Un Lugar En El Medio

21:43, hoy

Dai había dudado hasta el último momento. El pase doble para la cena de fin de semestre llevaba semanas sobre la repisa del microondas, justo entre una factura de luz y una lista de cosas pendientes. Durante días pensó en dárselo a alguna compañera o, en el mejor de los casos, ir sola. No le gustaban esas cosas. Ni los brindis forzados, ni el vino barato, ni los intentos torpes por convertir la cordialidad de oficina en una amistad que pudiera sobrevivir fuera de una hoja de Excel.

Pero cuando se lo mencionó casualmente a Elijah —solo para desahogarse del estrés de tener que asistir— él le preguntó, con voz tranquila y sin ninguna expectativa: "¿Y si voy contigo?". No era una propuesta eufórica. Tampoco un ofrecimiento por compromiso. Fue más bien una disposición sencilla, casi tímida, que a Dai le pareció enternecedora. Le dijo que sí sin pensarlo demasiado, una respuesta que parecía haber estado ahí desde siempre, aguardando su turno.

El evento se llevó a cabo en una casa antigua que la empresa alquilaba para ocasiones especiales. No era particularmente elegante, pero tenía un jardín iluminado con guirnaldas cálidas y mesas al aire libre, donde las copas tintineaban más por nervios que por alegría real. El aire olía a romero, humo de parrilla y colonia de supermercado.

—¿Tú trabajas en una empresa que organiza esto? —le susurró Elijah mientras ella dejaba el abrigo en el perchero de entrada.

—Sí. Y lo peor es que lo hacen con entusiasmo.

Él rió por lo bajo. Le pasó una mano por la espalda, breve, suave. Nadie vio ese gesto, o si lo vieron, lo olvidaron pronto. Elijah vestía bien, pero no como alguien que intentaba impresionar. Camisa clara, chaqueta gris oscuro, zapatos lustrados pero con los cordones flojos. Dai, en cambio, había pasado demasiado tiempo frente al espejo. Al final, eligió un vestido azul marino sencillo y un peinado a medias, esa clase de arreglos que simulan descuido aunque estén milimétricamente pensados.

—Me siento como en una fiesta de otra vida —murmuró ella.

—Tú pareces la única cuerda.

—Eso no es un cumplido, ¿verdad?

—No sé. ¿Funciona como uno?

Caminaron juntos por el jardín hasta una mesa libre. Algunos compañeros la saludaron con una mezcla de sorpresa y cortesía. Nadie preguntó quién era Elijah. Nadie lo reconoció. Para todos, era simplemente alguien más. Y eso, por alguna razón, le provocó a Dai una punzada de incomodidad.

—¿Quieres vino? —preguntó ella, más para moverse que por ofrecer algo.

—Solo si tú también tomas.

—Necesito al menos dos copas para aguantar los discursos.

Él sonrió. Se quedó mirando cómo se alejaba, cómo saludaba brevemente a alguien del área de finanzas y luego volvía con dos copas de tinto. Al entregarle una, Elijah notó que su sonrisa era un poco más tensa que de costumbre.

—Dime en qué piensas.

—No mucho. Es solo que... no sé. Es raro verte aquí.

—¿Raro bien o raro mal?

—Raro inesperado. —Y añadió, casi como excusa—: Nadie en mi trabajo sabe que hay alguien en mi vida.

—Bueno, ahora sí.

—Sí —dijo Dai, mirando su copa—. Supongo que ahora sí.

Durante la cena, hablaron poco con los demás. Elijah se movía con esa calma contenida que algunos confundían con timidez. Respondía con cortesía, asentía en los momentos justos, hacía un par de preguntas que bastaban para no parecer ajeno. Nadie lo notaba incómodo, y sin embargo, hasta cierto punto, lo estaba. No como antes, cuando la atención lo paralizaba, sino como quien ha aprendido a llevar un traje que no le queda del todo, pero sabe cómo abotonar. Dai, por otro lado, nuevamente empezaba a sentirse un poco atrapada. No por él, sino por lo que representaba tenerlo ahí. La exposición. El cruce de dos mundos que durante años habían vivido separados, como dos habitaciones con candado.

En un momento, una colega del área de recursos humanos —Iona, que siempre tenía algo para contar— se les acercó con una copa de champaña y la lengua suelta por el alcohol.

—¿Así que esta es tu pareja misteriosa? —dijo en voz más alta de la necesaria.

Dai sonrió con amabilidad fingida.

—Él es Elijah, un... amigo.

June alzó las cejas.

—Ah. Un amigo. —Miró a Elijah, luego a Dai—. ¿Y desde hace cuánto son "amigos"?

—Desde hace mucho. Pero es complicado.

—Bueno, mientras lo pasen bien esta noche, ¿no? —dijo June, guiñando un ojo y alejándose con su risa estridente.

El silencio que quedó después fue breve, pero bastó para resquebrajar algo.

—No sabía que era misterioso —comentó Elijah, sin amargura, pero con una curiosidad que tenía filo.

—No eres misterioso. Eres... privado. Es distinto.

—Claro.

Siguieron comiendo. El jardín estaba lleno de conversaciones cruzadas, música instrumental a bajo volumen, y el tintinear constante de cubiertos y vasos. Elijah comía despacio. A veces miraba a Dai con una duda muda, quizás tratando de descifrar algo en su expresión que ella no sabía que dejaba ver.

Cuando acabaron el plato principal, Dai se excusó para ir al baño. No tardó mucho, pero al volver, lo encontró solo, observando una lámpara antigua que colgaba del porche.

—¿Todo bien? —preguntó ella, sentándose de nuevo.

Él asintió. Luego, sin mirarla, dijo:

—¿De verdad es tan complicado?

Dai no respondió enseguida. Miró su copa vacía. Se le tensaron los hombros.

—No es por ti. Es... por mí. Por lo que ha significado todo esto en mi vida. Lo que nos pasó. Lo que me pasó. A veces siento que si empiezo a ponerle nombres a las cosas, se deshacen.

—¿Y no crees que ya están hechas? —preguntó Elijah con suavidad—. Lo que somos. Aunque no lo digamos.

Ella bajó la mirada. Un nudo se le formó en la garganta. No era tristeza. Era cansancio. Era miedo. Era amor no dicho, contenido en tantas pequeñas cosas que, de pronto, parecía una caja a punto de estallar.

—A veces no sé cómo sostenerlo todo —murmuró.




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