Elián
Los sucesos de estos días han cambiado la perspectiva del cómo veo el mundo, desde que puse un pie en este rancho todo ha sido diferente.
La semana ha pasado volando, así como le prometí a Elizabeth aquel día que la vi aquí bajo este árbol de mango, estoy esperándola nuevamente, tal como lo hice los demás días. Tal vez esta sea la despedida, ya que mañana toca regresar a la ciudad.
Una sensación de tristeza se aloja en mi alma porque durante en esta semana la rutina me ha ayudado demasiado, incluso ahora que lo reflexiono, en ningún momento tuve ganas de probar alguno de los dulces a los que mi cuerpo se estaba acostumbrando. Aquellos que fueron culpables de que me metiera en problemas.
—¿Adivina quién soy? —Me cubren los ojos y me hago el loco fingiendo no saber de quién se trata.
—A caso, ¿eres Sofía? —le sigo el juego para molestarla un poco.
Enseguida siento las manos de Elizabeth alejarse de mi rostro, y entiendo que use el nombre incorrecto para molestarla. Al abrir los ojos la descubro frente a mí y parece muy enojada, más de lo que hubiera querido verla.
—¡Jamás me vuelvas a comparar con esa mocosa! —me grita exaltada.
—Tranquila, fue una broma. —Trato de tranquilizarla con una sonrisa en mis labios, además de tomarla de la mano, de la misma manera en que ella lo hace, pero parece que no es suficiente.
—Pues no me gustan tus bromas.
—Y perdón. —Vuelvo a insistir.
—Te perdono porque me caes bien, eh.
Algo que pude notar en estos días en que hemos estado conviviendo, es que esas dos mujeres no se toleran, ni siquiera se pueden ver a lo lejos o que se mencione el nombre de la otra mientras conversamos. Ambas actúan igual y no las entiendo, además ni siquiera son de la misma edad. Sofía es unos años más joven.
Con ambas he convivido y me caen bien, admiro a Sofía por su tenacidad y ganas de salir adelante, en ocasiones me ha contado lo que desea ser de grande, lo que piensa hacer para no seguir siendo una simple sirvienta y yo estoy dispuesto a ayudarla.
Mientras que Elizabeth es una mujer alegra, vivaz, que disfruta vivir el momento, que habla con sinceridad, que cuando sonríe es como si estuviera viendo a un ángel; en definitiva, a las dos las aprecio, pero por la segunda los sentimientos y emociones se multiplican al mil.
Después de que logro convencerla para que entienda que solo estoy jugando, al fin la veo sonreír. Así que la guio a ir conmigo; el día de hoy toca montar a caballo hasta el río, al mismo sitio en donde nos conocimos.
Nos subimos ambos al mismo caballo, está es la primera vez que estoy tan cerca de ella, sintiendo su aliento en mi cuello además de sus brazos rodeando mi cuerpo. Una parte de mí se siente tan bien, porque ella no a pregunta ni quien soy, ni de dónde vengo, se conforma con las pocas cosas que le cuento de mí. A ella no le importa que sea el hijo del millonario Elián Torres que, para más señas, nos llamamos igual.
A ella lo que le apasiona es disfrutar de la vida, soñar y ser feliz, esto último es a lo que más énfasis hace, ella dice que ese es su objetivo en la vida.
Llegamos hasta ese paraje en donde mis ojos tuvieron el honor de verla por primera vez, todo está tal cual lo recordaba, bajo del animal para después ayudarla a ella a hacerlo también. Cuando lo hago ella queda tan cerca de mí que puedo volver a sentir su aliento; hay muchas emociones que ella provoca en mí y por primera vez mis labios queman por las ganas que tiene de sentir los de ella.
Sin pensarlo mucho, los acerco, sus ojos me miran y no se despegan de mí, entonces lo hago y puedo disfrutar de sentir el sabor de un verdadero beso. Hasta el día de hoy no existe ninguna mujer que provoque lo que Elizabeth está haciendo conmigo.
Cuando nos separamos ella me sonríe, cómplice de lo que acabamos de hacer.
—Hay algo que quiero mostrarte —Me dice mientas me lleva de la mano, ya es tan común que haga esto que no me sorprende.
Terminamos dentro del agua disfrutando de la sensación que el agua provoca en nuestra piel y claro que, los pequeños roces contribuyen a mejorarlo. También aprovecho cada momento para robarle un beso.
—Llego la hora de irnos, parece que va a llover —Me indica mostrándome el cielo.
Yo me hago el loco, quiero estar un poco más de tiempo con ella, además de que aún es temprano y nadie va a estar pendiente de mi ausencia. Ayer mi madre me llamo la atención por desaparecerme todos los días, y no crean que me paso el día completo con Elizabeth, en realidad me encanta conocer el funcionamiento del rancho y todas las mañanas iba con Pablo a realizar cualquier labor, ya por la tarde me reunía con ella. Salvo hoy, porque esta es la despedida; sin embargo, eso mi madre no lo sabe y prefiero que siga pensando que ando vagando por el rancho.
—No quiero irme todavía —respondo guardando la ilusión de que me haga caso y quedarnos un rato más.
—Yo tampoco quiero, pero mira esas nubes —Vuelve a señalarme el cielo y sigo sin hacerle caso.
Al instante y en cuestión de segundos todo el panorama cambia. Parece que así es siempre; las gotas de agua nos obligaron a salir y huir para tratar de llegar lo más pronto posible a algún refugio.