El reloj marcó las cinco y media de la mañana, y la alarma comenzó a sonar despertando a Evonne Simmons de su sueño ligero.
A pesar de sentirse agotada, se incorporó en la cama y estiró los brazos mientras bostezaba. Junto a ella, su pequeña hermana dormía profundamente, lo cual agradecía ya que así tendría algo de tiempo para preparar algunas cosas antes de tener que hacerse cargo de ella.
Caminó hasta la ventana y corrió las cortinas color violeta para apreciar el amanecer de aquella, aún dormida, Central City. Suspiró profundo, viendo con decepción el barrio que la vio nacer y crecer. A menudo intentaba no quejarse de su vida, pero era una de esas mañanas en las que no podía evitar preguntarse porqué tenía que vivir en uno de los barrios más pobres de New Orleans.
Le dio un vistazo rápido al panorama de aquel lugar, en donde todos los residentes vivían casi en las mismas condiciones, olvidados por el gobierno; casas de maderas, algunas más viejas que otras, aunque había algunos suertudos cuyas casas eran de dos plantas, pero no garantizaba un mejor nivel de vida, como el caso de su familia. Aunque no todo era malo, había algo que le encantaba, y era la variedad de colores alegres con los que todos pintaban sus viviendas. Eso hacía que el lugar se viese un poco menos opaco y triste, como lo era la situación de todos.
Bajó la mirada torciendo un poco la boca. Sintió una lágrima rodar por su mejilla y la apartó con prisa, antes de alzar su rostro para ver nuevamente hacia el exterior; el sol brilló frente a sus ojos y la sola imagen logró serenarla. Forzó una enorme sonrisa, creyó que eso era lo mejor, enfrentar la vida con una sonrisa y evitar a toda costa que su familia notase su vulnerabilidad.
Decidida a seguir con su día, se apresuró a entrar a la ducha para darse un baño. Al salir, limpió con su mano el vaho del espejo encontrándose con un rostro cansado. Observó cada una de sus facciones, notando que el desvelarse en el trabajo la noche anterior no le había sentado bien, ya que sus ojos pequeños tenían enormes bolsas que resaltaban en su piel de ébano. Aquello sería imposible de cubrir con maquillaje.
Su cabello negro, de rizos rebeldes, estaba más despeinado que nunca, pero no tenía tiempo para desenredarlo, por lo que solamente se hizo un moño, un tanto desordenado, y se dio un último vistazo en el espejo.
Que gran desastre eres, Evonne.
Pero ya no le extrañaba lucir así, sin tiempo para sí misma era imposible verse bien. Tenía que darse prisa y realizar un par de quehaceres, y preparar el desayuno, antes de que su hermana tuviera que marcharse al preescolar y ella al trabajo.
—Loa, pequeña, ya es hora de despertarse —susurró, inclinándose en la cama para tratar de despertarla. —. Nena, arriba —insistió apartando las sabanas. La niña gruñó en respuesta mientras se removía hasta girarse en la cama y darle la espalda. —. Se te hará tarde para ir al jardín de niños... te preparé panqueques.
—¡Ya estoy despierta! —exclamó con emoción al escuchar lo último.
La pequeña no dudó ni un segundo en incorporarse súbitamente, mientras apartaba los rizos rebeldes de su frente con el dorso de su mano. Amaba comer panqueques, y raras veces su hermana mayor tenía el tiempo de prepararlos.
—Bien, pequeña pilluela —rio. —. Pero tengo el tiempo ajustado, por lo que es momento de arreglarse muy rápido.
Una vez que la niña estuvo lista, ambas bajaron las estrechas escaleras de madera vieja que chirriaba bajo sus pies, y luego caminaron hasta la cocina, en donde su padre se encontraba sentado en la pequeña mesa de comedor ubicada en una esquina. Llevaba puesto sus lentes y estaba distraído leyendo el periódico.
—¿Puedes creer cómo están las cosas hoy en día? —exclamó el hombre, dejando el periódico sobre la mesa. —. La cifra de delincuencia ha aumentado tanto, y parece que los jóvenes hacen del asesinato su profesión.
—Esto es Central City, papá. —canturreó divertida, logrando hacer que su hermana sonriera.
—Ay, hija mía, algún día nos iremos de aquí. ¿A dónde quieren ir?
—Al Barrio Francés —exclamó la menor con euforia. —. ¡Quiero bailar Jazz toda la noche!
Ambos adultos sonrieron enternecidos al escucharla.
—Dudo mucho que permitan que alguien de menos 1.4 de altura se quede toda la noche despierta. —bromeó el señor Simmons.
La niña torció una pequeña sonrisa, antes de mostrarle la lengua a su padre, consiguiendo que éste le devolviera el gesto, para que luego ambos estallaran en carcajadas.
—Ustedes dos, ¿pueden hacerme el favor de terminar de comer? Ya es tarde.
—Pero... —ambos intentaron hablar al unísono, pero Evonne los interrumpió.
—¡Se hace tarde, no quiero ponerme estricta! —les advirtió.
—Actúas como si fueras la mamá de papá. —la pequeña rio a carcajadas, masticando sus panqueques con la boca abierta.
—Loa Simmons, no comas de esa manera. Y para de reír con la boca llena. —la reprendió, nuevamente.
—Déjala, Evon. La risa de los niños es lo mejor que puede pasarte. ¿Notas como la tensión en el ambiente se disipa?
—Sigue así, y también estarás castigado. —dijo con advertencia.
El hombre estalló en carcajadas.
—¿Ves eso, Loa? —se dirigió a la pequeña. —. Es falta de novio.
—¡Papá! No le digas esas cosas.
—Evonne necesita un novio que la haga feliz. —insistió Noah, guiñándole un ojo a su pequeña, quien cubrió su boca con ambas manos para acallar sus carcajadas.
—Se acabó, papá, deja de meterle cosas en la cabeza. Loa, termina de comer y ve a lavar tus dientes, que llegas tarde.
—¿Romeo irá por mí al jardín? —inquirió, bajando de la mesa para subir las gradas e ir a cepillarse los dientes.
—Sí, y te llevará a la clase de baile.
Una vez que terminó de comer, Evonne tomó su bolso y se dio una observada rápida en el espejo, su uniforme de camarera le estaba quedando un poco más corto y ajustado a su figura de reloj de arena. Tendría que solicitarle a su jefe un cambio, ya que no deseaba atraer miradas y comentarios mal intencionados hacia sí misma, mucho menos estando en compañía de su hermanita.
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Editado: 05.12.2023