Un millonario en el rancho

7. El chico de facciones delicadas

Elizabeth

Recorro con añoranza el lugar en donde crecí, bajo los árboles en los que siempre me ando trepando, visualizo aquellos sitos que no dejo de recorrer, la posa de agua al que no dejo de visitar casi diario para darme un chapuzón y a veces solo sentarme en una piedra a ver mi reflejo.

Soy Elizabeth Robles, hija de los Robles, o más bien; hija de Santiago Robles, uno de los rancheros más importantes de la región, soy hija única y que crecí siendo la princesa de papá, amada por todos los que me conocían incluido mi yegua; sin embargo, me falto un amor, uno que hasta el día de hoy no entiendo, ¿acaso soy mala hija?

Llego hasta el río en compañía de mi hermosa yegua, le quito la silla para dejarla libre por unos instantes, porque sé que jamás se iría sin mí, hasta ella me quiere, o eso quiero creer. Todavía recuerdo cuando nació, y siendo aún una niña le pedí a mi padre que me la diera a mí prometiéndole que la cuidaría con mi vida. Desde el primer momento hicimos clic y yo le digo que es mi alma gemela, por eso su nombre, ambas somos huérfanas de madre y es una razón más que nos une, si a ella le llegara a pasar algo nos sé que es lo que haría.

—No te vayas lejos, pronto volveremos a la cabaña —Le digo, terminándola de soltar para que sea libre por un rato. No se mueve de su lugar, posiblemente espera a que me meta al agua para que pueda ir a correr libre. Hace siempre eso.

Oigo su relinchar como si de una manera me dijera que sí. Me volteo viendo al agua, me quito la ropa dispuesta a meterme, pero antes observo mi reflejo, unos segundos, cuando de pronto siento como la gemela traicionera me empuja con su hocico. Río y grito al sentir el agua helada tocando mi piel de una vez.

—Oye, no vuelvas a hacer eso… o no te convidará nunca más de mi helado —amenazo.

Como respuesta recibo un relinchar, es mu manera de burlarse de la situación y sabiendo que si no se va la voy a castigar, huye la muy cobarde.

Me rio como loca tratando de llamar la alegría, esa yegua es como mi hermana, una más de la familia del que casi nunca me desprendo. Al tranquilizarme, me sumerjo en el agua y cuando mi cabeza sale del de esta, mis ojos conocen el paraíso en persona, dejo de respirar por un segundo sin dejar de verlo. Un chico con facciones delicadas y hermosos como pocos se ven aquí está viéndome intrigado, está viéndome de manera descara y con una carga de energía que me llama… sus ojos se pierden en mi cuerpo que está semidesnudo, siento la boca reseca y para quitar la sensación, relamo mis labios.

—¿A caso me estás espiando? —pregunto, liberando al fin el aire que estaba conteniendo. Parece que no me escucha, así que vuelvo a preguntar una segunda vez hasta que al fin me responde y con eso termino de comprobar que es todo un sueño. Su voz suena tan bien.

Como siempre que conozco a alguien nuevo, libero dentro de mí la alegría viviente, soy toda felicidad, sonrisas y palabras bonitas, libero a la chica que habla hasta por los codos y la que no se puede callar las emociones.

Lo invito a meterse al agua conmigo, él no duda en hacerlo. No pierdo detalle de sus movimientos, al quedar en iguales condiciones que yo me permito admirarlo un poco más, con menos ropa. Se introduce al agua como si fuera un experto, de inmediato verifico que no lo es, ya que no sale; me preocupo y sin pensarlo mucho voy hasta él y le ayudo a volver en sí. Lo regaño por hacer este tipo de cosas y después de recuperado jugamos un rato más en el agua.

Me encanta, a mis 20 años puedo decir que es la primera vez que un hombre me llama la atención de verdad. Nadie había provocado en mí que la respiración se me fuera, que una sola mirada suya hiciera que me perdiera en esos ojos hermosos, su piel es suave y delicada, lo aseguro cuando por accidente llega a rozar mi piel y siente tan bonito.

Pasado un tiempo se va dejándome intrigada, me dijo su nombre y después se marcha sin esperar a que le diga quién el mío.

—Me llamo Elizabeth, pero me puedes decir Eliza —grito a todo pulmón para que me escuche. ¿Será que mi impresionante imaginación me jugó una mala pasada y lo que acaba de ocurrir fue producto de mi cabeza? No puede ser eso.

—¡Gemela! —grito a la yegua para que venga por mí estando ya con la ropa puesta.

A los pocos minutos llega y yo actuó enojada, fingiendo que todavía sigo molesta por la broma que me hizo hace rato.

—Vamos, camina. —No me subo a ella, esa es la clara señal que no la he perdonado.

Comienzo a avanzar ignorándola un poco, ella actúa igual que yo, peor al verla de reojo me pone esos ojitos tiernos que me impiden seguir enojada con ella.

—Está bien, te perdono, pero que sepas que no te daré helado de mango mañana que haga un poco —digo como si ella me entendiera.

Su respuesta es un ruido que me indica que no le ha gustado lo que le dije y más porque la voy a castigar con su postre favorito. Suena loco y desde siempre me dijeron que los caballos no comen helado, aunque yo me aferré a pensar que si, y siempre le doy unas probaditas, cuando como disfruto que ella lo haga conmigo.

Vuelvo a casa al atardecer después de hacer mis labores en el rancho, mi padre como siempre está escondido en su despacho, quiero suponer que, arreglando asuntos de las plantaciones, no quiero imaginar que está haciendo lo de siempre, perdiéndose en el alcohol.




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