Un Novio Para Mi Hermana

Capítulo 3

La noche en el club, a diferencia de la tarde en el restaurante, avanzó lentamente. Evonne se sentía realmente incómoda, Jeremy tenía razón, eso era degradante. El lugar se encontraba repleto de personas que, como ya se esperaba, no eran de Central City. Eran hombres muy elegantes, todos de etiqueta. Y ella ahí, usando un traje de lentejuelas, que no era más que una vil falda que apenas cubría su trasero y un crop top. Se sentía tan expuesta.

El organizador de la fiesta, un hombre innegablemente apuesto e imponente, se encontraba en la tarima dando un gran discurso sobre lo que habían logrado como empresa, motivo por el cual se encontraban festejando. Le pareció curioso el hecho de que no había mujeres acompañando a aquellos hombres. ¿Acaso era una empresa donde no aceptaban que laboraran personas del sexo femenino?, o ellas no estaban invitadas por el hecho de que habría mujeres semidesnudas andando por ahí? Sí, quizás era eso. Ninguna hubiese visto bien tremendos vejámenes hacia sus similares.

—Evonne, es momento de llevar las copas para el brindis. —le informó la atractiva pelirroja, quien era su compañera en las noches de trabajo en el club.

—Está bien, Natasha, vamos.

Le dio una última mirada al hombre en la tarima y rio ante sus propios pensamientos. Pero, aun así, no sacó de su cabeza la idea de que por esa razón no había mujeres en esa fiesta de empresarios.

Equilibrio, era todo en lo que podía pensar mientras caminaba con esos enormes tacones y sostenía una bandeja llena de copas que no podía dejar caer, pasara lo que pasara. Aunque eso era casi imposible, ya que sus manos le temblaban, tenía las miradas lascivas de varios hombres mayores sobre ella y eso la hacía sentir muy diminuta.

—Tráeme una copa. —ordenó un hombre que, por el tono en su voz, se sobreentendía que estaba ebrio.

La chica tragó fuerte, antes de avanzar hacia él con sumo cuidado.

—Aquí tiene, señor. —habló con un hilo de voz, mientras tomaba la copa y la dejaba sobre la mesa.

—Bonita, ¿por qué no te quedas un rato? —rio de manera burlona, antes de sujetarla del antebrazo con firmeza, causando que ella se sobresaltara.

Observó al resto de hombres sentados en aquella mesa, y notó que todos la observaban de manera maliciosa.

 —N-No puedo —respondió, temerosa. —. Estoy trabajando.

—¡Tonterías! —insistió el que la tenía sujetada. —. Tu trabajo es entretenernos, ¿no?

Frunció el ceño con molestia ante dicho comentario, y alzó la mirada en busca del resto de sus compañeras. Todas se veían igual de incomodas que ella, por lo que supuso que no solo era ese hombre, todos las estaban tratando como si fuesen unas prostitutas.

—Suélteme —pidió seria. —. Debo servir más mesas.

Cielos, ¿dónde estaban los guardias cuando los necesitaban?

—Señor, no puede tocar a las chicas. —como si hubiese escuchados sus pensamientos, uno de ellos se apresuró para ir a intervenir.

—Pésimo servicio en este lugar, solo tienen a un motón de chiquillas cobardes —comentó el hombre, soltando su mano.

—Solo son camareras, les pedimos que por favor las respeten. —dijo el guardia, con un ligero tono de advertencia.

Él chasqueo la lengua, y alzó una mano para pedirles que se marcharan. Ella no esperaría otro comentario de ese despreciable hombre, por lo que sin pensarlo le dio la espalda para marcharse, pero el muy abusivo no se lo dejaría tan fácil, y lo siguiente que sintió fue su mano colarse bajo la tela de su falda.

Ante el sobresalto que tuvo, sufrió un traspié, y terminó chocando con otro hombre que pasaba por ahí, derramando todas las copas de vino sobre su torso.

—¡Dios mío, no! —exclamó con angustia, y rápidamente se inclinó para tratar de recoger los trozos de vidrio.

¿Qué había hecho?

—No hagas eso, te cortarás —escuchó una voz, grave y seria, que gruñía, y rápidamente alzó la mirada hacia la persona con la que había chocado.

¡Oh no!

Un escalofrío recorrió su cuerpo al darse cuenta de que se trataba del organizador de la fiesta, y fue aún peor el ver cómo su hermoso y al parecer muy costoso traje, se había manchado con el vino.

—Lo siento, de verdad lo siento, yo…

—Ponte de pie. —ordenó de manera brusca. Él estaba furioso, y ella no lo culpaba.

Lo obedeció, y se incorporó con prisa. Se sentía tan avergonzada que ni siquiera se atrevió a levantar el rostro, quería evitar ver su expresión de enojo.

—Lo siento, señor.

—¿Señor? No he cumplido ni los treinta —gruñó, bufando. —. Has sido completamente irresponsable, y dañaste mi noche —la acusó. —. Ahora, tendrás que pagar por todo esto, ese vino es de la más alta calidad, una inversión de más de doscientos dólares… y sin mencionar mi traje.

El corazón se encogió en su pecho, y su cuerpo se estremeció al escuchar las palabras de ese hombre, al mismo tiempo en que el miedo la invadía. ¿De dónde podría sacar esa cantidad de dinero?

—¿Tienes el dinero? —continuó, cruzándose de brazos.

Ella alzó el rostro para verlo, lo cual fue un error, ya que sus ojos esmeraldas solo consiguieron infundirle más miedo. Abrió la boca para tratar de responder, pero la voz le falló, y con un tono tembloroso consiguió formular:

—N-No, señor.

Él bufó de la risa, viendo a las personas a su alrededor y mofándose de lo que ocurría en ese momento. Parecía que lo disfrutaba en gran manera. Posó su mirada en ella, quien se esforzaba para no llorar, y sonrió mientras acortaba el espacio para hablarle más de cerca.

—Necesito que me muestres donde está el baño. —comentó, sin decir nada más.

—P-Pero…

—¿Esperas un por favor?

El tono que utilizaba le daba a entender que no estaba bromeando. Asintió con la cabeza, y comenzó a caminar en la dirección donde se encontraban los baños. Mientras avanzaba, podía sentir como su cuerpo entero temblaba del miedo.




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