Un momento inesperado

Capítulo 2: Mariana

Biel corría por la pequeña pieza mientras Mariana intentaba terminar unos encargos de sus clientas, ningún encargo grande, solo pegar botones, recoger ruedos, remendar, le hacían falta los trabajos de hacer piezas completas, el dinero escaseaba y por esos pequeños trabajos no podía cobrar mucho.

Mariana no dejaba de pensar en la familia de Mateo, Ana le advirtió de ellos una vez, pero fue peor de lo que pensó, al principio el hombre trató de ser amable, pero en la primera oportunidad dejó ver su verdadera naturaleza, se sentía superior, con poder, fue altivo y prepotente, guapo, no dejó de notar Mariana, le recordó un poco a Mateo, aunque este era rubio, Mateo era tan diferente a ellos, tan bueno que casi no pertenecía a este mundo, solía pensar.

Cuando ocurrió la tragedia, Mariana se convenció a sí misma de que la única misión de ellos en la tierra era venir a conocerse;  y procrear a Biel. Alguna misión de vida importante debía tener Biel, porque sus padres, dos almas buenas, puras y únicas no estuvieron mucho tiempo en este mundo, aunque brillaron por el tiempo que estuvieron.

—Mami, esos señores ¿de verdad eran tus amigos?

—¿Por qué quieres saber?

—Yo no los había visto. ¿El señor alto es tu novio? —preguntó arrugando la frente.

—No, sabes que no tengo novio. No tendré, estoy solo para ti.

—Ah, bueno, está bien. —La besó en la mejilla.

Mariana se rio de sus ocurrencias, ella solía hablar con él como si fuera un adulto desde que comenzó a hablar, en ocasiones se arrepentía de tratarlo así, sentía por instantes que él era su jefe, un pequeño jefe, el niño era muy mandón. Físicamente era igual a Mateo, en su personalidad era igual a Ana.

Sabía que tenía que hacer algo, no podía quedarse de brazos cruzados, recordó que el hombre le mencionó la falsificación de los documentos, sintió un vacío en el estómago y se puso a temblar de pronto, eso fue algo que no hizo bien, era un vacío que podían aprovechar los Napolitano para quitarle al niño si querían. Fue su miedo siempre porque sus padres no la apoyaron.

Tomó el teléfono y llamó a Alberto.

—Marianita, tanto tiempo, cuéntame, ¿cómo está todo? ¿Cómo está el pequeño Mateo?

—Bien, está como sabes que es, mandón.

Alberto rio al otro lado de la línea.

—Me hace falta verlo, no me has pasado más vídeos ni fotos.

—Sí, me concentro en el trabajo y ni miro el teléfono a veces, y mi jefecito Biel no me da mucho descanso. —Rio.

—Me imagino. ¿Y eso que llamas?

—Tengo un problema.

—¿Qué pasó? —preguntó con tono preocupado.

—Vino uno de los hermanos de Mateo, Lucas, me dijo que sabe que falsifiqué los papeles, fue horrible. —Lloró sobre el teléfono.

—Cálmate, Mariana, ahora Isabel está graduándose, estamos en un brindis, pero mañana a primera hora estoy allá, yo te ayudo, ¿le hablaste de mí?

—No, claro que no, le dije que Biel es mi hijo, lo sostuve siempre. Estaba todo alterado, soberbio, no le presté mucha atención al principio, pero me he puesto a pensar y temí mucho.

—Tranquila, no te preocupes, mañana estaré allá, envíame la dirección de nuevo.

—Gracias, Alberto. Si no fuera por ti...

—Tranquila, imagínate, cómo no iba a ocuparme de mi ahijado, el hijo de Mateo y Ana. No me agradezcas nada, en esto estamos los dos.

—Gracias.

Mariana se sintió más tranquila, siempre se sentía tranquila cuando hablaba con Alberto, en secreto suspiraba por él, muy guapo, inteligente y bueno, aunque para él ella no era más que una niña, la hermanita de Ana, ya había crecido, pero él no la vio crecer, para él, ella seguía siendo una niña. La última vez que la vio ella tenía diecisiete años, acordaron evitar verse por sí los Napolitanos daban con ella. Alberto siempre se ocupó de ella y de Biel, económica y emocionalmente.

De pronto cayó en cuenta de algo, cuando Alberto llegara vería cómo estaba viviendo, se pondría furioso, Mateo dejó dinero suficiente para que viviera mejor, sin nada propio, pero mejor, ella ahorraba todo para la educación y la salud de Biel, le aterraba un día no poder tener cómo responder, y Alberto siempre ayudaba, sin embargo, él tenía su vida, cuando se casara no podría explicarle a su esposa porqué él la ayudaba, en eso pensaba.

Todo por culpa de los padres de Mateo, le quitaron todo, echaron mano de sus cosas, autos, motos, todo; a veces Mariana reconocía que ellos no sabían de la existencia del niño, no sabían lo que los habían afectado tomando posesión de las cosas de Mateo. Se quedaron hasta con las de Ana.

Ordenó la casa, aunque eso no era suficiente para librarse del regaño de Alberto, buscó que prepararle de comida y acomodó una ropa nueva para ponerle a Biel, el niño lo conocía por fotos y vídeos. Era su única figura paterna.

—Biel, adivina quién vendrá mañana en persona, no más por teléfono.

—¿Mi padrino?

—Sí.

—Sí, mami, sí, ¡Eh, eh, eh!




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