CAPITULO 25
—Angie, mis mejores deseos y felicitaciones. Es bueno que hayas recibido el año de esa manera —le comenta Ricardo mientras bebe de su café. Los dos se encuentran sentados en la sala. —. Pero debo confesarte, que en serio pensé que ibas a intentar huir de nuevo —ella evita mirarlo, para que no descubra el secreto. Sabe que la verdad no es algo que pueda tapar, pero bueno, ya van cuatro días desde esa noche —, pero ya veo que estaba equivocado.
—De hecho tengo algo que contarte —trastabilla en decirle lo siguiente —, es sobre un detallito sin importancia.
— ¿Trataste de huir verdad? —finge seriedad. Él la conoce mejor que nadie, por eso no le es fácil mentirle.
—Algo por el estilo —su amigo pone ojos de huevo cocido —. Solamente quería tomar aire. No es lo mismo que huir.
—Ya sabía que tú ibas hacer alguna tontería, que no todo iba a ser de color rosa —cruza los brazos.
— ¿Qué no comprendes la diferencia entre huir y querer tomar aire?
—Repítelo hasta que te lo creas —ignora lo último —, ¿Cuál es el siguiente movimiento?
—Me llamó anoche, sus planes son llevarme a cenar a un restaurante, hoy —añade con timidez.
—Eso suena genial —le da unas palmadas en la espalda —, ¿de cuál restaurante se trata?
— ¿Acaso importa?
—Sí, si el lugar es lujoso —guiña un ojo —. ¿Lo es?
—No me dijo el nombre, solo comentó que se trata de un lugar elegante.
—Con esa información es más que suficiente —de inmediato se pone de pie —, ¿Qué es lo que te planeas poner, honey?
—El vestido verde olivo —hablando con honestidad, es de los mejores que tiene en su guardarropa, y es perfecto para la ocasión.
— ¿¡Que!? —el grito resuena por todas las paredes de la casa. A este paso los vecinos van a llamar a la policía cada que escuchen algo. Pero ella no tiene la culpa de tener un amigo que hace una tormenta en un vaso con agua por todo —. No, por supuesto que no.
— ¿Pero, por qué no? —Se encoje de hombros —, ¿Qué tiene de malo ese vestido? Tú lo elegiste para mí.
—Honey, nunca debes presentarte ante tu hombre con la misma ropa en las primeras citas. Es una de las reglas básicas —la mira con sorpresa —. Sabrías eso si no te hubieras tomado un año sabático en eso del amor.
— ¿Entonces que llevo? —Le echa una mirada a las escaleras que conducen a su habitación —, no tengo nada mejor que eso.
—De eso me encargo yo cariño, no te preocupes por eso.
—No tienes idea de cuánto te lo agradezco.
—Sabes que lo hago con mucho gusto —se inclina para darle un abrazo fugaz —. Y ya que estamos hablando de estas cosas… si se llegan a casar, ¿me dejas ser el padrino? O si no quieres, me conformo con hablar en la recepción —la rubia se lleva una mano a rostro —. Pero si temes que te deje en ridículo, me bastaría con ser el padrino del primer niño o niña.
—Ricardo, pero si apenas comenzamos. Eso sería demasiado precipitado.
—No dramatices, bien te puede dar el anillo esta noche y se podrían casar en tres meses —su amigos sí que no tiene límites —. Y además tú lo has dicho; el tiempo es un gran enemigo. Y se conocen desde hace tiempo.
—Sí, pero como niñera de su hija, no como… mujer.
—Te estás escuchando —la mira con severidad —. Y otra cosa, para que te conozca como mujer habrá que esperar a la noche de bodas, a menos que tengas sexo prematrimonial.
—Calla y ya veremos que nos depare el futuro.
●●
Mientras Ricardo consigue un vestido para la cita de esta noche, Evangeline saca una caja de cartón que se encontraba en el fondo de su armario. De ella saca dos cosas que quiere tener en su habitación; una muñeca de trapo que hizo mientras estaba embarazada de Mía y una película sobre el día de su boda, el cual creía que estaba perdido.
Con cuidado, coloca el disco en el reproductor de video para ver lo que hay en él.
—Alex —lo llama Ian, el cual es el que sostiene la cámara —, debo decirte que ya te encuentras perdido amigo —él sonríe. Esa sonrisa que tanto había cautivado a Evangeline —. Ya que ahora eres dependiente de una mujer.