Un papá en apuros

Capítulo 4: Invitación

NICOLETTA (NIKI)

Mi vida únicamente sabía ir de mal en peor. Leida no escuchó mis suplicas, no le importó nada, ella mismo tomó mis cosas y las saco del casillero para entregármelas de mala gana.

—Por favor Leida, mi abuela esta enferma no puedo perder este empleo.

—¡Te dije que tu vida no me importa! —vocifera como si todo esto fuera culpa mía—. Te dije que una más y te largabas.

—Pero yo no tuve la culpa, cuando yo llegue él pequeño ya había hecho parte del caos —me justifico.

—No me importa de quien es la culpa, fuiste la ultima en entrar y eres la primera en salir. Debido a tu ineptitud, tengo que lidiar con abogados y los gastos del local.

—Leida, por favor.

—Lárgate de mi vista.

Las demás chicas únicamente observan la escena en silencio, nadie abogara por mi y es algo a lo que la vida me ha acostumbrado.

Con las últimas fuerzas que me quedan, cambio mi uniforme y recojo mis cosas con dignidad. Abandono la guardería en silencio y hasta que tomo asiento en una de las ultimas filas del autobús me permito derramar lágrimas.

Las palabras de Leida son el menor de mis dolores. Me he quedado sin empleo de nuevo. Mis otros dos trabajos de medio tiempo no cubren ni los medicamentos. La incertidumbre y la impotencia es lo que me lleva a sollozar en silencio en mi asiento.

Faltando poco para llegar al hospital me compongo, limpio mis lágrimas y procuro calmarme antes de entrar. Entro a uno de los baños y lavo mi rostro para borrar cualquier evidencia de mi estado.

Antes de llegar a la habitación de la abuela, veo a su medico salir y me detiene por un momento.

—Hola doctor —saludo extendiendo mi mano y él la recibe—. ¿Hay alguna novedad?

—Señorita Palazzi, necesito hablar con usted un momento.

—Si doctor ¿ha sucedido algo? —inquiero preocupada.

—Preferiría que habláramos en mi oficina.

El doctor me guía por los pasillos del hospital hasta llegar a la elegante oficina. El doctor Andora toma asiento en su escritorio y por el semblante en su rostro sé que hay posibilidades de que mi día empeore.

—Solo dígalo doctor —pido cansada—. No prolonguemos esto.

—Hoy le realizamos exámenes de rutina a tu abuela y lo que encontramos no es alentador.

—Solo dígame que debemos hacer doctor. Ya no puedo —procuro tragarme mis lágrimas.

No quiero saberlo. Estoy hastiada de la terminología medica, detesto los nombres de las enfermedades que únicamente me indican más complicaciones y alejan cualquier posibilidad de solución.

—Tranquila Nicoletta, si bien no es lo que es esperábamos esto tiene solución.

—¿Le darán más sesiones de quimioterapia?

—No Nicoletta, tiene que someterse a una cirugía —revela empeorando aquel día. Me quedo sin empleo y no tengo la más mínima idea de como reuniré el dinero para una próxima cirugía.

—¿Tan mal se encuentra?

—Tranquila, no es una cirugía compleja, pero me temo que en el estado de tu abuela si es necesaria.

Suspiro y trago el nudo que se forma en mi garganta.

—¿De cuanto dinero estamos hablando doctor?

—Estamos hablando de treinta mil euros.

El aire abandona mis pulmones y me siento a desfallecer. Con los demás gastos no podría reunir esa cantidad ni siquiera en un año.

—Comprendo que es difícil, pero será lo mejor para ella en este momento. Estamos a tiempo.

—Esta bien doctor, muchas gracias por la información —alcanzo a decir antes de abandonar la oficina.

Paso frente a la habitación de la abuela y me dirijo a los baños al final del pasillo. Me introduzco a uno de los cubículos y es ahí donde me permito llorar.

No es la solución, pero ocupo hacerlo. Lamentarme no sirve de nada, es la vida que habría tenido que vivir, no importa lo que pueda cambiar. Mi padre abandonó a mi madre cuando nací y mi madre se perdió en un mundo de adicciones ante su marcha. De no haber sido por la abuela, mi destino habría sido peor.

Pasan los minutos y la desesperación me lleva a buscar en paginas de empleos. Envío currículos ya que lo único que me queda es la esperanza.

Decido que es momento de ir con la abuela. Cuando salgo del baño ya es de noche y lo más probable es que la abuela se encuentre viendo su programa de televisión.

—Niki cariño, hoy saliste mucho más tarde —saluda con una dulce sonrisa.

—Fue un día largo.

—¿Se comportaron los pequeños? —pregunta interesada.

—Si abuela —. Ella no puede ver mi rostro ya que estoy arreglando mis cosas—. Estuvo bien.

A mi mente llega el pequeño pelinegro que causo problemas en la guardería. Me pregunto como será su vida, a pesar de tener dinero y un padre que pelea por él, debe sentirse muy solo también.




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