Lucas estaba en la pequeña oficina desde la que trabaja en su departamento. Cerró la portátil, se llevó las yemas de los dedos al entrecejo e hizo presión sobre la zona; cerró los ojos por un instante y entonces escuchó sonar el teléfono. Atendió de inmediato.
—Señor Napolitano.
—César, dígame. ¿Consiguió algo? —preguntó aburrido.
La conversación era rutinaria entre los hombres, Lucas y el investigador privado que contrató para seguir el rastro de la familia de su cuñada muerta. Lucas preguntaba si había conseguido algo y César respondía que aún nada, que seguiría intentándolo, pero ese día fue diferente.
—Sí. La hermana de Ana, que era adolescente para ese entonces, ahora debe tener veintiún años. La encontré.
—Sí, ¿cómo? ¿Por fin dio con ella? ¿Pero ella sabrá dónde está el niño? —preguntó apresurando las palabras.
—Mejor que eso. Ella ha criado al niño —contestó con tono de satisfacción.
Lucas soltó un pequeño grito de victoria. Sonrió entre lágrimas, apenas podía hablar. Sintió un cosquilleo en el pecho. «Mateo: ¡Lo encontré!», pensó.
—¿Ella lo tiene? Era menor de edad.
—No ordenó todo hasta que fue mayor de edad.
—¿Por qué no nos buscaría?
—Ana fue echada de su casa hacía años, el único contacto con su familia era esta chica. Dudo que supiera mucho de ustedes.
—¿Cómo se llama el niño? ¿Dónde está? —preguntó desesperado.
—Se llama Biel Montenegro, lo presentó como hijo suyo.
—¿Quién figura como padre?
—Nadie. Madre soltera.
Lucas suspiró aliviado, lloró sobre el teléfono de forma quieta, jadeaba en medio de su llanto contenido. César hizo un silencio comprensivo.
—¿Cuándo podemos ir?
—Cuando usted diga, señor Napolitano. Estoy listo.
—Mañana, César. Por favor.
—Mañana, señor.
Soltó el teléfono y se echó a llorar sobre su escritorio. Se cubrió con los brazos, entregándose a un llanto desconsolado. Pensaba en su hermano, en su hermanito Mateo, al que todos le dieron la espalda, él incluido; había dejado un hijo del que nunca tuvieron pista, hasta ese momento, Lucas ansiaba ver a ese niño, el fruto de la relación de su hermano con esa chica, que también tuvo un destino desgraciado.
«¿Tendrá sus ojos grises? ¿Tendrá su sonrisa? ¿Se parecerá a él?», pensó, también reflexionó sobre la clase de vida que debían llevar. Una chica de veintiún años hacía de su madre. ¿Qué podía ofrecerle ella? Él podía darle tanto.
Llamó a su hermano Claudio. Sostuvo el teléfono con las manos temblando.
—¿Lucas? —preguntó preocupado. Después del accidente de su hermano, las llamadas tarde en la noche ponían nerviosos a los hermanos.
—Lo conseguí, al niño. Se llama Biel. —Rio negando mientras se limpiaba una lágrima.
—¡Lucas! ¡Por fin! Prepararé todo. Llama a mamá enseguida —gritó eufórico.
—Eso haré. —Colgó.
Llamó también a su hermano Jonás, y a sus padres, todos lloraron al teléfono, gritaron emocionados, habían colocado sus esperanzas en hallar al pequeño, ahora sabían cómo se llamaba: Biel. Después de hablar con su familia, hizo una llamada más, llamó a su novia Bárbara.
—¿Amor? —preguntó ella con extrañeza.
—Encontré al niño —dijo sin más con su típico tono frío.
Ella no habló, le tuvo que preguntar si seguía en la línea.
—Claro, sí, estoy, es increíble —soltó tras un suspiro pesado.
—Mañana viajaré temprano, está en una ciudad cercana.
—¿Quieres que vaya contigo?
—No, no hace falta, gracias. —Colgó.
Los dos sabían lo que significaba esa llamada: el fin de una cruzada por hallar al niño y el inicio de muchas otras cosas que les cambiaría la vida como pareja.
Esa noche Lucas no durmió, estaba muy ansioso. Pasó la noche mirando fotos de Mateo, tenía veinte años cuando murió, faltaban días para que cumpliera los veintiuno, en ese entonces él tenía veinticuatro, Claudio veintiocho y Jonás diecisiete. Le gustaba pensar que eran unidos, cercanos, porque lo fueron; lo que acabó cuando le dio la espalda.
Mateo era un chico serio y disciplinado, no andaba de fiestas ni con chicas a todas horas, pero se enamoró un día con una intensidad que desafió todo en lo que él creía, lo llevó a alejarse de su familia, hubo un antes y un después de Ana en su vida, y también fue el fin. Que murieran juntos fue irónico, cuando supieron del niño fue devastador.
Al día siguiente, Lucas salió en el helicóptero de la compañía de su familia junto con César, el lugar quedaba a un par de horas. Miró los documentos de su sobrino y de la chica, quien se veía muy joven, del niño no había fotos. Ahogó un suspiro cuando aterrizaron en el helipuerto de la sucursal de Grupo Napolitano en la ciudad. Su corazón bombeaba con tal fuerza que lo hacía sentir débil. Caminó hacia el auto con su acostumbrado paso seguro movido entonces por la emoción.