Mariana se sentó junto a Alberto con cara de culpa. Él acarició sus cabellos y le sonrió, pensaba que ella no merecía más angustia y ya estaba bastante preocupada.
—Lo siento tanto, no querías que él supiera, quizás no debimos hacer esto, quizás debimos decirles y…
—Te habrían quitado al niño —respondió él.
—No me habría encariñado con él, igual me lo van a quitar. —Lloró cubriéndose el rostro.
—No digas eso. Imposible que no lo quisieras, aunque no lo hubieses visto.
—Él va a ir contra ti.
—Quizás, pero prefiero que vaya contra mí y no contra ti. Tú no mereces ese trato. ¿La policía? Se pasó.
—Secuestro, me van a acusar de secuestro —dijo entre sollozos.
—No lo harán, yo voy a intervenir. Quédate tranquila. Yo te voy a proteger.
Se miraron a los ojos por unos segundos sin hablar, ella se puso roja, bajó la mirada. Alberto sabía que debía tener cuidado de que ella no desarrollara sentimientos que él no podía corresponder. Ya la situación era complicada.
—Voy por el niño a la escuela —anunció.
Decidió acompañarla, ella se alegró, pero trató de disimular, el niño se puso muy feliz al verlo, cada vez que lo veía sabía que había tomado la decisión correcta. Apoyar la decisión de Mateo. De camino a la casa compró algunas cosas en el supermercado local para que Mariana preparara el almuerzo, trabajaba mucho, no paraba, «era imposible no admirarla», pensaba.
Tuvo que recordarse que era una chica, Mariana, Marianita, la hermanita de Ana, aunque no se veía como una chiquilla ya, y era tan dulce y buena que le era imposible no mirarla risueño, es de esas personas que son como bálsamos para el alma, su sola sonrisa, su sola presencia. Ya él se había dado cuenta de que se ponía muy tímida en su presencia, de cómo lo miraba.
Sonó su teléfono.
—¿Cuánto más? —preguntó Isabel al otro lado de la línea.
«¡Por dios! Isabel» , pensó. Eso de que tenía un hijo, le podía llegar a los oídos y se iba a armar un lío grande. Él casi la había olvidado por completo.
—Estoy bien, gracias. ¿Tú cómo estás? —preguntó sarcástico.
—Esperando a mi novio. Sin explicaciones se fue y así me mantiene.
—Lo siento, Isabel, las cosas se han complicado un poco, pero ya podré contarte, volveré pronto.
Al cabo de unos minutos logró calmarla, colgó y notó que Mariana lo veía curiosa.
—No le diré —dijo intuyendo que eso temía.
—¿Qué cosa? —preguntó.
—El origen real del niño. Mantendré que es mío. Espero que ella me entienda.
—No, Alberto, vas a complicar las cosas en tu relación, no hace falta, tarde o temprano sabrán la verdad y es mejor acceder por las buenas, hoy tuve mucho miedo.
—Mariana, no sé si con los Napolitano haya por las buenas.
—Cuento contigo para que intercedas por mí y no permitas que nunca me alejen de Biel, aunque me lo quiten, que pueda verlo.
Miró hacia la habitación donde el niño hacía su siesta. Le dolía oírla tan asustada.
—No sé si después de hoy tenga algún poder de influencia con Lucas. Esto no me lo va a perdonar, está dolido conmigo, lo sé.
—Tomé una decisión, Alberto. No me voy a esconder más, le suplicaré a ese hombre que no me aleje de mi niño, pero le diré la verdad. Tendré que hacerlo, no puedo vivir con este miedo. No sé cómo defenderme, no es justo contigo, ya estás en muchos líos por ayudarnos.
—Mariana. —La tomó por los hombros y la miró a sus grandes ojos color marrón—. No me molestan, no me perjudican, decidí ayudarlos, hacer esto, también son mi familia, no estás sola. No te sientas sola, no lo estás.
Lloró. Grandes lágrimas salían de sus ojos, se las limpio y asintió.
—Yo sé, pero no es justo. Y no quiero que Biel se crie sin mí. Me va a extrañar.
—Yo no me estoy quejando, Mariana. Biel es mi ahijado, y acepté estar si sus padres no estaban, como lo aceptaste tú.
—No sé, ellos fácil demostrarán que no es nuestro. Lo sé. —Lloró—. Creí que les costaría solicitar una prueba, pero ya ves, fácil se la dieron.
—Lo sé, no te dejes intimidar por su dinero y su poder.
—Gracias, Alberto, pero mañana quiero hablar con Lucas Napolitano, me sinceraré sobre todo. No tiene sentido que luche contra él, hoy temí mucho, policía, abogados, si quería intimidarme, lo logró.
—¿Qué crees que pasará? —preguntó al sentarse en una silla frente a ella.
Lo miró dubitativa, se acomodó sus cabellos detrás de las orejas y se sentó frente a él. Juntó sus manos sobre su regazo con sus manos entrelazadas.
—Va a querer la custodia. Me lo va a querer quitar —dijo, y unas lágrimas volvieron a asomarse en su rostro.
—Sí, así será.
—Y es cuando querré tu ayuda, yo voy a pelear por él, pero, con lo del secuestro, si le explicamos bien, quizás no me quiera acusar de eso para usarlo en mi contra.