Liverpool
El edificio era antiguo, con techos altos, suelos de madera que crujían como huesos viejos y una ventana enorme por donde entraba la luz del norte, helada y constante. Elijah lo alquiló sin pensarlo mucho, solo porque tenía buena iluminación para pintar y no quedaba en el centro. Le gustaba el silencio. Le gustaba no reconocer a nadie en la calle.
Habían pasado más de dos años desde que dejó el pueblo.
Se había ido con una mochila, un portafolio gastado y una beca repentina que apareció tras un correo de Marlowe: "El mundo está esperándote. Deja de esconderte."
La primera vez que expuso sus obras en la galería de Bristol, se quedó parado frente a un grupo de gente que hablaba en voz baja, señalando sus dibujos como descubriendo mapas de otro planeta. Nadie sabía que todos tenían nombre.
Con el tiempo, vendió cuadros. Hizo portadas de libros. Una empresa de diseño compró una serie completa de una de sus colecciones y usaron una de ellas como imagen de marca. La gente hablaba de "su estilo": melancólico, preciso, íntimo. Elijah solo pensaba en cómo algunas heridas se vuelven rentables si sabes encuadrarlas.
Londres
El piano sonaba distinto en las salas de conciertos grandes. Dai lo sabía. No porque sonara mejor o peor, sino porque ya no se escuchaba a sí misma. Era como tocar dentro de una pecera: todo se sentía amortiguado, lejano.
Philip, el director, —ese hombre enigmático que parecía sabérselo todo— había empezado a acompañarla a cenas de beneficencia, a reuniones donde nadie hablaba de música, a cafés que no eran solo cafés. Nadie le decía qué estaba pasando, pero todos lo sabían.
Y ella también. Aunque no lo quisiera nombrar.
No era feliz. Pero tampoco infeliz. Estaba en una zona gris de la que no sabía cómo salir.
Un lugar en el medio
"Quiero decirte que vi tu nombre en un afiche. Estás de gira. En Escocia. O eso decía el cartel. No me acerqué a leer más. No supe si era alegría o enojo lo que me recorrió el cuerpo. No sé si esto lo vas a leer. No sé si alguna vez lo voy a enviar."
Elijah dobló la carta en tres partes. La guardó en un cajón. Como todas las demás.
Cardiff
Naomi tecleaba con rapidez en su teléfono mientras recorría los pasillos del supermercado:
"Aiko dice que Elijah está en Liverpool. Salió en una revista de arte. Sus dibujos son increíbles!!! Me compré uno impreso, aunque me dolió pagar tanto 🙁."
"Btw, ¿me creerías si te dijera que se ha puesto bueno?"
Dai no respondió. Estaba en Edimburgo por una presentación. El hotel era feo. Llovía. Se le mojaron las partituras. Pensó en escribirle. Solo un "hola".
Pero no lo hizo.
Liverpool
Elijah cambió de número. Por seguridad, dijo su agente. Muchas personas llamando. Coleccionistas. Galerías. Prensa.
Cerró todas sus redes sociales personales. Mantuvo solo las profesionales, administradas por terceros. Un mecanismo de defensa para no saber nada.
Y sin embargo, una tarde, caminando por Renshaw Street, vio una marquesina:
"La Sinfónica de Londres – Gira Europa – Dai Mori (piano solista)"
No se detuvo.
No leyó fechas.
Siguió caminando como si el corazón no le hubiese dado un vuelco.
Como si no sintiera las piernas temblar.
Berlín
Dai tocó en la Philharmonie de Berlín con los ojos cerrados. Era su técnica para controlar los nervios. Visualizaba otra cosa: una colina, el sol bajando, un chico con cuadernos maltratados dibujando nubes.
Aplausos.
Luces.
Flores.
Y una sensación inexplicable de vacío.
Liverpool
Una galería francesa solicitó los derechos de reproducción de tres obras. Entre ellas, una titulada "El banco que no tiene nombre". Elijah dijo que sí, pero pidió que no cambiaran el título.
Ese mismo mes, su casero le dijo que podía comprar el edificio donde vivía, que había salido a subasta. Elijah lo hizo sin pensarlo demasiado. Era su primer acto impulsivo en años.
A veces, sentía que si tenía ese lugar, algún día ella podría encontrarlo. Como una brújula que apunta al norte aunque nadie sepa hacia dónde va.
Londres
En la sala del director de la orquesta, Dai hojeó una revista sin interés mientras él hablaba por teléfono. La dejó caer cuando vio una ilustración: un chico solo, en una banca de estación, con una maleta y una jaula vacía.
Lo reconoció sin leer el nombre.
Era él.
Elijah.
Pero no dijo nada.
Ni siquiera se permitió sonreír.
Un lugar en el medio
Una llamada entró un martes. Número desconocido. Dejó sonar.
Después, se arrepintió.
Marcó de nuevo. Nadie contestó.
Revisó su buzón de voz: vacío.
Nunca supo si fue ella.
Pero esa noche, volvió a soñar con el canal y con su vestido amarillo.
Un lugar en el medio
El sobre no tenía remitente, pero ella supo que no venía de ningún sitio real.
Era un sobre sin enviar. Un sobre que imaginó muchas veces, con su nombre escrito con la caligrafía imperfecta que recordaba de los márgenes de los cuadernos. Uno que aparecía solo en su cabeza, cada vez que el tren cruzaba las afueras de alguna ciudad con colinas.
Dai había empezado a escribir en servilletas, en márgenes de partituras, en el reverso de los panfletos de cada función. No cartas. Fragmentos. Cosas que quería decir y que luego rompía o perdía.
Una vez, intentó enviar una postal. Estaba en una cafetería, sola, tras una función. Escribió:
"Creo que sigo afinando cosas que no van a sonar nunca bien del todo. Como esto."
Pero no la envió.
La dejó olvidada en una banca. O eso quiso creer. Tal vez había en ella un deseo silencioso de que él no lo supiera. O, peor aún, de no tener que enfrentar la posibilidad de que él también la hubiera olvidado.