Un momento inesperado

Capítulo 3: Alberto

Su novia Isabel protestó mucho por el viaje, sobre todo porque no daba explicaciones, pero Alberto no podía decirle nada, nunca le confió la verdad; tenían dos años de novios, aún sentía que no podía confiarle algo así. La salida con amigos para celebrar su graduación o la posponía o lo esperaba, sin embargo, él debía partir, recorrió el aeropuerto en búsqueda de una juguetería, compró carros, aviones y motos para Biel, siempre le compraba motos, le mandó a hacer réplicas de las motos de Mateo.

Subió al avión y recordó que Mariana le advirtió sobre Lucas, si su amigo se enteraba de que él ayudó a Mariana con el niño todos esos años, no lo perdonaría jamás, estaba seguro, mientras Lucas y el resto de los Napolitano buscaban desesperados algún rastro del niño, él supo todo el tiempo dónde estaba y con quién, él ayudó a que eso fuera así.

Cerró los ojos y aspiró con dramatismo, en su corazón sabía que era lo correcto. Hice lo correcto, se repetía con frecuencia, pero a veces se arrepentía. Trató de dormir un poco, lo despertó un pensamiento tonto, no compró nada para Mariana, le compraría algo en el aeropuerto cuando aterrizara.

Sentía un cariño especial por ella, una chica muy dulce, la recordaba siempre como aquella chica de ojos muy grandes, abundante cabellera y muy delgada, cargando entre sus brazos al pequeño Biel, temblaba. Él tomó al niño en sus brazos y se lo entregó envuelto en una manta amarilla. Ella lloraba y temblaba, se veía tan frágil.

Le gustaba oír su voz a través del teléfono, una chica con tantas responsabilidades, que sacrificó todo por criar al hijo de su hermana, sola, y siempre tenía un tono amable, alegre, nunca se quejaba de nada, nunca pedía nada más. Con ella todo era fácil.

Aterrizó y buscó que comprarle, vio un par de aretes y no supo si eran adecuados, si ella los usaría, era una chica de veintiún años, debía usar esas cosas, suponía él. Recorrió más y vio un set de costura muy sofisticado, pensó en llevárselo también. Y chocolates con avellanas, sus favoritos, le llevaría eso y sería todo, pensó, aunque si fuera por él, le daba mucho más, esa chica se merecía el mundo, siempre pensaba.

Cuando detalló la dirección se molestó mucho, Mariana se internó en el sitio más humilde del pueblo, esperaba que no fuera peligroso, debió chequear la dirección con el chofer del taxi varias veces y sí, vivía cerca del muelle, lejos de los barrios peligrosos, pero una zona muy humilde, ya se imaginaba las condiciones de la vivienda.

Tocó en la casa indicada en la dirección y esperó nervioso, no veía al niño en persona desde que tenía solo unos meses de nacido, estaba emocionado de poder cargarlo y tenerlo entre sus brazos, miraba a los lados, temía que llegara Lucas y lo descubriera allí, se tardaban para abrir y comenzaba a impacientarse. La puerta se abrió.

Alberto abrió los ojos con expresión de asombro y se le humedecieron los ojos, sintió una tensión en su garganta y se quedó paralizado, Mariana ya no era una niña, no era aquella niña delgaducha y temerosa, era una mujer y estaba parada frente a él con una sonrisa amplia, hermosa. Ella comenzó a llorar y se echó a sus brazos, él la recibió llorando y la apretó contra él. Lloraron juntos abrazados.

—Ha pasado mucho tiempo ¿no? —comentó Alberto.

Ella asintió con un gesto separándose de él, lo jaló por la mano para que pasara, llevaba unos pantalones de mezclilla ajustados y un suéter blanco tejido, el cabello recogido en una cola alta, tenía ligeramente maquillados sus grandes ojos cafés, él no se perdió detalle, no fue lo mismo que verla en vídeos o fotos de mala calidad.

Observó la casa, y se molestó de nuevo, estaba muy limpia, pero era muy humilde, miró a los lados y negó con un gesto, Mariana le hizo gesto con un dedo sobre su boca.

—Después me regañas —susurró.

Le dijo que esperara allí, Alberto estaba emocionado por la expectación de ver a Biel. Mariana se acercó a una habitación, abrió la puerta en silencio y le hizo señas al niño, salió corriendo y se paró frente a Alberto, que comenzó a reír con ganas.

—¡Padrino! —gritó Biel y se aferró a sus piernas.

Alberto lo alzó y lo besó en la frente, lo hizo girar con él y lo abrazó más.

—Mateo, te quiero mucho, moría por verte en persona, hijo, que grande estás.

—Yo también te quería ver fuera de la pantalla. ¿Qué me trajiste?

—¡Biel! —le espetó Mariana.

Alberto se echó a reír.

—Te traje brócolis, y te traje acelgas, alfalfa, remolacha…

—No, ¿qué es eso?, no. —Se cruzó de brazos y frunció el ceño.

—¿Cómo crees? Te traje dulces, carros, motos, aviones, helicópteros, superhéroes y una ropa muy de onda para que luzcas como un galán. ¿Qué no te traje?

Él niño le sonrió y tomó su rostro entre sus pequeñas manos, se acercó al oído.

—¿Y un teléfono? Quiero un teléfono —susurró con misterio.

Alberto miró a Mariana con expresión curiosa.

—No, claro que no, está muy pequeño —dijo como si adivinara lo que pedía el pequeño.

Biel hizo puchero. Alberto sacó de su maleta los juguetes, los dulces y la ropa, sabía que podía darle los dulces, el niño los administraba como si él fuera un banquero, no se los comía todo de una vez, notó que usaba gafas el pequeño.




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