CAPITULO 27
Estando los dos solos en aquella habitación de hotel, para su tan esperada noche de bodas. Esperando ese momento de intimidad con tu pareja. Para algunas mujeres es motivo de nervios, pues quedar expuesta a tu pareja no es cualquier cosa y más si se trata de una mujer recatada.
Y Evangeline no es la excepción. Porque a pesar de que esto ya lo vivió con su difunto marido, este es un capitulo completamente diferente. Gerardo —al igual que ella —ya había vivido la intimidad con su esposa Sara —y eso sin contar las noches de pasión que vivió con Elena, una mujer más experimentada —. Teme que a la hora de entregarse él la compare con alguna de las dos, tanto en la complexión física, como en la hora del placer.
Y ella, sin saber que por la cabeza de su recién esposo también pasan los mismo temores. Teme que no ser suficiente en la cama y que no le llegue a los talones a su difunto marido. Si, los hombres también tienen sus temores a la hora del sexo, pero su orgullo de macho no les permite hablarlo con facilidad como las mujeres.
Los dos tienen los mismos temores que son infundados, porque cada cuerpo es diferente y cada relación sexual es distinta, por lo que no tiene que haber comparación.
Gerardo mira a su esposa que se encuentra a espaldas de él. Tratando de hacer el menor ruido se acerca a donde se encuentra ella y con sumo cuidado le baja la cremallera del vestido. A paso lento le baja el vestido hasta la altura de los hombros mientras deja una estela de besos desde el lóbulo de su oreja hasta su hombro desnudo, sus manos acarician sus pechos —que reaccionan al tacto dentro del sostén —por encima del vestido. La rubia se estremece al sentir que la hora se va acercando.
—Apaga la luz —susurra ella con voz temblorosa al sentirlo tan excitado —, por favor…
La rubia prefiere que la pasión ocurra entre las sombras, donde él no puede ver por completo su cuerpo desnudo, donde no pueda ver sus imperfecciones.
—Eres hermosa —le susurra con su voz ronca en el oído —, no tienes que tener vergüenza hacia mí —con delicadeza le va bajando el vestido hasta quedar por completo en el suelo. Ella puede ver su reflejo en el espejo —. Y tienes un cuerpo espectacular.
Los dos respiran con dificultad, él aprovecha su silencio para tomarla entre sus brazos y llevarla directo a la cama. Sin dejar de besarla le quita las bragas y el sostén, al mismo tiempo ella le quita su ropa.
El cabello rubio cayendo por su espalda, su cabello castaño vuelto una maraña, sus manos dejando rasguños por su tonificada espalda, piel contra piel… son uno solo.
—No pares… —murmulla ella fuera de sí.
—Te amo…
●●
La rubia mira con emoción el panorama ya que es su primera vez en el mar. El agua es tan azul, las gaviotas buscan su comida entre las olas, los niños se encuentran nadando en la orilla mientras que otros se encuentran tomando el sol.
Fue una decisión acertada de Gerardo venir a los ángeles locos en Tenacatita. Ya que sin duda alguna, es un paraíso escondido. Una bahía apartada de la zona hotelera, lejos de vendedores ambulantes.
— ¿Es precioso, no es cierto? —le susurra al oído Gerardo que se encuentra abrazándola por detrás —. Lo elegí pensado en ti.
—Sí, lo es.
—Esa respuesta me agrada
—Yo nunca había visto el mar más que en fotos.
— ¿Nunca viniste con tu familia? —ella niega con la cabeza. Alex no ganaba mucho dinero, y después con el nacimiento de Mía, menos —, ¿ni de niña?
—Cuando era niña, mi madre tenía planes para irnos todos juntos al mar, eso fue antes del accidente, porque después mi padre se encargó de mi suerte. Y era imposible que mi familia costeara un viaje como este, había demasiadas bocas que alimentar.
— ¿Sabías que el hotel de al lado es una playa nudista? —le cambia el tema con un sonrisa pícara en los labios.
—No tenía idea.
— ¿No te dan ganas de conocerla? —deposita un beso en su hombro desnudo.
—Por ahora quiero caminar por la arena —lo toma de la mano para empezar la caminata.
— ¿Me vas a dejar con las ganas?
—En la noche otro gallo cantará… —dicho esto le guiña un ojo de forma coqueta.
●●
—Buenas tardes —comienza a hablar un hombre de unos treinta años. Ellos dos —junto con otro grupo de personas bajan del camión al escuchar al guía para poder contemplar los manglares —, me presento, mi nombre es Leo y voy a ser su guía por este paseo —se aclara la garganta —. Si gustan pasar a tomar asiento en esta lancha, para poder empezar nuestro recorrido.
Al tomar asiento ella presta atención a un letrero que se encuentra clavado en uno de los arboles
Favor de no molestar a los cocodrilos