Elizabeth
La emoción del día de ayer terminó, tal como lo dijo mi padre, hoy ya no está y a pesar de que sé que es por su bien, aun así, me siento triste y no dejo de sentir su ausencia porque a este lugar le hace falta alguien y es él.
Para olvidarme un poco de todo lo que sucede a mi alrededor decido enfocarme en el trabajo, por la mañana y después de desayunar recorro el cerco del rancho comprobando que todo esté a la perfección, en el camino los trabajadores me saludan, ellos saben que yo soy la que manda aquí; sin embargo, hay cosas que no terminan de aceptar como el hecho de que una mujer esté al frente de ellos y sobre todo que les de órdenes.
—Rogelio, por favor dile a los hombres que del lado sur la cerca esta comenzado a deteriorarse y si se cruzan al otro lado, será bajo su responsabilidad.
El hombre al que le hablo asiente estando de acuerdo en lo que digo, se dirige a los trabajadores en cuestión y veo como les da la indicación que acabo de decirle. Es la mejor forma que encontré para tratar con ellos sobre todo por los complejos de macho que aún tienen.
Después me dirijo hasta los corrales donde están los becerros que nacieron en la temporada, reviso su estado junto con el veterinario y Rogelio quien me sigue a todos lados.
Cansada y sin ánimos de volver a casa a comer, decido ir un rato a refugiarme a la huerta de mangos que sirve como delimitación junto con mis vecinos los Linares. Acompañada de mi gemela llego hasta el lugar, dejo libre a la yegua y decido subirme a uno de mis arboles favoritos porque por su forma me permite subir y perderme entre las ramas. Entando ya arriba me recuesto en un tronco y cierro los ojos sintiendo demasiada paz.
Mi meditación es interrumpida por un presentimiento, alguien se ha sentado justo debajo del árbol en que me encuentro, de todos los que hay justo vino a parar aquí, quien quiera que sea se va a tener que ir. Al bajar la vista y detallarlo veo al chico de las facciones delicadas.
—Hola, otra vez. —Las palbra las digo en tono bajo, para jugar un rato con él, ya que si no voltea hacia arriba jamás se va a dar cuenta de mi presencia.
—Hola —Escucho que me responde, tal vez por inercia y confirmándome que si escucho mi saludo.
—Estoy aquí, mira hacia arriba —le hablo con la voz más fuerte para que me vea, al fin voltea hacia arriba y nuestras miradas se encuentra. Rompo el contacto y de un brinco llego hasta él y enseguida que estoy a su lado, le tomo la mano presentándome de manera formal.
—El encuentro de ayer fue extraño, así que me vuelvo a presentar, me llamo Elizabeth, todos por aquí me dicen Eliza y puedes decirme así también. —El chico me mira extrañado, como si no creyera que estoy aquí junto a él. Tengo ganas de reírme por su reacción, pero mejor me aguanto, me cae bien y quiero ser su amiga.
—Mucho gusto. —Al fin mueve la mano que no ha soltado—, ya sabes que me llamo Lían.
Su nombre acompañado de la sonrisa que adorna su nombre me emociona.
—Ven, vamos a caminar. —Ahora soy yo quien no la suelta de la mano, lo jalo despacio, tan solo para que siga mis pasos y podamos caminar así, sin soltarnos.
—No puedo alejarme demasiado, mis hermanos me esperan —dice, sus palabras suenan despacio, demasiado diría yo, es como si fuera un chico muy reservado, así que obligo a mi lado hablador a hacerse presente, alguno de los dos tiene que tomar la iniciativa para no volver esto un encuentro incómodo.
—Así que vienes en familia —respondo no como una pregunta.
—Así es.
—¿De vacaciones o por trabajo? —lanzo más preguntas para escuchar su voz, aunque sea en palabras cortas.
—Por ninguna de las dos.
—No hablas mucho. ¿Verdad? —Esta vez se lo pregunte, pero es obvio que le cuesta entablar una conversación conmigo, lo que quisiera descubrir es si solamente es de este modo conmigo o con todos es muy reservado.
—Sinceramente…
—Pensé que todo este tiempo estabas siendo sincero. —Interrumpo lo que sea que quiera decirme.
—No es eso, lo que sucede es que tú me pones nervioso. —Me sorprende lo que me ha dicho, aunque, internamente brinco de felicidad porque el chico que conocí ayer está nervioso por tenerme cerca y que además no piensa que hablar conmigo es inalcanzable.
—¿Yo qué hice para que te ponga nerviosa? —Dirijo hacia allá la charla para no dejar morir las palabras.
—Estar cerca de mí. —Otra vez una respuesta que me agrada.
Enseguida opto por soltarme de su agarre y al instante que lo hago, siento que algo me falta, camino unos cuantos pasos lejos de él y después volteo a verlo quedándome así por unos segundos antes de confesarle algo.
—Discúlpame si soy demasiado parlanchina, pero no hay mucho con quien hablar por aquí. No quiero asustarte. Deseo de verdad no incomodarte. —No quiero mostrarme vulnerable ante él, no quiero parecer un achica débil, así que fuera sentimentalismos. Recupero la compostura.
—Tranquila, tampoco yo quiero que te sientas incomoda; de verdad hablo muy poco —me cuento más despacio de lo normal, como si esto fuera un secreto.