Un nuevo comienzo

¿Qué hiciste?

CAPITULO 23

Los segundos van pasando al ritmo de las agujas del reloj. Al igual que las miradas que se dan Ricardo y Evangeline en silencio después de que él anunciara que tenían que tener la charla —y no me refiero a la temida charla que se les da a los adolescentes explicando de donde vienen los bebes —. Por charla me refiero a recapitular lo sucedido anoche.

— ¿Y bien? —pregunta Ricardo mientras bebe de su taza de café cargado, debido a la falta de sueño. Las ojeras le cuelgan hasta el suelo, eso se debe a la interrupción de la policía a las tres de la mañana en compañía de una chica rubia con el maquillaje regado que había pasado por la cruz roja.

La razón por la que llegó con la cruz roja, fue porque hubo una llamada de uno de los vecinos al ver a una chica arreglada recargada en una pared sin dejar de moverse de atrás para adelante. ¿Motivo? Un ataque de pánico.

— ¿Qué? —ella se encoge de hombros mientras abraza una almohada. Aún tiene restos del maquillaje de la noche anterior. Los rizos —o lo que queda de ellos —los tiene atados en una coleta.

— ¿Me puedes explicar por qué hiciste semejante estupidez? —Ricardo no deja de dar vueltas por la habitación, una vez que termina su quinta taza de café. Eso explica la hiperactividad —. Mujer, ya lo tenías —la mira con incredulidad.

—Yo, no lo sé… entré en pánico —se defiende ella resaltando lo obvio —. Ya lo dijo el policía; un ataque de pánico.

—No soy tonto, sé que se trataba de un ataque de crisis —se lleva una mano a la cabeza —, pero lo que no comprendo es, ¿pánico de qué?

—Yo no estaba lista. Digo, creía estarlo, pero… — se le quiebra un poco la voz —. Los fantasmas del pasado atacaron de nuevo —esa es una buena razón para continuar con la terapia, no porque esté loca, sino porque en serio necesitar sanar ese miedo a lo desconocido —. ¿Y es que, en qué momento se está lista para entregar el corazón?

— ¿Y cuándo lo vas a estar? —toma asiento a lado de ella —. Las mejores cosas nos pasan cuándo llegan sin aviso.

—Eso no es cierto.

— ¿Planeabas casarte con Alex? —la regaña con la mirada. Lo que más detesta, es que le lleven la contra.

—En parte —murmura con nerviosismo.

— No. No era tu plan de vida —pone los brazos en jarras —. Siempre llegaste a creer que te ibas a casar con James —terminar sus estudios, casarse, tener una familia. Pero esos eran los planes de ella, no los de él —. Que él hubiera preferido carrera artística y no formalizar una vida junto a ti demuestra que lo mejor pasa cuando menos lo esperas.

—Ya sé que metí la pata, no lo estoy negando —evita mirarlo. No quiere que le vean llorar.

—Eso es algo obvio —añade con sarcasmo —. En mi opinión la estupidez humana no tiene límites —la rubia lo mira con la expresión desencajada —, tu eres la prueba de eso.

— ¡Basta ya!—lo interrumpe con un estridente grito —. Para ustedes es tan fácil decirlo, porque solo son palabras, no hechos —se le quiebra un poco la voz. Tal vez la estupidez humana no tiene límites, pero la paciencia si —. Es tan fácil decir y ordenar a los demás, porque claro, ¡No es su vida!

—Angie...

—Cállate y déjame terminar —lo calla con una mano —, ¿Acaso fue fácil ver a tus padres? —Hace una mueca, ahora él está en juicio y ella es el fiscal —, ¿Hubo gente a lado tuyo que te presionaba todo el tiempo?

—No, pero te entiendo.

—No, no lo entiendes —su voz comienza a sonar ronca —. Porque no has estado en mis zapatos. Es tan fácil juzgar cuando no has pasado lo que yo pasé —tira unos vasos al suelo, lo cual es terapéutico, porque hace que se sienta mejor —. ¿Quieres saber que me pasó anoche? Me aterré. Tan simple como eso.

»Me aterra el volver a querer a alguien y que de un momento a otro me vuelvan a abandonar... Primero mi madre, luego mi padre me echa y luego mi esposo e hija mueren minutos después de salir de la casa.

—Desahógate —le pide mientras él toma asiento en uno de los sillones de la sala —. Suelta todo ese veneno que llevas dentro.

— ¡Estoy cansada! —Se deja caer en el sillón mientras se va desahogando —, ¡harta de que todos me juzguen! —su amigo cierra los ojos, adivinando el torbellino que se aproxima —. ¡Yo nunca juzgué a Becca por sus acciones! ¡Nunca juzgué a Ian por sus estupideces! ¡Nunca llamé a Denise mojigata o zorra como el resto del pueblo! —Respira con dificultad debido a la rabia.




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