Eran las dos de la tarde, y la familia Simmons se encontraba en el auto de camino al lugar de la fiesta; al final, se retrasaron media hora en salir de la casa, llevaban una hora y media en el camino, y todavía no había ninguna señal en el rostro de Caleb que les indicara que ya estaban cerca.
Noah se encontraba sentado en el asiento trasero, jugando con su pequeña hija. Mientras que Evonne iba en el asiento del copiloto, junto a Caleb. El silencio reinaba en el espacio, por alguna razón, la actitud de Caleb había cambiado por completo, no lucía tan alegre como antes, sus facciones eran frías, sus manos estaban aferradas al volante y presionaba su mandíbula tan fuerte que parecía que en cualquier momento quebraría su perfecta dentadura.
—Pensé que tú hermana había dicho que enviaría un auto. —comentó con voz suave.
—Ah, ¿cómo? —cuestionó, volviendo en sí —. Lo hizo, pero le dije que yo los llevaría —respondió girando su rostro hacia ella, con una expresión más relajada en él. —. Guau, no me canso de verte, eres hermosa. —esbozó una pequeña sonrisa, cargada de ternura.
Evonne sonrió levemente, un poco tranquila al notar que volvía a ser el mismo de antes, aunque le intrigaba en gran manera la razón por la que él se ponía así por ir a casa de sus padres.
—Jovencito, será mejor que dejes de hacerlo y veas el camino —advirtió Noah. —. Soy muy joven para morir por culpa de jóvenes hormonales.
—¡Papá! —le reprochó Evonne.
—Caleb, ¿Cómo es tu casa?, ¿Tienen un perrito? —cuestionó Loamy, quien estaba inmovilizada por el cinturón de seguridad.
—Bueno, hace ya un tiempo que no voy por ahí, pero la última vez que fui, papá le había regalado a mi madre un cachorro, de esos pequeños y peludos.
—¿Crees que me deje jugar con él? —cuestionó con una voz dulce e inocente.
Él la observó a través del retrovisor por cuestión de segundos, antes de esbozar una pequeña sonrisa y asentir con la cabeza.
—Seguro te dejarán hacer lo que quieras, princesa.
Evonne frunció el ceño en confusión al notar como el semblante de Caleb cambiaba nuevamente, y se volvía más sombrío. ¿Lucía molesto o triste? ella no podía descifrarlo. Luego de unos cuarenta minutos más de camino, por fin llegaron al Barrio Francés, el corazón histórico de New Orleans. Loamy pidió, y suplicó para que le permitieran quitarse el cinturón y así ver mejor manera la ciudad de sus sueños.
—No puedo creer que hayas vivido aquí toda tu infancia —comentó Noah. —. La verdad, jamás pensé que llegaría a conocer aquí.
—¡Pero papá! —exclamó Loamy. —. Siempre hablas de mudarnos aquí.
—¿En serio? —cuestionó, confundido.
Evonne suspiró profundo, y evitó la mirada desconcertada de Caleb, respecto a lo que acababa de escuchar. Pensó en que el joven llegaría a creer que su padre tenía alguna enfermedad grave, ya que aún no le había hablado acerca de sus problemas de adicción. Noah tenía varias facetas; cuando estaba ebrio era bromista, cuando estaba drogado era todo un intelectual, y sobrio o limpio; era un hombre lleno de remordimientos, y nostálgico. Pero su pequeña niña de cinco años, era incapaz de diferenciarlas.
—Bueno, señor Simmons, para mí será un placer darles un tour mañana. —dijo Caleb, distrayendo a la familia.
—¿Mañana? —preguntó Evonne, confundida. —. Caleb, regresaremos hoy a Central City.
—Lo siento, Evonne, pero será muy tarde para regresar. Además, Nickolle tiene preparado todo para que se queden.
—Pero, somos muchos, y…
—Hay suficiente espacio, te lo aseguro. Vamos Evonne, la única razón por la que estoy aquí, es por ustedes. —dijo, con un tono de súplica.
La chica frunció el ceño en confusión ante eso. ¿Qué clase de hombre no pasaba tiempo con sus padres? Había algo en Caleb que ella no terminaba de entender, y eso le intrigaba en gran manera.
—Bien, llegamos. —anuncio el chico suspirando, y se detuvo frente a un enorme portón. El lugar debía ser muy exclusivo, ya que una muralla lo rodeaba, haciendo imposible colarse.
—¿Aquí será la fiesta? —cuestionó Evonne, sorprendida, una vez que el portón se abrió. —. Pensé que iríamos a la casa de tus padres.
Los Simmons observaron a su alrededor con mucha sorpresa y admiración, el lugar era enorme y realmente hermoso. El camino hacia el edificio era de concreto, rodeado en ambos bordes por unos hermosos rosales que los dirigía hacia una enorme mansión ubicada frente a un redondel, que tenía todo un jardín de rosas en el centro y una fuente con estatuas de delfines; de los cuales brotaba el agua por sus bocas.
—Simmons, esta es la casa de mis padres. —dijo el chico, estacionando el auto en la entrada.
—¡Oh por Dios! —exclamó Noah, y giró su rostro hacia él, con una expresión estupefacta. —Caleb, si eres hijo de Will Smith, Oprah Winfrey, los Obama, los Carter o alguna otra celebridad afroamericana será mejor que lo digas ahora. —dijo tropezando las palabras.
Caleb soltó una media risa, y negó con la cabeza mientras se bajaba del auto y se dirigía a la puerta del copiloto para abrirla como todo un caballero.
—Caleb… —murmuró Evonne, con evidente terror. —. No quiero entrar.
La chica había entrado en pánico, y era muy notable en su rostro pálido. Noah y Loamy se bajaron del auto sin esperarla, y el hombre tomó a su pequeña en brazos, alistándose para subir lo que para él era una exagerada cantidad de escalones que los llevarían a la entrada, aunque solo eran diez.
—Vamos, Evonne, es de muy mal gusto dejar a las personas esperando. —dijo Noah, mientras se paraba en el primer escalón.
—Evonne...
—Y-Yo, lo siento muchísimo, Caleb. Pero tú no me dijiste que… bueno, que…
—Oye, Evon, tranquila, respira.
Sus nervios estaban a flor de piel, se había enterado de que la familia de Caleb era de la alta sociedad y se sentía aterrada de pensar en que posiblemente no encajaría en aquel lugar.
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Editado: 05.12.2023