NICOLETTA (NIKI)
—Niki, despierta.
¡Me he quedado dormida! Es mi tercera semana y no puedo llegar tarde.
Me incorporo y mi espalda me recuerda el peso de haber dormido sentada frente a la cama de la abuela.
—La enfermera todavía no viene, ve a bañarte —susurra y tomo mis cosas para darme un baño rápido.
—Ya vuelvo abuela. Sigue durmiendo.
Estaba muy cansada de esta vida, pero alguien debe hacer frente a la realidad. Llevaba un meses viviendo con la abuela en su habitación de hospital, me escondía de las enfermeras y dormía los fines de semana con una amiga. Mi ultimo despido hizo que el alquiler del apartamento se volviera un lujo.
—Deberías desayunar algo —me sugiere con voz débil.
—Comeré algo en el camino —digo para no preocuparla.
La enfermedad la ha consumido mucho y los medicamentos de la quimioterapia han robado el color de su rostro, pero no su esencia.
La abuela Sofí dedico su vida a cuidarme y criarme, desde que tengo uso de razón solo hemos sido ella y yo. Hace un año le diagnosticaron cáncer de estomago, ella tuvo que dejar su trabajo y yo abandone la universidad para poder cubrir los gastos de hospital. Algunas veces pienso que tendré que vender lo que llevo puesto para pagar las facturas.
—Ya me voy abuela. La enfermera vendrá dentro de 30 minutos y hoy tienes chequeo con el doctor —le recuerdo—. Yo volveré en la tarde justo para nuestro programa de televisión.
—Si no llegas a tiempo empezare sin ti, el episodio de hoy será interesante —dice con una sonrisa, pero puedo ver que esta cansada.
—Eres mala, pero intentare llegar a tiempo —. Me despido con un beso en su frente.
Escondo la patética maleta que guarda mis únicas pertenencias debajo de la cama. Antes de salir de la habitación verifico que en el pasillo no hayan enfermeras o cualquier otro personal y me escabullo hasta la salida.
El hospital se encuentra algo lejos de la guardería en la que recién empecé a trabajar así que debo tomar dos autobuses.
Ese es el otro asunto, no me quejo de los niños ya que previo a abandonar estaba estudiando Pedagogía Infantil. Tengo otros dos trabajos de medio tiempo, pero este produce la mayor parte de mis ingresos. El único problema es mi odiosa jefa cuyo único interés se basa en mantener felices a los padres ricachones y sus hijos. Si, lidiar con los pequeños puede ser una tarea difícil, pero los padres de familia pueden resultar un verdadero dolor de cabeza, especialmente cuando exigen que sus hijos tomen agua mineral sin gas, coman galletas sin gluten y realicen ejercicios de respiración para meditar.
Lo único que me mantiene en ese sitio son los niños, algunos ni siquiera comprenden las ridículas solicitudes de sus padres y solo quieren jugar o aprender.
—Llegas tarde —escucho decir a mi jefa, Leida, cuando paso frente a su oficina —, otra vez.
—Lo lamento, había tráfico y debo tomar dos autobuses…
—No me importan tus problemas en absoluto Nicole —interrumpe.
—Es Nicoletta —corrijo, pero parece no importarle.
—Me da igual, hoy vendrá el hijo de un cliente muy importante. Si este decide quedarse en la guardería seria beneficioso para mi negocio, así que hoy no quiero fallas —asevera.
—Comprendo—me muerdo la lengua. Con mi condición económica no me puedo permitir un despido por imprudente—. Iré a prepararme.
—Descontare de tu salario el tiempo en que te ausentaste —dice y luego me indica que me retire con un gesto de mano.
Suspiro agotada y me movilizo al área de los vestidores. Me coloco el overol con el logo de la guardería y recojo mi cabello. Guardo banditas en mis bolsillos y un pequeño paquete de toallas húmedas ya que siempre es mejor prevenir. Me preparo mentalmente y dejo todos mis problemas a un lado, procuro poner mi mejor cara para los niños.
Por las voces afuera asumo será un día tranquilo, los fines de semana no suelen haber muchos niños. Estoy a punto de salir cuando Valentina, una de mis compañeras, entra a paso apresurado al área de personal.
—¡Leida! —entra agitada —. El niño Ranieri…
No llego a escucharla ya que un grito femenino invade el local por completo. Salgo a paso apresurado y no puedo creer lo que veo.
Los niños están llorando en una esquina acorralados y algunos llevan terribles manchas de pintura de dedo en sus ropas y caras. El suelo esta lleno de agua y hay varias botellas vacías desperdigadas. Hay dos mesas volteadas y a un lado de una se encuentra Dalia, otra de mis colegas, tendida en el suelo. Me acerco para ayudarla y ahogo un grito cuando veo que tiene una plasta extraña de colores en el cabello y cejas.
¡¿Quién hizo todo esto?!
Escucho unos golpes en la puerta frontal y veo a un pequeño pateando el material de cristal desesperado.
—¡Quiero a mi papá! ¡Me quiero ir! —solloza el pequeño de cabello oscuro. Golpea las puertas con unas tijeras plásticas de punta redonda como si estas fueran a hacer algo al cristal.
—¡El papá no contesta, vigílalo! —me ordena Leida con el teléfono en la oreja. Se reúne con los demás niños para calmarlos.