Un millonario en el rancho

2. Un lugar maravilloso

Años atrás

Elián

—Necesito hablar contigo —Al fin y después de pensarlo mucho he tomado la decisión de hablar con mi padre sobre la situación que estoy viviendo, reflexionando en la mañana me di cuenta de que hay ciertas cosas que no puedo resolverlo por mí mismo.

En estos momentos, se encuentran en la sala mi madre y él, como siempre pegados; mi madre está recargado en el pecho de él, quien a su vez le está acariciando el cabello. La escena es digna de una fotografía que haga recordarlos siempre de esta manera.

—Te escucho hijo, habla —responde sin necesidad de soltarse. Mi madre me mira y me sonríe.

—¿Sucede algo hijo? Sabes que puedes confiar en nosotros —He escuchado esto tantas veces y de verdad que he querido confiar en sus palabras, y siempre termino callado porque sé que si les digo en lo que me he convertido se decepcionaran de mí y eso es lo que menos deseo.

—Puedo hablar con papá, es que es un asunto de hombre. —Miento y puedo ver en el rostro de mi madre la decepción, la misma que le provoco siempre.

—De acuerdo, voy a ver si ya está el desayuno. —Se levanta del regazo de mi padre y la veo salir rumbo a la cocina.

—Te escucho hijo —habla mi padre y me invita a sentarme.

—Verás, papá, no sé cómo comenzar este relato, lo que menos deseo es que se decepcionen más de mí, pero no puedo seguir callando. —Mi voz tiembla al querer decir lo inconfesable y guarda silencio.

—Hijo, me asustas, por favor habla y tal como lo dijo tu madre, debes recordar que no hay nada que no pueda hacer por ti, eres mi hijo, ye te amo tal como amo a cada uno de tus hermanos, ustedes son mi razón de ser y debes confiar en eso.

Una traicionera lágrima comienza a escaparse de mis ojos, yo, el hombre amargado y que pocas veces expresa sus sentimientos, ha comenzado a llorar. De pronto, siento la necesidad de lanzarme a sus brazos; lo hago.

Mi padre me envuelve en sus brazos igual que cuando era pequeño. ¿Cómo fui tan tonto para no ver lo que tenía aquí?

—Perdóname papá —Exclamo entre sollozos.

—No hay nada que yo tenga que perdonarte, y ahora espero que me puedas contar que eso que te tiene tan afligido.

—Si lo voy a hacer.

Y justo cuando las palabras estaban a punto de salir, una llamada interrumpe mis ánimos de hablar. Algo ha ocurrido con mi cuñada y mi hermano está solicitando nuestra presencia.

De pronto, todo se volvió un caos en casa, mamá daba órdenes como una generala y los demás se movían de aquí para allá haciendo maletas, de vez en vez me mira de reojo, parece que he hecho las cosas mal otra vez, le dolió el hecho de no integrarla en la plática con papá. Para la próxima debo tener el valor para enfrentarlos a los dos porque como he dicho lo que menos deseo es verla sufrir por mi culpa.

Todo queda listo en menos de lo que imaginamos, viajamos hasta el hangar donde se encuentra la avioneta de papá y después de eso hasta un pueblo cercano al rancho donde nos dirigimos. Otro par de horas en camioneta y al fin hemos llegado.

Al pisar suelo, he incluso desde antes, lo único que me queda es admirar lo hermoso que es el paisaje, la vegetación y el paisaje son incomparables, posiblemente sea porque la ciudad es lo que conocemos y al visitar lugares tan alejados del bullicio de la urbe puede resultar sorprendente.

El sitio no se compara con el pequeño rancho que tiene mi madre; un paraje igual de alejado, este sitio me deja sin muchas palabras, incluso puedo ver a los gemelos anonadados y con los ojos abiertos admirando cada cosa que se nos atraviesa, desde un árbol hasta algún animal.

Antes de dar el primer paso, tomo una respiración profunda, por primera vez puedo olvidarme del bullicio de la gente, puedo dejar de pensar en las cosas que me atormentan, quiero disfrutar unos días con mis padres y hermanos como lo hacíamos cada vez que íbamos al rancho de mamá. Aunque nos falta Sol, ella ha estado actuando un poco extraño y en estos momentos está tomándose unas vacaciones lejos de nosotros.

En el instante que supimos la situación de Liliana, todos nos tranquilizamos y comenzamos lo que se pueden llamar, unas vacaciones en el rancho, durante el primer día, un joven muy amable llamado pablo nos muestra todo el rancho, aunque sea solo de paso, ya que es enorme. Por la tarde, cuando el sol ha bajado, pido que me prestaran un caballo y con gusto me proporcionaron uno.

En la ciudad aprendí a montar porque papá siempre quiso lo mejor para cada uno y teníamos clases extracurriculares y como les conté, siendo un niño rebelde, opté por practicar a caballo, era mi manera de ser rebelde.

Subo con gusto a este animal hermoso y dejo que me lleve sin rumbo, el clima en estos momentos es perfecto, puedo encontrar cualquier sombra para refrescarme y de un momento a otro llego hasta un río con aguas cristalinas, no había ruido humano, ni esmog, ni sonidos de carros; solo se podía escuchar el cantar de los pájaros, el correr del río, el viento moviendo los árboles y estos chocando unos contra otros.

Bajo del caballo y meto mis pies al agua admirando la espectacular vista.




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