La vio entrar a la habitación llorando, se sentó sobre la cama, se abrazó ella misma y lloraba en silencio con un llanto tranquilo, negaba ligeramente con la cabeza y su mirada se veía perdida. Él estaba molesto, quiso salir y enfrentar a Lucas, a su mejor amigo Lucas, la actitud que tenía demostraba porqué Mateo insistió siempre que si algo le pasaba no dejarán que su familia se acercara a su hijo.
Alberto dudó, pero se acercó a Mariana y acarició sus cabellos con delicadeza, la hizo levantarse y dejó que recostara la cabeza de su pecho. La besó en los cabellos y recostó su cabeza sobre la suya.
—Es mi amigo, nunca lo había visto así. No lo estoy justificando, es solo que la situación lo debe tener muy frustrado, yo mismo tuve que controlarme porque quería salir a defenderte de sus ataques, pero, claro, empeoraría todo.
—No puedo pelear contra él, tiene razón, prefiero ya decir la verdad y acabar con esto, pero no quiero que me quiten al niño, me muero, yo me voy a morir si me lo quitan. No tienes idea, Alberto.
—Tranquila, no tiene que ser así. Ya había contactado a un abogado para arreglar todo. Saldremos de esto. Lo prometo. Nadie te va a quitar al niño.
—No sé cómo puedo defenderme, no tengo nada ni a nadie.
—Me tienes a mí.
—Lo siento, claro que sí. —Levantó la mirada y sus ojos se cruzaron, ella le sonrió con amabilidad—. Me refiero a que él es quien es con todo su poder y yo pues, ni familia tengo, tú no puedes pararte junto a mí contra él.
—Sí tengo que hacerlo lo haré.
—¡Alberto!
—Mariana, sí lo haría. Mateo me confió siempre a su familia, dentro de la que te incluía. Eran ustedes tres y, cuando nació Biel, eran ustedes cuatro, y siempre contó conmigo para apoyarlos. No los voy a abandonar.
—Vas a perder su amistad.
—Quizás, me duele. No le voy a fallar a Mateo y Ana.
Lloraron los dos abrazados. A Alberto le dolía recordarlos, eran un par de chicos con sueños, ilusiones y mucha voluntad de trabajo, se amaban de una forma que él admiraba y envidiaba, siempre pensó que era un amor demasiado intenso y se preguntaba cómo serían de mayores. No llegaron a ser mayores.
—Más tarde debo buscar al niño a la escuela, ahora me da miedo llevarlo.
—El investigador debía saber dónde está estudiando el niño, qué raro que Lucas no se presentó allí. Por cierto, ¿por qué tan chico lo pones a estudiar? Nunca te lo cuestioné, pero si es muy chico.
—Me absorbe mucho, no puedo atender todas sus preguntas y demandas, en el colegio se cansa un poco y satisface su curiosidad. No juega con niños, allí puede compartir con otros, eso le hace falta.
—Debí estar más para ti, para los dos.
—No, ha sido suficiente, Alberto. ¿Qué tal dormiste en el sofá? —preguntó, evidentemente para cambiar de tema.
—Bien, lo preferí así. No sabía en qué hotel estaba Lucas, no podía arriesgarme.
—Me doy un baño y vamos con los abogados —anunció Mariana.
Alberto la miró y pensó que era muy bonita, era frágil, buena y vulnerable, no merecía pasar por lo que estaba pasando. Conocía a su amigo, Lucas podía ser muy buena persona, pero con sus enemigos, o los que él consideraba sus enemigos, era implacable.
«Tengo que proteger a Mariana. Lucas nunca me va a perdonar esto», pensó, sintió ganas de llorar. Amaba a su amigo, pero entendía por qué Mateo fue específico siempre sobre su familia, le hizo prometerle que protegería a Ana, a Mariana y a Biel, si algo le pasaba a él. Había tenido un accidente en moto durante una carrera y manifestaba una preocupación constante por el paradero de su familia, el destino quiso que, además, se fueran juntos Ana y él.
El abogado los recibió y les comunicó que ya había revisado todos los papeles, los miró sin decir nada por unos minutos, mantenía en su rostro un gesto evaluador.
—Ustedes deberían casarse. No está bien que el niño lo tenga solo ella, no será lo mismo una pareja casada que esta chiquilla soltera.
Los dos se miraron sorprendidos, Mariana se puso roja y bajó la mirada. Alberto negó con la cabeza, alzó un dedo y se dirigió al hombre.
—No somos pareja. Soy solo un amigo.
—Igual, no importa.
—No podré hacer pasar al niño como hijo mío. Sabrán que no soy su padre.
—No, la prueba de ADN demostrará que es un Napolitano Montenegro y ellos querrán la custodia, y para conseguirla acabarán con esta señorita. —Señaló a Mariana.
—No veo cómo casarnos lo evite —observó Alberto. Permanecía serio. Mariana no levantaba la mirada.
—Lo mejora. Un matrimonio es una sociedad, una institución, son un equipo, ante el juzgado se verá mejor que ella diga que criará a ese niño con un padre, usted, que sola.
—Eso es una visión machista de la sociedad —se quejó Alberto. Pasó sus manos por sus cabellos lisos y suspiró de forma dramática.
—Él tiene una vida, no puedo pedirle que la deje para sacarme a mí de este problema —habló por fin Mariana con semblante triste.