutos antes.

—¿Estás diciendo que lo que estamos haciendo es un error?

—No —dijo con firmeza—. Pero a veces me pregunto si tengo derecho a empezar de nuevo. A mover las piezas cuando hay otras personas involucradas.

Elijah se quedó en silencio. No porque no tuviera qué decir, sino porque no sabía cómo decirlo sin parecer desesperado. Porque la conocía. Sabía que Dai no se asustaba fácil, pero cuando lo hacía, se encerraba. Se alejaba.

—Dai... —empezó, sin saber muy bien a dónde iba—. ¿Qué?

—No tienes que decir nada —lo interrumpió ella con suavidad, pero firmeza—. No es contigo. No estoy dudando de ti.

—Pero estás dudando.

Ella no respondió. Eso fue suficiente.

Elijah se puso de pie y caminó hacia la ventana. Apoyó una mano en el marco. Afuera seguía lloviendo.

—¿Sabes lo que más miedo me da?

Dai lo miró en silencio.

—Que esto termine otra vez como antes. Que estés pensando que fue bonito mientras duró y ya.

—No estoy pensando eso.

—¿Entonces qué?

—Estoy pensando que tengo miedo. Miedo de arrastrarte conmigo en un mundo que ni yo entiendo del todo. Que estoy más cansada de lo que aparento. Que Hana me necesita entera y yo no sé si tengo la mitad de mí misma.




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