Un Lugar En El Medio

28:95, mañana

Dai bajó del tranvía con el estuche de su violín colgado al hombro un día cálido de otoño. No era su instrumento principal, pero había retomado las prácticas como quien acaricia un recuerdo con suavidad. No por nostalgia, sino porque podía. Porque, por primera vez en mucho tiempo, había elegido hacer algo solo para sí misma.

Habían pasado algunas semanas desde el funeral. Desde aquella noche en la que se quedó junto a Elijah, sin decir nada, solo velando por él mientras dormía con el rostro vencido por el agotamiento emocional. Después de eso, no pasó nada drástico. No hubo confesiones repentinas ni decisiones marcadas por la urgencia. Sólo una llamada, días después, que empezó con un simple "¿cómo estás hoy?" y terminó con ambos riéndose por una anécdota absurda de la infancia.

Poco a poco, fueron retomando el contacto. Pero esta vez, con más pausa. Más intención.

"Empecemos desde cero", había dicho Elijah en uno de esos cafés matutinos que se convirtieron en costumbre sin que se dieran cuenta. "No porque lo de antes no valga, sino porque quiero hacerlo mejor. Contigo, pero también conmigo."

Y Dai había asentido, porque ella también lo entendía.

Ya no se veían todos los días. No se escribían a cada hora. Pero cuando lo hacían, se notaba que estaban presentes. Que escuchaban. Que trataban, como podían, de no repetir los errores que los habían hundido antes.

Elijah, por su parte, había empezado terapia. No fue algo que surgiera de forma natural; Theo prácticamente lo había acorralado hasta que aceptó. Al principio, se mostró escéptico. Incómodo. Pero ahora hablaba, de vez en cuando, de su terapeuta con una especie de respeto tímido. No compartía los detalles, pero Dai podía notar el cambio: en la forma en que pensaba antes de reaccionar. En cómo ya no se escondía detrás del sarcasmo cada vez que algo dolía.

Ella también estaba haciendo cambios. Se había unido a la orquesta municipal, no con la idea de brillar o recuperar lo perdido, sino porque necesitaba algo que no estuviera atado al deber. También había empezado a delegar más. A dejar que Naomi la ayudara con Hana sin sentirse culpable. A dejar que su madre le preparara la cena algunos días. Pequeños gestos que antes le habrían parecido señal de debilidad, y que ahora entendía como parte de aprender a sostenerse sin colapsar.

Esa tarde, sin planearlo, Elijah la pasó a buscar por la salida del conservatorio. No lo hacía a menudo, pero había tenido una sesión de dibujo cerca y, según dijo, "le pareció una buena excusa para caminar unos metros más".

—Te ves cansada —le dijo, en cuanto la vio.

—Es la cara que tengo cuando me concentro —respondió ella, aflojándose el cabello de la coleta.

—Ah, entonces estás así desde los doce —replicó él, empujando con el hombro el suyo.

Ella lo miró de reojo, divertida, y no dijo nada. Caminaron un par de cuadras en silencio, hasta llegar a un pequeño parque con bancos de madera pintados de verde. Dai dejó su estuche sobre uno y se sentaron sin demasiadas ceremonias.

—¿Y tu sesión de ayer? —preguntó ella, con tono ligero.

—Interesante —dijo Elijah, cruzándose de brazos—. Me hizo una pregunta rara. Me dijo: "¿En qué momento aprendiste que sentir era algo que debía evitarse?"

Dai giró la cabeza hacia él, sin interrumpir.

—¿Y qué respondiste?

Elijah se encogió de hombros.

—Le hablé de mi padre. De cómo, cada vez que me notaba triste, se burlaba. O me ignoraba. Me decía que eso no era de hombres. Que no servía para nada andar con la cabeza llena de cosas blandas.

Ella asintió. No había sorpresa en su expresión, solo una compasión contenida. Elijah bajó la mirada un instante.

—Supongo que por eso nunca supe pedir lo que necesitaba —añadió—. Ni contigo, ni con nadie. Esperaba que los demás lo adivinaran. Y cuando no lo hacían, me convencía de que era porque no les importaba.

Dai no habló de inmediato. Se limitó a mirar sus propias manos, apoyadas sobre las rodillas. Luego dijo, casi en un susurro:

—Yo tampoco lo hice bien.

—No creo que se trate de eso —respondió él con suavidad.

—Sí —insistió—. Me pasé años esquivando todo lo que dolía. Fingiendo que no me importaba. Que podía sola. Incluso ahora, a veces me descubro creyendo que, si me detengo a sentir de verdad, todo se va a derrumbar.

Hubo una pausa. Un tipo de silencio que no incomoda, pero que tampoco es vacío. Elijah extendió la mano y le tocó apenas los nudillos. Un roce. Un gesto sin promesa, pero con presencia.

—¿Y ahora? —preguntó.

—Ahora... —Dai inspiró hondo—. Estoy intentando hacerlo distinto. No sé si lo lograré, pero al menos ya no me convence la idea de seguir huyendo.

Él asintió. Le bastaba con eso.

Se quedaron ahí un rato, mirando cómo los árboles se mecían con el viento. Un grupo de niños corría tras una cometa fugitiva, riendo con esa despreocupación que parecía tan lejana. Dai se recostó un poco hacia atrás, apoyándose en sus manos. Elijah la observó de reojo.

—No te lo dije antes, pero... estoy orgulloso de ti —dijo, entre labios, casi sin pensarlo.

Dai alzó una ceja.

—¿Por qué?

—Por tomar tiempo para ti. Por no rendirte con la música. Por dejar que otros te sostengan un poco.

Ella sonrió, bajando la vista.

—Estoy aprendiendo.

—Ambos —corrigió él.

Y esta vez, fue Dai quien buscó su mano.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.