Un momento inesperado

Capítulo 6: Mariana

Acomodaba algunas piezas sobre su máquina de coser, Alberto revisaba documentos con expresión seria, parecía preocupado, y Mariana prefería no preguntar nada, temía mucho. Alberto la tranquilizaba con sus palabras, pero se mostraba tan nervioso como ella, él no era abogado y se lamentó de no serlo delante de ella, no sabía bien en qué estaba metido y desconfiaba del abogado. Eso le generó más temor.

Tomó una blusa sin botones y decidió completar la tarea, suspiró y la dejó sobre la pila de ropa. No quería hacer nada, ni esa tarea tan sencilla y monótona.

—Tengo harapos que enmendar, pero no puedo concentrarme —confesó.

Alberto la miró y cerró los ojos con dramatismo después de soltar un suspiro hondo.

—Quiero otro abogado —dijo, e hizo una mueca con los labios muy juntos.

—Entendí que el doctor Pitas no te genera confianza.

—Nada de confianza. Pero él mantiene la historia de todo lo que hicimos, solo sería un segundo abogado, no lo despediría.

—El dinero, Alberto. ¿Cuánto más vas a gastar?

—No te preocupes por eso.

Tocaron a la puerta y Mariana se levantó de la silla con fastidio, arrastró los pies con resignación hasta la puerta, quería decirle a Alberto que tomara el dinero que ella guardaba, pero sabía que él se resistiría, en eso pensaba cuando abrió la puerta de forma descuidada.

Se quedó fría cuando vio a unos hombres vestidos de traje, la policía y a Lucas Napolitano detrás de ellos. Ella pestañeo mucho, no podía articular palabras, se giró para mirar a Alberto, quien mantenía la vista en los papeles sobre la humilde mesa del comedor, no sabía realmente qué hacer, si llamarlo y que la ayudara o pedirle que se escondiera, lo pensó en fracción de segundos y decidió que no comprometería más a Alberto, salió y cerró la puerta detrás de ella.

—¿Señorita Mariana Montenegro? —preguntó con severidad un hombre robusto de traje y barba espesa.

—Sí —dijo con un hilo de voz—. Soy yo.

—Soy Jaime Molleja, abogado de asuntos familiares, hay una demanda para reclamar la custodia de Biel Montenegro.

—¿Mi hijo? —titubeó.

—Sí, la familia Napolitano está exigiendo una prueba de filiación y la custodia del niño.

—El niño es mío —insistió con lágrimas en sus ojos.

—¿Tiene con quien dejar al niño ahora mismo? —preguntó el abogado.

—Está en la escuela —dijo con una voz apenas audible, su mandíbula temblaba.

—Buenos días, señorita Montenegro, deberá acompañarnos a la estación, podrá llamar a un abogado, hay una denuncia de posible secuestro. Deberá responder a unas preguntas —dijo uno de los policías, el rostro del abogado mostró una sonrisa de satisfacción mientras Lucas se mantenía inexpresivo.

Mariana lloró con más fuerza y se llevó las manos a la boca para silenciar su llanto. Negaba y seguía llorando, estaba aterrada, su cuerpo temblaba y sintió que se iba a desmayar, se sintió indefensa totalmente, no entendía si ese hombre podía hacer aquello realmente, pero era una clara amenaza.

Se abrió la puerta tras de sí, ella se giró y miró a Alberto, que mostró una expresión de rabia y frustración, se puso junto a ella.

—¿Alberto? —preguntó entre gritos Lucas. Su cara reflejaba genuino asombro.

—Sí, Lucas, soy yo, estoy aquí con Mariana, ¿se puede saber qué pasa aquí? —habló con firmeza, aunque su mandíbula estaba tensa. Sus ojos reflejaban rabia e indignación.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Lucas, apartó a los hombres y se plantó frente a su amigo, su rostro escaneaba el de Alberto en busca de respuestas.

—Vine a ver a mi hijo, el hijo que tengo con Mariana, lo dije, no tenías que saberlo, pero ahí está. Entérate —dijo con la voz temblorosa, estaba molesto, se veía alterado.

Lucas hizo un gesto como si cayera en cuenta de algo, negó con la cabeza y miró a Mariana con desprecio y regresó la mirada a Alberto con una expresión que reflejaba una mezcla de rabia y tristeza.

—Así que no estaba sola, tú la ayudaste. ¿Cómo pudiste, Alberto? Eres un traidor, creí que eras mi amigo, sabes lo que sufrimos todos estos años buscando al niño y tú supiste todo el tiempo dónde estaba —gritó, y algunas lágrimas salieron de sus ojos, de los ojos de Alberto salían lágrimas también.

—Lo siento mucho, Lucas. ¿No escuchaste la parte en la que dije que es mi hijo?

—No es tú hijo, es idéntico a Mateo. ¡Por dios! No mientas, no me mientas, hermano. —Se le quebró la voz y bajó la mirada, hizo un gesto de súplica con las manos.

—Es mi hijo, Lucas —insistió Alberto desviando la mirada.

Mariana observaba todo llorando.

—Haremos la prueba de filiación —dijo Lucas. Se dio media vuelta y le hizo seña a los hombres para que se fueran.

El policía habló algo con él y Lucas asintió, se regresó hasta la puerta. Mariana de forma instintiva se lanzó a los brazos de Alberto y escondió su cabeza en el pecho de él.

—Vamos a volver. Le dejarán la citación a Mariana para que vaya a responder las preguntas —aseguró Lucas.

Mariana entendió que sí tenía poder, que sí podía dominar la ciudad si quería, y ahora Alberto estaba expuesto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.